Cádiz CF

El nuevo e ingrato papel de Güiza

El delantero jerezano asume su suplencia pero se rebela contra ella hablando sobre el campo

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Dani Güiza, determinante.
Dani Güiza, determinante.

Campeón de Europa con España. Fichaje mediático del fútbol turco. Último pichichi nacional que ha tenido la Liga de las Estrellas. Un crack que camina hacia su retiro. Otros muchos (Iker Casillas o Raúl, por ejemplo) ya patinaron en ese ingrato papel que se les tiene guardado a los más veteranos y que no muchos aceptan de buen grado. La edad no perdona y el fútbol, menos. Pero Dani Güiza quiere resistir. Y no con titulares a la prensa, ni con malas caras en los entrenamientos, ni con posibles boicots al compañero que le roba el protagonismo, ni con chismorreos o filtraciones a la prensa para desmerecer al que manda... Nada de eso. Güiza quiere más minutos y habla donde mejor sabe hacerlo, en el campo.

Es ahí donde mejor se puede saber lo que siente el jerezano xerecista que ahora besa el escudo del Cádiz CF. Y lo que debe sentir todo un internacional absoluto es rabia. Rabia por no poder dar todo lo que sabe que aún puede llevar dentro, pero que el físico le impide darlo.

Se puede sentir lo que siente cuando se le ve, tras controlar un balón, fintar y engañar con un caño a un rival, soltar la bola con resignación, pero de tacón, una vez que ha levantado la cabeza y comprueba que el área rival está, para él, más lejos que Mordoc y que no llegará, que no podrá llegar con éxito. Su cuerpo no da para más y siente con paciencia como cae sobre él el peso de la dura realidad.

Y la acepta. No tiene otra. Como acepta el papel que le ha tocado jugar esta temporada en el Cádiz CF. Lo que no quita para que se rebele contra él como lo hacen los verdaderos profesionales. Sale al campo enrabietado. Se cabrea porque no entra en juego. Se desespera con una decisión arbitral porque ha luchado una enormidad para hacerse con un balón que se lo desbarata el juez de la contienda. Pero vuelve al verde. No desespera. Está sobre el campo, vestido de corto y es ahí y ahora cuando tiene, cuando debe, aprovechar. Y lo aprovecha. Echa mano de su olfato goleador, se queda como silbando por el segundo palo y entonces llega el momento y no falla. Lo clava. Es gol. Y lo celebra con toda la rabia que lleva dentro por no poder dar más a un equipo que le ha devuelto la ilusión por triunfar y por el que no tuvo reparos a ensuciarse en el barro.

Es consciente de que jugando titular en Copa es suplente en Liga. Pero ha venido a arrimar el hombro y no pone una mala cara. No la pone cuando se pierde, menos cuando se gana. Como el pasado miércoles, que le tocó hablar en zona mixta con la prensa, con la que bromeó con la misma guasa con la que sorteaba defensas rusos en Austria.

Acepta su rol, su nuevo e ingrato rol. Pero lo hace con una sonrisa que se le borra en el justo momento que pisa el verde. Sabe que le toca estar a la sombra de Ortuño. Lo comprende pero se niega a bajar la guardia. Es mayor, apura su final y le queda poco, pero sigue afilando flechas en el vestuario.

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