Salvador Sostres

El Barça de las machadas

La victoria llega a destiempo para un equipo que ha sido barrido de Europa

Salvador Sostres
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Luis Enrique se presentó al Bernabéu vestido como un cantante de rancheras, con un inconcebible traje gris perla brillante y una especie de intolerables bambas. Cristiano, con una ensalada en la cabeza de esas que por encima llevan trocitos de bacon. Y la trilogía estética la completó Messi jugando durante varios minutos con un pañuelo tapándose el labio –como mi tía Paquita cuando se resfriaba– que Marcelo le había destrozado de un codazo.

El Barça llegaba herido, eliminado de Europa, triste y no sin causa; y el Madrid le esperaba eufórico, vivo en la Champions, dispuesto a cerrar la Liga y a hundir en la miseria al eterno rival. Las sensaciones se trasladaron al principio del partido y el árbitro le perdonó a Umtiti un clamoroso penalti.

Pero enseguida las fuerzas se equilibraron y aunque el Madrid marcó primero el Barça no perdió el hilo y Messi, que por fin volvió a comparecer al nivel del sueldo que le pagamos, consiguió el empate de un gol notable. Casemiro tuvo que ser expulsado pero el árbitro compensó lo de Umtiti perdonándole la segunda y clarísima amarilla al de São José dos Campos. Al Madrid el empate le bastaba y aunque el Barça seguramente jugó los mejores minutos del último mes y medio, era deprimente sentir que volvíamos a las tinieblas de los peores años de Núñez, cuando íbamos al Bernabeu a hacer la machada para tratar de disimular el fracaso de la temporada.

Ter Stegen dio un recital de paradones, respondiendo con manos soberbias a los durísimos disparos exteriores del Madrid, que empezó la segunda parte como un ejército alarmado, con ataques imperiales, de esos que asustan incluso más de lo que producen y crean la sensación de la inminencia del gol, que el portero alemán evitó de todas las maneras posibles, hasta como en el balonmano, con un pie en el aire, para desviar un cabezazo de Benzemá que era materialmente imposible que no entrara. El Barça, ahogado, no podía salir y lo poco que tuvo lo fallaron Alcácer, solo en el punto de penalti, y Suárez, que tuvo su noche imprecisa. Magnífica mano de Keylor Navas para atajar un buen cabezazo de Piqué.

A Messi le costaba mucho más hacer lo suyo que en la primera parte, atado en corto por la defensa local y también Keylor Navas ofreció su recital. El partido entró en un noble y muy vistoso intercambio de golpes que cerró Rakitic con un majestuoso disparo parabólico que volvió inútil la estirada de Navas.

Lejos de hundirse, el Madrid reaccionó con hombría, y aunque Sergio Ramos se lo puso todavía más difícil con una impresentable entrada a Messi, que le costó la más que merecida roja directa, este equipo tiene un espíritu competitivo único en la Historia, y James consiguió un empate que parecía una Liga. Pero por una vez, una, el Madrid probó su medicina y en el 92 once again Messi marcó de un colocadísimo disparo. Se quitó la camiseta y quieto como un torero la mostró al público. Emocionante celebración e importante victoria, bastante a destiempo para un equipo que por segundo año ha sido humillantemente barrido de Europa. Si esta euforia disimula el fracaso de lo verdaderamente sustancial, que es la Champions, el Barcelona acabará reducido a un petulante club de provincias. Y provinciano.

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