CiclismoColombianos al poder

Los «escarabajos» acaparan los triunfos en 2016 y consuman la obra de los pioneros Lucho Herrera, Fabio Parra o Martín Farfán

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Treinta años atrás Colombia se enalteció por un reguero de sangre. No fue la consecuencia de un disparo a quemarropa por un acto terrorista en un país que trata hoy de recomponer la paz, sino por el flujo de plasma de un ciclista. Lucho Herrera se cayó a diez kilómetros de Saint Etienne cuando se disponía a ganar otra etapa en el Tour. Pedaleaban con él la grandilocuencia de los locutores de radio y televisión, un país apasionado con el ciclismo y 40 millones de compatriotas. Herrera revivió en un destello la historia de su nación, caer y levantarse, mientras la sangre manaba de su ceja izquierda y manchaba el maillot de topos rojos. Venció aquel día en una mezcla de epopeya y ardor guerrero.

Treinta años después, una comitiva de ciclistas colombianos ha tomado el poder en el pelotón mundial durante 2016 y ha modernizado la especie de los escarabajos, aquella entrañable tribu de escaladores cetrinos y enjutos.

La literatura ciclista de Colombia, profusa y admirable, recuerda a «Cochise» Rodríguez, el primer ciclista del país ganador de etapas en el Giro (1973) que adoptó su apodo por la admiración que sentía hacia el indio apache. Llegaron luego los trepadores incontenibles, Lucho Herrera, Fabio Parra, «Condorito» Corredor, Patrocinio Jiménez, «Pacho» Rodríguez, Martín Farfán, Oliverio Rincón...

Eran colonizadores modernos que exprimían las virtudes orográficas de su país. Colombia es una sucesión de cordilleras (oriental, central y occidental) mirando al mar y la selva de entrada al Amazonas. Subir y bajar montañas se convierte en una costumbre para los ciclistas colombianos, igual que para sus conductores escalar carreteras. «Nuestros corredores respiran grueso», comenta Héctor Urrego, la voz del ciclismo en la radio RCN.

Respirar grueso significa que los ciclistas cafeteros elevan los valores del hematocrito y la hemoglobina en la sangre de forma natural, ya que viven a 3.000 metros de altitud. Lo que otros ciclistas buscan en concentraciones en altura o por métodos químicos, ellos lo tienen al salir por la puerta de su casa.

Un año pletórico

Nairo Quintana ha ganado la Vuelta a España y ha sido segundo en el Tour, Esteban Chaves ha sido tercero en la Vuelta y segundo en el Giro además de conquistar el Giro de Lombardía, Jarlinson Pantano animó la última semana del Tour con sus ataques, «Supermán» López se ha llevado la Vuelta a Suiza y la Milán-Turín con solo 22 años. Sergio Henao fue pieza clave en ayuda de Froome en el Tour y, en función de gregario, terminó el 12 en la clasificación general.

«No se trata solo de genética, sino de planificación e inversión», cuenta a ABC el vizcaíno Josean Matxín, responsable de la cantera del equipo Etixx. «La federación colombiana ha hecho bien su trabajo. Organiza carreras para todas las categorías por todo el país. Cadetes, juveniles, sub 23... He estado allí varias veces y lo he visto. Hay 400 corredores jóvenes inscritos en cada prueba, incluso se hacen competiciones de equipos mixtos hombres y mujeres. De la cantidad sale luego la calidad. Si en España se hiciese algo parecido surgirían más equipos y más patrocinadores. Ellos lo han hecho muy bien».

No faltan voces que sugieren un retorno a los principios. La aparición de la dichosa EPO en el pelotón en los años noventa relegó a los colombianos a un segundo plano. Gracias a la hormona estimulante de la eritropoyetina, los rodadores europeos subían montañas tan rápido como los «escarabajos». «Los colombianos no necesitan recurrir al dopaje para escalar montañas. Ellos lo hacen cada día», recuerda Vicente Belda, el descubridor de Nairo Quintana que le vendió sus derechos a Eusebio Unzué (gerente del Movistar).

Colombia ha fabricado nuevos ídolos que triunfan de rosa (Nairo, en el Giro) y de rojo (la Vuelta). Ya solo les falta el asalto al amarillo del Tour.

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