CRÍTICA DE FLAMENCO

No sólo para «Galvanistas»

Estreno de «La Fiesta» en el teatro Central de Sevilla

El bailaor sevillano Israel Galván VANESSA GÓMEZ

MARTA CARRASCO

Israel Galván se mueve en «La Fiesta» en ese difícil universo en el que se encuentran las diferentes estéticas de las artes escénicas y la performance. Es como si quisiera perderse con libertad absoluta entre la genialidad y el descarnado delirio.

En las redes sociales Galván nos fué anunciando algunas pistas de «La Fiesta» antes incluso de su estreno: el bailaor sin pies Mate sin pies de Balthasar Mathé; el bailaor coreógrafo Vicente Escudero ; el ritmo frenético y ráfagas de luz del cineasta José Val del Omar y su obsesión por el baile del enano de la habitación roja de Twin Peaks.

Y empieza «La Fiesta» que puede calificarse de delirante, grotesca, caótica, desigual, oscura, cómica, dramática, absurda,...

Compás trepidante en escena, y a teatro abierto, Galván baja dando «culetazos» por la escalera de la grada del Central con unas flores en el pelo. Y baila horizontal, a ras del suelo sin parar, con la voz y la interpretación hipnótica del Niño de Elche y el compás de Bobote, Ramón Martínez (vestidos con chandal del Betis), y una maravillosa Uchi.

Cada uno cumple su papel de manera eficaz, ése que les ha repartido el director de esta locura escénica que tiene en el flamenco su mayor inspiración. El teatro sin hombros, está ocupado por los artistas, que parecen una familia bien avenida.

A partir de ahí, una se pierde en las cientos de escenas de la obra. Ramón Martínez baila sobre las puntas y se canta a compás; El Niño de Elche canta con los pantalones en los tobillos, Caracafé toca una pata de jamón convertida en guitarra; todos intentan que las mesas llenas de monedas se caigan a base de zapapeado; comen palomitas y las escupen al suelo; Alia Sellami canta igual a Puccini que piezas árabes, Eloísa Cantón canta desaforada y Alejandro Rojas Marcos es un improvisado Shankar. Y todo se convierte en un caos, porque las fiestas son un caos, pero en realidad es una «performance flamenca» aunque a alguno le chirríe esta definición. El bailaor comienza a zapatear buscando la catarsis sin parar, lleva en su cabeza un velo que tapa su rostro y se va desvaneciendo el sonido, no hay final, como siempre, nos deja indefinidos ante la palabra fin.

En el estreno en Avignon hubo público que se salió del teatro. En el Central, dos personas, aunque la mayoría se pusieron en pie al final de la obra. Y yo recordaba el histórico abucheo a Vaslav Nijinsky cuando bailó «L’Après-midi d’un Faune» en París. «La Fiesta» una genialidad para «galvanistas», o no, nunca se sabe.

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