Etapa 17 Tour de FranciaFroome resuelve el Tour

En otra etapa controlada por el Sky, el líder deja atrás a Quintana y sentencia con el Mont Blanc de testigo

Finhaut-Emosson Actualizado: Guardar
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El lunes, en la etapa que subía y bajaba al Gran Colombier, el tártaro Ilnur Zakarin iba en fuga con Pantano y Majka. Entre la sal del sudor y el viento del descenso se le saltaron las lentillas. «No veía nada». Se le apagó la luz en pleno día y no pudo pelearle a Pantano el triunfo en Culoz. Tras el día descanso y camino de la meta en la presa de Finault-Emosson, volvió a toparse con Pantano y Majka en una escapada. Esta vez parpadeó a tiempo, hidrató las lentillas y ganó su primera etapa en el Tour. «No podía más», suspiró en la cruel rampa final. Ni levantó los brazos al llegar desmanejado. Le habían pedido desde el coche del Katusha que se abrochara la cremallera ante de entrar para lucir el nombre del patrocinador y casi se cae.

Vacío. Cruzó la meta blando y le tuvieron que sostener. Solo le quedaban fuerzas para enfocar sus lentillas. Miró al fondo y lo vio: el Mont Blanc era testigo de su triunfo.

Nada escapa al ojo de este coloso, techo de Europa. Monte Blanco. Keniata blanco. Chris Froome. Comparten color y altura. El líder resolvió aquí el Tour, su tercer Tour. Cavó otro surco entre él y Quintana: medio minuto más de renta. Tras otro día de tedio al ritmo del Sky, a la etapa sólo le subió la fiebre en el último kilómetro y medio. Y cuando sonó el timbre para despertar al público, aparecieron unicamente dos: Porte, el más resuelto, y Froome, con mucho el más fuerte. Los demás se repartían en un reguero de vencidos. Mollema, que de profesión tiene la de sufridor, está ya dos minutos y 27 segundos. Yates a 2.53. Quintana a 3.27. Valverde, séptimo, se aleja a 5.19.

Froome y el Sky marcaron su territorio. «Estoy muy feliz. Parece que esta vez tengo más fuerzas en la tercera semana», dijo el líder. Al Mont Blanc, que fardaba de talla sin una nube que se pusiera a su altura, le llaman también el Monte Maldito. Por las muertes que se ha cobrado. Frente a esa pared, Quintana conoció sus límites. Cuando Froome salió a coger a Porte, ya en el final de la subida al pantano de Finhaut-Emosson, a Quintana le levantó el dolor del sillín. Crujió por dentro. Notó que la cuesta le hacía un nudo en las piernas. Froome, que lleva dos semanas pasándole el capote por el morro, le había metido la estocada. El colombiano supo ahí que ya no es su Tour. Dejó de coletear sobre los pedales y se sentó. Se sentía de madera, crucificado en su propia bicicleta. Por él habló su compañero Valverde, que se había sacrificado en vano: «Froome está muy fuerte, como su equipo. En condiciones normales parece que tiene sentenciado el Tour». Antes de la meta en la presa alpina, sólo había una duda: ¿Se habrá reservado Quintana para apuntillar a Froome? No. Resuelta. Como el Tour.

Como la víspera de la etapa del Finhaut-Emosson había sido jornada de descanso, los equipos tuvieron tiempo para manosear las tácticas. Había que aislar a Froome. Arrancarle el escudo de su equipo. Con esa idea tomaron la salida el Movistar de Quintana y Valverde, y el Astana de Aru y Nibali. Pero no era el día del equipo español, que perdió por caída a Gorka Izagirre nada más partir. Tras dos horas de locura, el Sky soltó el carrete para la fuga, la de Pantano, Zakarin, Majka y unos cuantos más. También el conjunto de Froome tenía una estrategia. La desveló uno de los suyos, Mikel Landa, ya en la meta: «Un día, hoy, mañana, pasado o el sábado, Froome iba dar el estacazo». El tiro de gracia. Disparó a la primera.

La etapa de paisaje suizo tenía dos puertos pegados en el tramo final: el col de Forclaz, que sube zigzagueando entre viñedos y aldeas acurrucadas en la ladera, y Finhaut-Emosson, una cuesta hecha para complicarles la vida a los corredores. Mientras Zakarin abría bien los ojos, conservaba sus lentillas y dejaba atrás a Pantano y Majka, el Sky imponía su trantrán. «Son una locomotora», definió Haimar Zubeldia. Pronto, el grupo se redujo a los apellidos de etiqueta. El Astana, que quiere subir a Aru al podio, aceleró. Nibali, Tiralongo y Rosa le metieron fuego a los pulmones del resto. Así, con los músculos al rojo, el Tour se enfrentó al Mont Blanc, a la presa de Finhaut-Emosson. Un descubrimiento.

Valverde, generoso de nuevo, inició la ceremonia de su sacrificio. Todo por Quintana. Para cada desafío, el Sky tenía una respuesta. A por el murciano tiró Henao. Y cuando Valverde insistió, a por él se fue Poels, que también calmó a Aru. Tras Froome, Poels parece el más poderoso del Tour. El belga se colocó al frente e intimidó. Detrás, Valverde pagaba su entrega. Cedía. «Bueno, pero yo nunca he pensado en luchar por el podio. Yo estoy aquí por Quintana», insistió. ¿Y Quintana? ¿Dónde estaba? Donde siempre. A rueda de Froome. Sin respuesta. El colombiano había puesto toda su fe en la tercera semana del Tour, en los Alpes que se le atragantaron a Froome en 2013 y 2015. Pero no se movía. Continuaba soldado al líder. Su sombra durante 17 etapas. Porte, con su arrancada a kilómetro y medio del final, desveló el motivo. Quintana no ataca porque no puede. «Bueno –se consoló el colombiano–, tengo muchos años por delante». La letra de una rendición.

A tapar el latigazo de Porte, candidato al podio, salió el de siempre, Poels, con Froome a su rueda. Quintana claudicó. El Mont Blanc huele a salud. Aire balsámico, nuevo. Quintana olía a humo, a embrague quemado. Froome se giró y vio la zanja entre él y su rival. Profunda: en ella cabe su tercer Tour. Se subió al ritmo de Porte y alejó a Quintana medio minuto más. La máscara de cera que no deja ver el sufrimiento del colombiano se fundió de repente. Roto. Clavo. Le pasaron Yates, Bardet, Aru y Mentjes. Le pasó por encima Froome. Le dio, como dijo Landa, el «estacazo» definitivo. Desde arriba, el MontBlanc lo vio claro. Como Zakarin con lentillas.

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