Ian Woosnam resopla durante su recorrido del viernes
Ian Woosnam resopla durante su recorrido del viernes - AFP
GOLF

Augusta no perdona a nadie

La dureza del National hace que solo seis de los dieciocho antiguos campeones pasen el corte

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El Masters es un torneo tan especial que los socios del Augusta National viven todo el año deseando que llegue la primera semana de abril. Al igual que la Semana Santa es venerada en Sevilla, el Masters lo es en el corazón de Georgia. A veces, como en esta edición, el clima causa malas pasadas y trata de arruinar la fiesta a los organizadores; pero estos, en cualquier caso, siempre ponen todo de su parte para que el gran ganador de cada primavera sea el propio campo.

Cuando Bobby Jones ideó este jardín en los años 30, quería rendir un homenaje al golf, esa actividad que tanto le había dado y que le convirtió en el mejor jugador del mundo, a pesar de no perder nunca la categoría amateur.

Por eso creó el mejor torneo posible basado en un recorrido que no tuviera parangón, ni en su mantenimiento ni en su diseño.

Con una vegetación autóctona impresionante (el campo se levantó sobre unos antiguos viveros) que se fue incrementando con el paso de los años, el paisajismo ha sido siempre tan importante como el terreno de juego en sí mismo. Lo que deseban los rectores del club es que una vuelta en este exclusivo recorrido perdurara para siempre en la mente de los afortunados que la pudieran realizar. No hay duda de que lo consiguieron. Lo que sucede es que, con el paso de los años y el avance de los materiales, existía el peligro de que los profesionales terminasen por dominar el campo en exceso.

El primer toque de atención surgió en 1980, cuando Severiano Ballesteros ganó su primera chaqueta y metió el miedo a los estadounidenses en su propia casa. Por eso decidieron cambiar la hierba de los «greens» y comenzaron a ponerlos a unas velocidades de vértigo. Sin embargo, esa estrategia apenas les duró dos décadas, ya que cuando apareció Tiger Woods en 1997 sí que se dieron cuenta de que el National se había quedado obsoleto. El número uno mundial ganó con (-18) y batió todo tipo de registros gracias a su descomunal pegada y a su facilidad para parar la bola en los tapetes.

En 2002 optaron por remodelar el diseño, retrasando las salidas de nueve hoyos para ganar 300 metros más de longitud. Y, luego, poco a poco, se fueron añadiendo otro tipo de reformas, siempre con el mismo objetivo de dificultar el juego al máximo.

Los veteranos lo sufren

«Este ya no es el campo en el que gané en dos ocasiones», se lamentaba José Mari Olazábal, que sufre en sus propias carnes las modificaciones sufridas. «Ahora hay que ser súper atletas para jugar bajo par y a nosotros no nos queda otra que tratar de disfrutar con nuestras limitaciones», confirmó el vasco. Lo cierto es que hoy en día ya no es una garantía de éxito en Augusta haber jugado muchas vueltas previamente, como sucedía antes. De hecho, solo seis de los dieciocho antiguos ganadores del torneo han conseguido pasar el corte en 2017.

Los datos se vuelven más crueles con los excampeones de más de cincuenta años, que tienen permitida su participación mientras se sigan sintiendo competitivos. En ese caso, únicamente Fred Couples (-1) y Larry Mize (+6) fueron capaces de clasificarse para el fin de semana. Sus compañeros Tom Watson (+8); Olazábal, Vijay Singh y Bernhard Langer (+9); Ian Woosnam (+10), Mark O’Meara (+12) y Sandy Lyle (+16) se quedaron con el consuelo del cariño del público y de haber paseado por Magnolia Lane una vez más.

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