Enrique Ponce sublima el toreo con un toro de regalo en México

Corta dos orejas y sale a hombros en una actuación cuyos beneficios fueron para las víctimas de los terremotos

Enrique Ponce, en un pase de pecho Luis F. Hernández

GUILLERMO LEAL

Volvió Enrique Ponce a hacer una de las suyas. Una de las tauromaquias más elegantes y clásicas de la historia, la del maestro valenciano, volvió a conmocionar a la Plaza México. ¡Y de qué manera!

El hecho de ser el primero en levantar la mano casi horas después de los terremotos en México , para torear a beneficio de los damnificados, fue agradecido por el público con una cariñosa ovación tras el paseíllo y luego con un «te amo, Ponce, Ponce, te amo», salido desde las entrañas de una aficionada en las alturas, a lo que Enrique agradeció con tres reverencias.

Todo ello mientras la meritoria labor a su primero, un gran toro de Barralva que, pese a haber saltado al callejón y haberse atorado unos minutos en un burladero, tuvo calidad y nobleza. El valenciano trató de aprovecharlas, pero la debilidad del astado por las naturales lesiones tras el salto hicieron imposible lo que, seguramente, en otras condiciones habría sido de escándalo.

Luego la ebullición volvió a desatarse cuando Enrique se inventó una faena que pocos, o quizá nadie, hubiesen podido hacer con un toro manso, soso y deslucido de Teófilo Gómez, al que le bordó el toreo, claro, siempre a media altura.

El público quería ver a Ponce y, literalmente, lo obligó a regalar un astado, lo exigió. Ponce volteó al palco de la empresa, al juez y entonces se dio el regalo. Otro toro de Teófilo Gómez que ayer volvió a las andadas en cuanto a la justeza de trapío permitió a Enrique otra de sus faenas. De esas de mano baja, trazo suave, en un palmo de terreno y una naturalidad pasmosa. Así toreó por ambas manos y, cuando tenía al público embebido en ella, comenzó el concierto de toreo en redondo.

Ese tan suyo, que no le queda a nadie más. Desde que cita por la espalda, con las piernas flexionadas, se mece el cabello y el bello de las cejas, hasta que se envuelve con el toro en momentos que levantaron a los espectadores de sus asientos. Y así uno tras otro.

Aquello era la locura: «¡Torero, torero» , todos de pie, Ponce entregado y hasta Mariano de la Viña, banderillero de Enrique, en una escena poco común y que no agradó mucho al valenciano, saliendo a decirle al maestro con señas que no matara el toro. Todo producto de la emoción.

Ponce lo tapó para después dejar una estocada entera, que debido a su colocación, ligeramente caída, evitó que el rabo que pedía el público al unísono no fuera concedido.

Y mejor porque un rabo es de suyo siempre polémico. Ayer las dos orejas fueron cabales, nadie tendría argumentos para cuestionarlas.

Al final le dieron a Enrique Ponce las gracias.

Octavio García «El Payo» había sido el triunfador en la lidia ordinaria al cortar una oreja a su segundo. Qué bien había toreado , con qué temple, con qué desahogo y, sobre todo, con mucho sentimiento. Una faena que, pese a un pinchazo, le valió a Octavio el trofeo bien ganado, pero sobre todo el reconocimiento del público.

Sigue dura la plaza contra Joselito Adame , una actitud inexplicable y que se hizo patente desde el mano a mano con El Juli. Ayer esa actitud llevó a José a esperar a sus dos toros de rodillas, a uno en toriles y al otro hilo de las tablas, a poner banderillas, hasta que fue revolcado de fea manera.

Lo mejor fue que le permitió al aguascalentense, el mexicano más destacado en Europa, demostrar que tiene carácter para sobreponerse a estas adversidades.

Abrió plaza el rejoneador Jorge Hernández, que cabalgó con ligereza y dominio de sus cabalgaduras, además de estar certero con los rejones. Al final el toro alcanzó al caballo y ello enfrió al público, que después le ovacionó.

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