Ignacio Ruiz Quintano

Hacia Rusia con amor

Ignacio Ruiz Quintano
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Para abrirse camino hacia Rusia 2018 (nada que ver ya con la Rusia del 63, la de Daniela Bianchi en «From Russia With Love»), la España de Lopetegui (uno de los españoles más influyentes, de dar crédito a las encuestas) ha vencido a Israel, proporcionando al «As» y al «Marca» titulares veterotestamentarios, para que luego digan que los cronistas deportivos son incapaces de encontrar una oración en la Biblia.

Por uno de esos caprichos de la historia, Israel es parte futbolística de Europa, y podía haberlo sido geográficamente, si Roosevelt se hubiera tomado en serio la propuesta que en febrero del 45 el ladino rey saudí Abdul Aziz le hizo en la cubierta del crucero «USS Quincy» en medio del Canal de Suez sobre establecer el nuevo Estado judío en territorio alemán, con lo que ahora el equipo de Lopetegui, en vez de tener enfrente a Marciano, el manirroto portero israelí, habría tenido a Neuer, «Noya» para los locutores de TV, y para Florentino Pérez, «el mejor portero del mundo».

En cualquier caso, un España-Israel de fútbol tiene sus extravagancias, y los «notas» de la localidad, que era Gijón, aprovecharon que la ocasión la pintaban calva para sacar los pies del tiesto y echar a volar el grajo del antisemitismo, que a estas alturas tampoco se sabe si es un racismo homologado por la UEFA. No es un asunto terminado: históricamente, y pasando por alto el principio de contradicción, el racismo europeo ha acusado a los españoles, primero, cuando interesaba a los protestantes, de poseer mezcla judía, y después, cuando interesaba a los ilustrados, de perseguir a los judíos.

Pero Villar, presidente de la Federación de lo que él llama «Fulbo», incapaz de llevar el chiringuito de «La Roja» a Barcelona o a Bilbao, llevó el partido contra Israel a Gijón, cuyo Ayuntamiento participa oficialmente (eso incluye la gaita) en la kermese internacional contra la única democracia de Oriente Próximo, coincidiendo el teatrillo con la celebración en Italia del sexagésimo aniversario del tratado de la Unión Europea, donde nadie, ni siquiera Rajoy, mentó a don Santiago Bernabéu, artífice de la Copa de Europa, que, anterior al Tratado de Roma, ha hecho por el europeísmo bastante más que los burócratas con librea de Bruselas, que vienen a ser como el ejército chino de terracota que tiene frau Merkel al servicio su casino alemán, que no otra cosa es la UE, donde el luxemburgués Juncker pone cara de cervecero bávaro, donde el polaco Donald Tusk pone cara de cabo prusiano y donde la última palabra la tiene únicamente Alemania, quien, después de arrojar a Delors a los leones por proponer una Europa de dos velocidades, decreta la Europa… de dos velocidades, una, la de los prestamistas, que sólo es Alemania y que jugará como el Madrid de Mourinho, el equipo más rápido del mundo, y otra, la de los prestatarios, que son el resto y que jugará como el Rayo de Paco Jémez.

-Hay que tener fe en Europa -dijo Rajoy en Roma.

-Hay que tener fe en el Mundial -dijo Lopetegui en Gijón.

Debemos, pues, creer en todo lo que no vemos.

Desde luego, la Europa de Rajoy no está en nuestra mano. Y el Mundial de Lopetegui, tampoco, ya que se celebra en la Rusia de Putin, el hombre, según el establishment, que todo lo hackea. Los liberales americanos sostienen que Putin es con las elecciones como los chinos del barrio con las tragaperras: nadie sabe cómo lo hace, pero se lleva el bote.

En las redacciones de todos los periódicos ya se están cociendo los reportajes de «Putin hackea el Mundial para que lo gane…» (aquí, el nombre del equipo sorpresa de turno).

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