Atletismo

Día de esfuerzo, risas y mucho barro contra el cáncer de mama

La Muddy Angel Run del domingo pasado en Madrid reunió a 3.000 participantes que superaron todos los obstáculos manchándose contra el cáncer de mama

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«Uff, yo eso no puedo», «Que no, que me da mucho miedo», «¡Yo no subo eso ni loca!», se escuchaba antes de cada prueba. «¡Conseguido!», «Lo hemos terminado, chicas», «¡¡Superado!!», se oía al final. En medio de esos dos tipos de expresiones, un sinfín de obstáculos, de manchas de barro, de sudor y de risas que terminaban con un abrazo en grupo y saltos en la meta. La Muddy Angel Run no era una carrera contra el tiempo o por llegar primeras. La Muddy Angel Run era un día para disfrutar, pasarlo bien y salir satisfecha de las barreras mentales que se han roto en el camino.

En un día espectacular de sol y cielo azul, las casi 3.000 mujeres inscritas en la prueba de Madrid disfrutaron de un calentamiento a ritmo de zumba y todo el material necesario para que la carrera comenzara a su hora y terminara cargada de emoción.

Los dorsales en la cinta del pelo, los disfraces, la ambientación, los ánimos, los voluntarios, los organizadores... todos se volcaron para que el barro manchara con una sonrisa y los obstáculos se superaran con fuerza, compañerismo y garra.

Eran madres, abuelas, tías o hermanas. Todas tocadas con la varita de la superación y de la solidaridad con aquellas que han sufrido o sufren un cáncer de mama. En las camisetas y en el corazón, mensajes para las que no están o las que tuvieron que quedarse en casa. «Mi madre me enseñó a luchar», decía la camiseta embarrada de dos participantes, hermanas e hijas de una superviviente del cáncer que pasó un sinfin de operaciones. «Pero salió y con dos..., la tía. Olé por ella», decían las protagonistas justo antes de enfrentarse a una escalera de cuerda y gatear sobre unas cintas llenas de barro. Y celebrarlo al otro lado.

También hubo tiempo para superar miedos: los de lanzarse por un tobogán hasta una piscina embarrada, los de subir con cuerdas un terraplén y dejarse llevar por la ladera resbaladiza, los de arrastrarse por el suelo para no rozar las cintas sobre la cabeza o los de sumergirse boca arriba y pasar la valla metálica. Pruebas, triunfos y proezas de tres mil mujeres que se demostraron a sí mismas que son capaces de eso y de mucho más. Porque de los resoplidos iniciales, de los «Cómo me he puesto» y los «no soy capaz» del principio se pasó a un estado de euforia de los «yo quiero repetir», «qué campeonas somos» o «podemos con todo».

Porque si no era tu propio esfuerzo el que superaba la prueba, era la mano de alguien a tu lado quien te cedía las últimas energías. Daba igual si era de tu equipo o del otro, porque las únicas peleas eran contra una misma y pequeños rebrotes de competitividad entre bromas para ver quién llegaba antes a enfrentarse con el siguiente obstáculo o para «posar» con cara de esfuerzo ante los entregados fotógrafos. Madres que corrían por sus hijos, hijas que corrían por sus madres, tías, amigas o abuelas. Entre todas, una fuerza descomunal que estallaba en risas y ánimos a cada paso. Al final, también en la meta, el sentimiento era el mismo: «Hemos ganado». La carrera, el miedo, el cáncer.

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