Cayetano y Manzanares se marchan en volandas del coso rondeño
Cayetano y Manzanares se marchan en volandas del coso rondeño - fotos: efe, arjona y reuters

Cayetano torea en el patio de su casa

Corta cuatro orejas, con petición de rabo, y sale a hombros con Manzanares en la Goyesca de Ronda

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De Gallito y algunos grandes toreros se ha dicho que toreaban tan a gusto como si estuvieran en el patio de su casa. Así le ha pasado, casi literalmente, a Cayetano, en la Goyesca de Ronda: a la puerta de la Plaza están los monumentos a su abuelo, Antonio Ordóñez, y su bisabuelo, El Niño de la Palma, el de la crónica de Corrochano: «Es de Ronda y se llama Cayetano»; organiza la corrida su hermano Francisco. Además, tiene suerte con los toros, torea con gusto y valor, apoyado por el público, corta cuatro orejas y sale a hombros con Manzanares, que logra tres; a Morante le toca el peor lote.

A esta corrida acuden gentes de muchos países para contemplar un marco de extraordinaria belleza, con la armonía de los arcos de piedra y las columnas toscanas; a la vez, para viajar a los orígenes de la Tauromaquia: aquí se enfrentaron, en 1785, los míticos Pedro Romero y Pepe-Hillo.

Y para estar en Ronda: «Alta y honda, rotunda,/ profunda, redonda y alta», la define Juan Ramón.

Este año, la número LIX, se anunció con ocho toros. El grave percance de Paquirri le impide torear. Los toros, de Núñez del Cuvillo (1º, 3º y 5º) y Juan Pedro Domecq (2º, 4º y 6º) tienen poca presencia, fuerza y casta pero tres de ellos (2º, 3º y 6º) resultan muy manejables; al último se le da la vuelta al ruedo.

Morante da la nota con un vestido goyesco estrambótico: chaquetilla carmín, con hilo blanco, y taleguilla turquesa, con hilo negro. Es un contraste muy chocante: a un bromista le recuerda la camiseta azulgrana... Recibe al primero con verónicas templadas y una media de cartel de toros. (Recuerdo a Gerardo Diego: «Va y viene el lance jondo,/ la luz torea»). Todavía le hace un quite a cuerpo limpio a Carretero, a la salida de un buen par. La gente se frota las manos: «Viene con ganas...» El comienzo de faena es torerísimo pero el toro, muy flojo, se acaba enseguida. Mata bien pero apenas le aplauden. El cuarto mansea, echa las manos por delante: como no admite verónicas, el diestro recurre a garbosas chicuelinas. Brinda al respetable y se muestra (¡créanlo!) voluntarioso hasta el exceso, en un trasteo largo, con mucha torería pero sin fruto: es empeñarse en sacar agua de un pozo seco. Mata mal. La faena se ha quedado a mitad, como su vestido.

Brindis de Manzanares a Francisco

El segundo, justo de todo, galopa con nobleza. Saludan Curro Javier y Blázquez, en banderillas. Manzanares brinda a Francisco Rivera, le da al toro muchas pausas, para que se recupere, y lo torea con su gran estética, como si fuera a un carretón, en una faena completa: contundente espadazo y dos orejas. El quinto es flojo, se derrumba, no se entrega: una birria. José María, con recursos, logra una faena ligerita, elegante: otra gran estocada y oreja.

Cayetano ha reaparecido este año, lleva seis corridas toreadas y sólo está anunciado en una más, en Murcia. A pesar de todo eso, vive una tarde torera muy feliz, con dos de los toros más manejables. El tercero es flojo y muy escurrido pero se mueve. Levanta un clamor yéndose a portagayola y en el quite por gaoneras. La gente está con él. La faena es artística y valiente: torea de rodillas, cita de frente, logra buenos naturales; al final, en un arreón del toro, se libra por pelos. Mata volcándose en el morrillo: dos orejas. Brinda a su hermano Francisco el sexto, que se derrumba varias veces, no tiene ninguna fuerza, pero es «una hermanita de la caridad»: lo torea a placer, con muletazos suaves y lentos, entre el clamor de sus paisanos. En el mismo centro del ruedo, logra otra gran estocada: dos orejas y piden el rabo hasta los otros dos matadores; el presidente no lo concede pero sí la vuelta al ruedo a un toro flojísimo... No cabe un regreso a casa más feliz. Pero en otras Plazas se lidia otro tipo de toros.

En su honor, recuerdo los versos de Lorca, sobre el Niño de la Palma: «Y cuando el gran Cayetano/ cruzó la pajiza arena.../ parecía que la tarde/ se ponía más morena».

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