Dani Arnold en cumbre del Cervino o Matterhorn tras escalarlo en 1 hora y 46 minutos
Dani Arnold en cumbre del Cervino o Matterhorn tras escalarlo en 1 hora y 46 minutos - MAMMUT

AlpinismoMontañas a la carrera: ¿Es verdadero alpinismo?

Las ascensiones exprés a las cumbres más emblemáticas del planeta se han puesto de moda. ¿Banalizan las gestas de antaño?

Madrid Actualizado: Guardar
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Kilian Jornet, probablemente el corredor de montaña más impactante del mundo, envió hace unos días un mensaje desde la cara norte del Everest: «Las condiciones son muy peligrosas. Los primeros días fueron buenas, pero no estábamos aclimatados. Hemos aprendido mucho para regresar en el futuro». Nacido en Sabadell hace 28 años, Jornet colecciona campeonatos de esquí, «skyrunning» y «ultrarunning». El Everest es un mojón más en su proyecto «Summits of My Life», en el que intenta establecer los récords de ascenso y descenso de las montañas más emblemáticas del planeta, pero el monzón acabó por imponer su ley, con fuertes nevadas y peligro de avalanchas. Un sueño aplazado. Lo ha conseguido en el Mont Blanc, Cervino, Denali (McKinley), Kilimanjaro y Aconcagua.

El español forma parte de una nueva ola de montañeros (los suizos Daniel Arnold y Ueli Steck, y el ecuatoriano Karl Egloff) especialistas en el «speed climbing», en conquistas exprés de cumbres de leyenda. El récord logrado por uno es el reto de los demás. Egloff superó las marcas de Jornet en el Kilimanjaro y el Aconcagua. Arnold subió la cara norte del Cervino en 1 hora y 46 minutos (lo normal es invertir entre 8 y 10 horas), mejorando en diez minutos el registro de Steck.

Nada garantiza que esos registros perduren. No se lo toman mal y se suelen felicitar en Twitter añadiendo la etiqueta #RecordsAreToBeBroken. «Es posible hacerlo más deprisa. De hecho, no iba súper rápido, lo único que cuenta es mantener el ritmo», declaró Arnold tras hollar el Cervino en 2015, cuando se cumplía el 150 aniversario de la hazaña de Whymper y su cordada en esta cima que había sido calificada de «inescalable». Para algunos, este alpinismo rápido y minimalista cumple con los cánones. ¿No se trata, al fin y al cabo, de estar expuesto a los peligros el menor tiempo posible, de una lucha por la supervivencia? Para otros, es un deporte alejado del verdadero espíritu de la montaña.

Opiniones encontradas

«El alpinismo tiene un soporte cultural. La moda de las ascensiones exprés es acultural porque contempla la montaña como una mera cancha, una pista rugosa donde correr», comenta a ABC el geógrafo, escritor y alpinista Eduardo Martínez de Pisón. «Ir deprisa tiene ventajas: vuelves antes y minimizas los riesgos, pero le quita encanto a la experiencia. Si te gusta la montaña... ¿para qué ir rápido? Disfruta todo el tiempo que puedas. Esos paisajes imponentes se han convertido en objeto de deseo de otros deportes, como el ciclismo, que antes se practicaba en el llano. Ahora la carretera de la República, en la sierra de Guadarrama, se ha convertido en un velódromo. También el atletismo se ha desplazado a ese terreno, con pruebas masivas, invasivas y extremas. Me parece admirable lo que hace gente como Kilian Jornet, pero el alpinismo es un grado más, la montaña es un paisaje con idealismo y nobleza. Cuando Mallory fue al Everest a principios del siglo XX llevaba cartógrafos y biólogos. Aquellas expediciones desprendían ciencia y cultura».

Darío Rodríguez, director de Ediciones Desnivel, cree que lo que hacen estos portentos físicos no es nuevo, «forma parte de la historia del alpinismo». Cita ejemplos como el de Reinhold Messner y Peter Habeler, que en 1974 ascendieron la cara norte del Eiger en 10 horas, todo un hito. «Las viejas generaciones hicieron cosas increíbles con peor equipo. Lo que han cambiado son los materiales, la evolución técnica, las horas de entrenamiento y el impacto de las redes sociales. Es una nueva filosofía, perfectamente válida, donde se renuncia a lo considerado accesorio. He visto a Carlos Suárez (escalador y saltador base) cortar todo lo que le ‘molestaba’ de una mochila». Rodríguez recuerda que hay carreras serranas con una tradición centenaria. Algunas por la Pedriza, espectacular berrocal madrileño lleno de riscos, paredes rocosas y canchales donde la gente salta como cabras.

Menos partidario es el alpinista austríaco David Lama, defensor del estilo alpino puro. «Rutas que fueron ascendidas por primera vez hace casi cien años se convierten en simples rutinas físicas. El estilo por sí mismo no abarca el alma entera del alpinismo. Un cronómetro no es una pieza natural del equipo para un montañero».

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