Ignacio Ruiz Quintano

Salah Aleikum

Viendo correr al delantero egipcio del Liverpool te preguntas cómo correría Asensio en manos de Klopp

Ignacio Ruiz-Quintano

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Esta vez lo único que separa al Real Madrid de su Orejona número 13 es la velocidad del Mohamed Salah, el egipcio del Liverpool, que se ha hecho famoso por sus goles y sus limosnas.

¡Salah Aleikum!

Viendo correr a Salah te preguntas cómo correría Asensio en manos de Klopp, ese entrenador que se ha perdido el Barcelona. Valverde, apodado por Javier Clemente «Chingurri» (aunque los sexadores de pollos de la Fundéu manden que se escriba «Txingurri», que queda más pijo), tiene un estilo que recuerda a la burocracia tenebrosa de Pablo San José García, Pablo, el genio de «La Oficina Siniestra», pero ha ganado Liga y Copa sin despeinarse, y no podrían justificar cambiarlo por el entrenador alemán, que tiene a Salah a un sprint de convertirlo en otro Messi.

En Madrid, los «Fake News», que tienen la barriga llena de gatos, han aprovechado el «boom» de Salah para meterle el dedo en el ojo a Mourinho, «que lo vendió», y hacen un equipo con los futbolistas despreciados por el portugués, comenzando con Casillas y terminando con Lukaku: Filipe Luis, Garay, David Luiz, Mata, De Bruyne… En realidad, fue Mourinho quien compró al Basilea a Salah para el Chelsea, pero en Londres Salah salió un Callejón más perdido que un paraguas, porque el futbolista, al decir del entrenador, social y culturalmente se sentía inadaptado, y pidió marchar cedido a Italia. También es verdad que ninguno de los grandes analistas que hoy ven en Salah al nuevo Messi dieron entonces el grito de alarma: «¡Escándalo mundial! ¡Mourinho arruina el patrimonio del Chelsea arrojando por la borda al nuevo Messi!». En aquel Chelsea, Salah, en lo poco que salía, jugaba como una mosca encerrada en un vaso, y todos los ojeadores dejaron escapar el pelotazo del siglo, incluido el ojo de Monchi, que, como el gallo de «Alfanhuí», tiene un ojo solo que se ve por las dos partes, pero es un solo ojo, caza lagartos y los cuelga al tresbolillo, prendidos de muchos clavos.

-Los más grandes puso arriba y cuanto más chicos, más abajo.

Y, lo que son las cosas, fue Monchi quien vendió a Salah. Lo vendió por cuarenta millones, que ahora nos parecen las treinta monedas de Judas. Monchi dejando escapar a Salah es un dislate aún más gordo que Zidane echando a perder a Ceballos y a Arrizabalaga (a pesar de las buenas cosas de Keylor, incluida la de cultivar ese «look» de Cristo de Velázquez cabreado, que es como Ruano describió a Lola Flores).

Entre el Real Madrid y su Orejona número 13 se interpone Salah, y entre Salah y el Real Madrid se interpone el Bayern de Heynckes, obligado, el hombre, a reconstruir el jarrón roto por Guardiola, que dejó un Bayern de restos de temporada cuya figura es… Franck Henry Pierre Ribéry, el Scarface de Boulogne-sur-Mer, un extremo de 35 años que en cada regate se deja el último hálito de oxígeno. El Madrid ganó en Munich, ciudad amable desde que faltan Oliver Khan y Klaus Augenthaler, pero en el ambiente del Bernabéu arrastra sus cadenas el fantasma de la Juve, la chica de la curva que no acepta estar muerta. Del Bayern se teme «a la Juve»… y a Heynckes, un caballero renano que admira en Zidane «lo tranquilo que vive los partidos».

Y las masas contemporáneas aman la tranquilidad.

Que a lo mejor por eso no le gustan a uno las masas. Ruano aborrecía la costumbre europea de confundir felicidad con tranquilidad y descanso (Europa tuvo 99 años de reposo, desde 1815 a 1914), pues la felicidad no es una vaca, y descansar, sólo descansan los muertos, y, en el fondo, no les gusta.

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