UNdiano Mallenco, en un partido de Liga
UNdiano Mallenco, en un partido de Liga - EFE
Árbitros

Así son los árbitros españoles: más preparados, mejor pagados y más criticados

Pasaron de la fama mal retribuida al anónimo profesional, pero siguen igual de denostados

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Hace treinta años el eterno presidente del Atlético de Madrid, Vicente Calderón, lanzó una bravata que supuso algo más que una amenaza. Fue una sentencia contra un juez. Los dirigentes podían ejercer el derecho de recusación de los árbitros de fútbol. «No quiero volver a verlo nunca más en un partido de nuestro club». Calderón se refería al almeriense Juan Andújar Oliver, el colegiado que había redactado mal un acta refiriéndose a una agresión de Roberto Simón Marina y que antes, en 1983, había popularizado el despropósito que vivía el estamento arbitral al justificar la expulsión de Landáburu en un encuentro con el Cacereño en la siguiente frase: «Lo vi todo con el rabillo del ojo».

Eran otros tiempos, otro país y otra cultura deportiva, pero para los árbitros el asunto ha cambiado poco.

Pese a que ahora son profesionales, se dedican en exclusiva al fútbol, tienen preparadores físicos, se someten a planes individualizados, reciben la ayuda de la tecnología y, sobre todo, cobran un salario de ejecutivo (unos 180.000 euros anuales), los trencillas no se libran de su sino: las iras, las frustraciones, las quejas y el ruido que acompaña a su labor ingrata y necesaria.

Solo una tradición se mantiene. En contra de lo que sucede en la comunidad internacional, a los árbitros españoles se les conoce por los dos apellidos: Guruceta Muro, Iturralde González, García de Loza, Brito Arceo, Urízar Azpitarte, Díaz Vega, Japón Sevilla y, en el origen de todo, Ángel Franco Martínez. Aquel colegiado murciano no era compatible con el régimen de la dictadura franquista. No era admisible que la prensa titulase «Franco lo hizo mal», «pésima dirección de Franco» o similares. Y se añadió el segundo apellido a todos en una costumbre que perdura hasta hoy.

Otras profesiones

Franco Martínez, como los antiguos colegiados, vestía de negro, percibía 15.000 pesetas por partido dirigido y solo podía fiarse de su agudeza visual y su colocación para determinar si era fuera de juego, penalti o libre indirecto. Todos tenían otra profesión. Antonio Jesús López Nieto administraba una empresa de alquiler de coches, García Aranda era profesor de educación física, Díaz Vega dirigia una sucursal bancaria, Fernández Marín era psicólogo…

José Núñez Manrique, de Aranjuez (Madrid), es militar funcionario del Ministerio de Defensa, exjugador de Tercera división y un tipo recto. Pitó en Primera desde 1990 a 1997. Y observa la evolución del arbitraje como una bendición para la especie. «Antes había vallas y fosos en los campos y siempre hemos estado seguros y protegidos, pero lo que no había antes era esa pasión exagerada y extrema que se vive en el fútbol y que traspasa el plano deportivo», analiza.

Piqué lleva semanas criticando a los árbitros, modelando una opinión quejosa y victimista, que tiene más relación con las bajas pasiones que con la realidad. «Los árbitros hoy son mejores que antes. Tienen más condición física, se reúnen para unificar criterios, tienen tiempo para ver vídeos y partidos, les ayudan más medios tecnológicos y están retribuidos de acuerdo a su responsabilidad», opina Núñez Manrique.

Los colegiados de hoy no ejercen otra profesión. Desarrollan su actividad al cien por cien. Y son bien remunerados por ello. Los árbitros de la Liga redondean un sueldo que oscila, según las variables, entre 150.000 y 180.000 euros. El salario mensual se eleva a 10.000 euros y cada partido se cotiza aparte: 3.500. Dietas y otros incentivos convierten esta profesión en atractiva desde el punto de vista financiero, a pesar de improperios e insultos.

El abogado extremeño Fernando Carmona Méndez fue árbitro de élite entre 1995 y 2005. Y uno de los padres sindicales del actual estatus de los trencillas. «Antes vivíamos en una situación de compensación. Yo era árbitro y abogado al mismo tiempo. Compaginaba ambas vidas. Le quitaba los fines de semana a mi familia. Los colegiados en la actualidad son independientes económicamente y totalmente profesionales. Y, son mejores que los de antes, claro, porque están mejor formados y preparados físicamente. Ese es el gran cambio».

Carmona Méndez le sacaba horas al día para dedicarse al arbitraje. «De 8.00 a 13.00 trabajaba en mi despacho de abogado. De 13.00 a 15.00 me iba a entrenar. Luego comía. Y de 17.00 a 21.00 volvía a la oficina».

Los colegiados de los noventa eran personajes famosos poco valorados económicamente. El periodista José María García influyó en su popularidad con su crítica corrosiva. «Lametraserillos», «correveidiles» y demás… Pero no había antídoto contra la condición humana. Todos fallamos. Y los jueces del fútbol erraban antes como ahora. «El error es nuestro compañero de viaje. Siempre va a suceder», expone Carmona.

Ahora tampoco aciertan siempre, aunque la tecnología mitiga sus carencias visuales. Desde 2005 el juez de línea avisa por un transmisor al árbitro de alguna incidencia importante. Este también se comunica con el cuarto árbitro en hilo directo por el pinganillo. Pero queda el gran paso, el vídeo, el sistema de rearbitraje VAR que ya se ha probado en el último Mundial de clubes.

« El vídeo se implantará porque es inevitable, ley de vida -argumenta Carmona Méndez-. Pero hay que cambiar la mentalidad para que sea útil. La mentalidad de los árbitros, jugadores y técnicos en primer lugar. Y después, los aficionados y los periodistas». «Creo en el VAR -dice Núñez Manrique-. Tiene que funcionar. Pero habría que acotarlo a algo parecido al tenis. Cada equipo solo podría elegir una o dos repeticiones del vídeo. Y nada más, para que el partido no se interrumpa constantemente».

Los árbitros ya no visten de negro, sino de amarillo, rosa, naranja o gris, llevan un spray en la manga para colocar las barreras, comparten impresiones por un auricular y, pese a que el inoxidable presidente Sánchez Arminio les penaliza si hablan con la prensa, tienen opinión y argumentos. «Las críticas de algunos jugadores son ridículas. Todos somos personas. ¿Acaso ellos no fallan penaltis o chutan fuera delante del portero? -cuenta Núñez Manrique-. ¿Y qué decir de los periodistas? Si algunos van con una camiseta puesta. ¿Qué credibilidad pueden ofrecer?». «Soy un enamorado del fútbol, pero solo por lo que sucede en el campo. Lo de fuera da vergüenza ajena, empezando por el periodismo».

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