Con la cara partida, totalmente partida. Da igual que la jornada haya sido bonita y que las cervezas y el buen ambiente haya sido la tónica predominante durante el domingo en Vallecas. Si al final tu equipo pierde, te vas para casa muy fastidiado.
Más de un millar de cadistas inundaron de amarillo las gradas del vetusto estadio del Rayo Vallecano. Un escenario humilde y pequeño, pero con un olor y sabor a grandes tardes de Primera División.
Fue una domingo de amistad y de cariño recíproco entre dos aficiones. Ambas hermanadas y que esperaban reencontrarse siete años después en un partido oficial. El tiempo apremiaba pero todo ese compañerismo se esfumó cuando el árbitro pitó el inicio del partido.
A partir de ahí, el cielo se convirtió en un infierno para los seguidores amarillos. Muchos de ellos mezclados con los del Rayo, como si un derbi vasco se tratase.
Los locales con alegría y los visitantes totalmente noqueados antes de 600 kilómetros de vuelta hasta la patria gaditana. Lo mejor sin duda una jornada para el recuerdo y el abrazo de los vencedores. Esta es también la salsa del fútbol.