Cádiz CF

Valladolid-Cádiz CF (1-1) Habrá que creer aunque no se crea

El Cádiz CF rentabiliza su mediocridad con un punto que nace de la cabeza de Servando y de la suerte que tanto trabaja Cervera

Alfonso Carbonell

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Marcos Mauro se eleva para rematar un balón.

Ojito que este Cádiz CF se mete en Primera. Así, como el que no quiere la cosa. ¿Que por qué? Porque sí. Porque si es capaz de venir de Valladolid con un puntito debajo del brazo con una sonrisita en la cara es capaz de todo. Porque no es normal. Porque hay una flor por ahí... Muy cerca de Álvaro Cervera, ese entrenador que ensaya hasta cómo refugiarse de un bombardeo. Y cuando todo eso sale, pues entonces se puede y se debe creer en los milagros. Porque este Cádiz CF, no es una broma, trabaja hasta los milagros. ¡Hasta los milagros!

No es normal. No es normal que este equipo coseche un punto en Pucela sin exponer absolutamente nada. Nada de nada. Tampoco es que el Valladolid jugase en plan ‘globerstrotters’, la verdad. Pero que este Cádiz CF sumase un punto en Zorrilla es para plantearse muy seriamente que sería capaz de todo. De absolutamente todo sin tener absolutamente de nada.

Mediocridad en cantidades industriales. A granel. Esa es el menú que expone cada vez que este Cádiz CF acomplejado sale de sus dominios. Mediocridad que le vale para seguir soñando. Mediocridad que le vale para ‘dormir’ a sus víctimas hasta llevarlas al sosiego donde las mata. Mediocridad como remedio a la falta de creatividad. Mediocridad, bendita y santa mediocridad amarilla.

Porque Cervera se ha empeñado en creerse, y hacerle creer a sus muchachos, que son malos, muy malos, los peores. Y a la vez, con sus armas, pueden ser los mejores. Y se ha empeñado, con acierto, en valorar lo que es un defecto para convertirlo en virtud. Tanto ha lobotimizado a los suyos que hasta ha conseguido hacerles pensar que siendo malos se puede conseguir la gloria. ¡Y chapó porque van camino de ella!

La mediocridad se ha consolidado en este Cádiz CF que busca la gloria con el peor de los argumentos que para el cadismo es el mejor. El partido de los amarillos en Valladolid es lo mejor para pegarse una siesta tras una comida golosa y aburrida. Si alguien de la 2 ha visto el partido es muy probable que lo pida para emitirlo este mismo lunes para programarlo como obsequio a una audiencia que le encanta despatarrarse en el sofá mientras observa como la serpiente se engulle al inocetón ratón.

Este Cádiz CF aburre y el fútbol le pedirá cuentas más tarde o temprano. Pero hasta que no se las pida hay que disfrutarlo. Y hay que disfrutarlo porque está ahí. En las puertas del Olimpo. Ahí, llamando con orgullo y carácter. Con dos pares. Y eso, las cosas como son, hay que valorarlo. Porque la cara hay que defenderla siempre. Se tenga la que se tenga porque para eso se tiene y se pasea. Y eso no para de hacerlo el maestro de la banda. Hay que valorar que con tan poco se pueda pedir el cielo, se reclame y hasta se pida cuentas.

Desde muy pronto se lanzó el guión a los espectadores. Unos, los de violeta, se apoderaban del balón y se acercaban al área rival. Los otros, los de amarillo, tranquilos y hasta contentos, se hacían fuertes en su trinchera... Relajados y contentos... Hay que quererlos.

Cervera ha hecho sus cuentas y son tres victorias las que le salen para conseguir el pasaporte para el ‘play off’ de ascenso. Ha cogido su calculadora y se la ha enseñado a los suyos. Y por lo que se ha visto ni ha querido probar si la primera podía caer en Valladolid. Ni ha querido él ni ninguno de los suyos a excepción de Salvi, que quiere jugar en Primera de azúl, de amarillo, de violeta o como sea. Y lo merece.

El Cádiz CF entregó el balón sin que se lo pidieran desde el primer momento que entabló conversación con los leoneses. Cervera sacaba el mismo once de Vallecas y volvía a pecar con Carrillo fuera del área. Toda una señal de lo poco que le importaba el balón. Porque el murciano fuera de los terrenos del ‘9’ es lo más parecido a decirle al fútbol de toque que con él no quiere saber nada de nada. Oye, y a mucha honra que para eso se viene de donde se viene y se quiere ir hacia donde se quiere ir. ¿Qué no?

Pero eso no quiere decir que Cervera sea un aburrido. No, no lo es. Por supuesto que le encanta ser conservador en sus planteamientos pero en cuanto tiene una oportunidad de darse una alegría, se la da. Solo por eso se entiende que meta en el once inicial a un anárquico Abdullah, el único que le da a este Cádiz CF la posibilidad de inventar.

La primera parte fue un control absoluto del Cádiz CF. Dicho así puede que no se entienda, pero lo fue. Porque el Valladolid era el único que tenía el balón y el único que se acarcaba al área rival pero si era capaz de eso era porque el Cádiz CF le dejaba. Y así pasaron los minutos hasta el descanso.

La cosa no varió mucho en la segunda parte. Es más, de los vestuarios salió el Cádiz CF algo más decidido. Pero tan solo fue una pose. Lo que sí quedaba claro es que tanto vallisoletanos como gaditanos estaban muy limitados. Algo más, por suerte o por desgracia, los de amarillo, que no dudaban en colocarse los once detrás del balón. Y claro, esas cositas hacen que pasen las cosas que pasen. Y lo que pasó es que los de Pucela se adelantaron en el marcador casi que sin querer. Los de Sergio González movieron el balón plácidamente de banda a banda mientras los de Cervera se movían al son de la pelota como el que hace aerobic al ritmo sumiso del monitor. Así, de esa manera tan tontuna, se coló el Valladolid en la cocina de Cifuentes para que Toni Martínez, casi a placer, adelantase a los suyos tras un pase de la muerte.

Cervera movió el banquillo como el que se pide otra cubata en una noche sin pasión para encontrarla. Y la encontró. Porque el catequista está de racha y olé él. El Valladolid le dio el balón al Cádiz CF y los de la Tacita lo movieron como el camarero inexperto se mueve entre una pista de baile llenita de charquitos. O sea, fatal pero con gracia.

Entre tanto, entre que el Cádiz CF se despertaba o no, el Valladolid, por medio de Toni Villa, casi le da la puntilla al partido de no ser por la flor que, ¡ya era hora!, le acompaña a los de amarillo.

Pero como una flor es la vida, el Cádiz CF se mantuvo en ella. ¡Y de qué forma! Los de Cervera, por guión más que por creencia, no tuvieron otra que cumplir con el papel que la coyuntura le encomendaba. Así llegó una falta sin apenas importancia que botó Eugeni desde muy lejos para que Servandol, solo, cabeceara a gol para empatar un partido que siempre estuvo perdido.

El gol no solo hizo saltar del sofá, de la barra o de donde se estuviera al cadismo, sino incluso le dio al equipo más moral porque Salvi, con el exterior, casi remonta el partido. Hubiera sido demasiado.Demasiado para un equipo que sigue creyendo pese a que no crea en él.

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