Ciclismo

Mikel Landa, entre los cracks

El ciclista más prometedor de España vive sus primeros días en el Sky, el equipo que marca la pauta en el pelotón

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El viento ha cambiado de signo para Mikel Landa (Murguía, Álava, 26 años). Hace apenas tres años costaba reconocerlo entre la congregación de robots y ciclistas cortados por el mismo patrón en la desaparecida comunidad del Euskaltel. Este fin de semana en Santiago de Compostela, sede de la puesta de largo de la Vuelta 2016, no había director, excorredor, aficionado o periodista que no quisiera estrechar su mano para agasajarlo, aconsejarlo o, en el mejor de los casos, simplemente saludarlo. Hasta ese estatus distinguido lo elevó un 2015 pletórico, en el que puso contra las cuerdas a Contador en un magnífico Giro y emergió como figura en ciernes al ganar la etapa reina de la Vuelta, aquella escabechina en las montañas de Andorra.

Landa fichó por el Sky, el equipo que marca la tendencia en el ciclismo del siglo XXI. Si el Sky viste de negro, el pelotón se convierte en una amalgama de tonos oscuros. Si se rodea de nutricionistas, los mánager se lanzan a la contratación de estos especialistas. Arranca 2016, el ciclismo se quita la carbonilla del invierno y Landa ya ejerce como embajador del mejor equipo del mundo, el feudo de Chris Froome.

El Sky se ha juntado, como todos los años, en las playas de Mallorca para inaugurar el curso, repartir el material entre sus corredores y adecuar planes de entrenamiento. Mientras otros británicos dan rienda al desmadre alcohólico en los bares de Magaluf, los ciclistas del Sky exprimen el calor de la isla y llenan los depósitos de reservas para el curso.

«Es un grupo muy agradable. Nada estirados. Me han parecido todos muy normales», cuenta Landa en impresión que contrasta con la imagen pública que acompaña al Sky, relacionada con la prepotencia y el exceso de autoestima.

Las primeras sensaciones de Landa respecto a su nueva casa son, obviamente, favorables. Casi en la misma línea que sus declaraciones cuando aterrizó en el Astana hace un par de inviernos. «Me ha llamado la atención que están muy pendientes de los corredores. Funcionan mucho como colectivo, todos a una. A mí me estaban preguntando constantemente si necesitaba algo, si podían echarme una mano con algo. Y yo, que estoy acostumbrado a manejarme solo, me he cansado de decir que no necesitaba nada».

Landa salió del Euskaltel, un coto cerrado y local, y conoció mundo en el Astana. Viajar solo a las carreras, coger aviones sin compañía, chapurrear varios idiomas, relacionarse con ciclistas de otras nacionalidades, pedir todo por la intranet... Aparcó sus estudios de arquitectura técnica, ese mundo que le fascina por la sensación de construir algo desde la nada, y se ha volcado en la bicicleta.

Se ha entregado a un deporte que le sedujo por determinados personajes a los que no ha visto correr cuando estaban en activo. El abulense Chava Jiménez, por sus ramalazos de genio, capaz de lo mejor y lo peor en la misma tarde. El italiano Marco Pantani, estrella mundial que caminó hacia la autodestrucción y que atacaba, como él, con las manos en la parte baja del manillar. Escaladores de otro tiempo a los que Landa admira a través de YouTube cuando hace rodillo.

En el Sky comparte sudores con otro tipo de ciclista, Chris Froome, menos dado a la épica, más pendiente de los datos del ordenador SMR. «Froome es un tipo normal, muy accesible. Durante estos días siempre estaba dispuesto a ayudarme con lo que me hiciera falta».

Dave Brailsford, el padre de la obra Sky, le ha ofrecido las mejores palabras pero también le ha mostrado el camino. Landa recibió en Mallorca una cabra, la bicicleta aerodinámica de las contrarrelojes, sillín alto y manillar de triatleta que obliga al ciclista a bajar la espalda hasta ponerla en paralelo con el cuadro. El vitoriano, que tiene como primer objetivo el Giro y como segundo los Juegos Olímpicos y su exigente prueba, tiene todo por hacer en esta modalidad, donde perdió cinco minutos con Contador en el Giro y probablemente la victoria en la carrera.

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