Víctor López
TOROS

Resumen de la temporada taurina en El Puerto: demasiados trofeos para tan poco toreo

López Simón y David Galván sobresalen en el escueto ciclo estival

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Con la novedad de una Plaza Real bellamente remodelada, en esmerada recreación del aspecto que presentara cuando fue inaugurada, allá por 1880, y en la que sorprende su interior arquitectura de plasticidad ligera, ecléctica y colorista, se ha desarrollado este año una nueva temporada taurina en El Puerto de Santa María. Precioso aspecto que, por desgracia, no ha venido acompañado por una mejora de las incómodas condiciones que el aficionado debe soportar sobre la angostura pétrea de un tendido. Después de tanta obra realizada y tanto dinero invertido, se ha desaprovechado una inmejorable oportunidad para aliviar el anacrónico estabulamiento al que, de manera tan ominosa, queda sometido el espectador. Que, a la postre, es el que paga y sustenta el espectáculo.

El respeto a las formas originales de un recinto decimonónico puede ser perfectamente compatible con el mantenimiento de la más primaria comodidad de sus usuarios.

Bonito e histórico marco en el que se verificaron los siete festejos que componían el escueto ciclo estival del coso portuense. A pesar del reguero de trofeos concedidos, pocos son los pasajes que quedan en la memoria del anaodino transcurso de los mismos. El festivo, benévolo y dadivoso respetable acostumbra a solicitar con inusitada vehemencia las orejas, a menos que la espada quede enterrada en cualquier superficie del lomo de la res. Lo que origina que los abultados marcadores que arrojan las corridas ofrezcan escasa correspondencia con el nivel artístico contemplado.

La solvente torería, con sabor añejo, mostrada por un decidido Curro Díaz ante dos ásperos oponentes de José Luis Pereda y la elegancia, relajo y naturalidad expresadas por un inspirado Talavante frente a desrazados enemigos, constituyen los momentos de mayor brillantez de una temporada ayuna en excelsitudes. Destacada resultó también la meritoria actuación del isleño David Galván en la última corrida celebrada. Cortó tres orejas a los Núñez de Pereda y refrendó esa palpable progresión en su tauromaquia que tantos triunfos le ha propiciado esta temporada. Saldría del centenario coso izado en hombros por la puerta grande, honor del que también gozaron José María Manzanares y López Simón. Éste último, tras pasear tres apéndices en las dos ocasiones que actuó. Doble comparecencia que ofrece difícil explicación en un ciclo con tan pocos festejos programados. Sobre todo si se recuerda a tantos matadores excluidos, como es el caso del local Alejandro Morilla, diestro con dilatado historial de éxitos en este ruedo y que no ha podido celebrar ante sus paisanos los diez años de alternativa.

Castella se fue de vacío en la corrida de Juan Pedro Domecq
Castella se fue de vacío en la corrida de Juan Pedro Domecq

El epicentro de la temporada venía configurado por los festejos señalados en los días 6 y 7 de agosto, en los que se agolpaban las figuras y en los que, como suele ocurrir en estos casos, el descastado, aburrido y previsible comportamiento del ganado elegido daría al traste con las expectativas. Sin un ápice de emoción, la bobalicona corrida de Santiago Domecq sólo sirvió para el recreo en deleites puntuales de Talavante, para que Borja Jiménez mostrara su tosco y bullicioso estilo y para que un ausente Morante defraudara con una actuación desdibujada y apática. Carente de raza y de transmisión resultó también el encierro de Juan Pedro pero la mínima dosis de movilidad que algunos ejemplares ofrecieron permitió que el público regalara orejas a Manzanares, al que sólo le bastó para ello el buen uso de la espada, y enloqueciera con el toreo valeroso, encimista y de cercanías de López Simón. Torero que ya había triunfado con la corrida mixta inaugural de Salvador Domecq, cuyos cuatro toros, aunque enrazados, se vinieron abajo en los últimos tercios.

La temporada se cerró con la entretenida lidia de seis animales exentos de bravura pero de dispar comportamiento, pertenecientes a la vacada de José Luis Pereda. Con ellos triunfó Galván, brilló Curro Díaz y El Cid cortó una meritoria oreja tras solventar con oficio las dificultades del manso que estoqueó.

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La tarde que ofreció un mayor interés ganadero vino a coincidir con la única novillada anunciada, en la que se jugaron reses de Peñajara que ofrecieron un comportamiento serio, exigente y encastado. De juego variado en conjunto, destacó entre ellos la encendida bravura del primero y la clara boyantía derrochada por el quinto. A la joven e inexperta terna que pasaportó con dignidad este encierro, compuesta por Daniel Crespo, Pablo Aguado y Alfonso Cadaval, sólo cabría recriminarle lo extremadamente dilatado de sus faenas, producto de una equivocada concepción cuantitativa de la tauromaquia. Empeño maratoniano que también comparten muchos matadores, lo que origina que algunos festejos hayan alcanzado las desesperantes tres horas de duración.

En la habitual corrida de rejones, volvió a triunfar de manera rotunda Leonardo Hernández, que junto a Diego Ventura, que ya lo hiciera en el festejo inaugural, configuran la pareja de toreros ecuestres que más brillaron este año en el Puertro.

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