CRÍTICA DE TEATRO

«Vania (escenas de la vida)»: Chéjov en un susurro

Àlex Rigola presenta su versión de Tío Vania con Luis Bermejo, Gonzalo Cunill, Irene Escolar y Ariadna Gil como intérpretes

Irene Escolar y Ariadna Gil Teatros del Canal

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

En el proceso de concentración y despojamiento del texto de « Tío Vania » emprendido por Àlex Rigola , las «escenas de la vida en el campo» que concluyó su autor en torno a 1899 se han reducido significativamente a «escenas de la vida», un enunciado menos concreto y por ello más amplio, universal e incluso directo. De forma clara define el director barcelonés esta aproximación como «proyecto para cuatro actores y 60 espectadores en la búsqueda de la esencia de Chéjov dentro de una caja». Una tarea de reducción que ya anticipó el dramaturgo ruso cuando perfiló esta obra a partir de « El demonio del bosque », una pieza concluida una década antes, rebajando el número de personajes de veinticuatro a nueve, eliminando hojarasca y modificando situaciones.

Rigola hace un ejemplar destilado de «Tío Vania», entre maestro esenciero y alquimista , para atrapar el perfume más íntimo y verdadero del texto, de tal forma que todo, hasta lo que no se dice, está presente en el espacio reducido donde se oficia esa ceremonia de transustanciación: un reducto sin techo de menos de cincuenta metros cuadrados, con gradas dispuestas en ele en dos de los lados del paralelepípedo; en ellas se sientan los sesenta espectadores, a pocos metros de los actores, en un ambiente de laboratorio o minimalista parque temático donde pueden compartir el hábitat de los personajes de Chéjov. Es austero el espacio escénico concebido por Max Glaenzel , pero se trata de una austeridad opulenta si se me permite el aparente oxímoron, pues esa sencillez responde a un riguroso diseño de sauna exclusiva en el que reina una atmósfera de carpintería limpia y se respira aroma a madera recién cortada.

Los intérpretes, vestidos con sus propias ropas de calle, se llaman por sus nombres de pila - Luis (Bermejo), Irene (Escolar), Gonzalo (Cunill) y Ariadna (Gil) - aunque encarnan, o sienten, lo que las cuatro criaturas esenciales del drama: Vania, Sonia, Astrov y Elena, respectivamente. Una forma a la vez de ser, y estar, persona y personaje. Conversan quedamente, sin énfasis, como si recordaran un antiguo episodio de sus vidas , consumidas en torno a anhelos incumplidos; en los diálogos flota un aroma de desilusión asumido con irónico distanciamiento. El fatuo Serebriakov, causante del conflicto, está presente en un guiño juguetón: una imagen del tintinesco profesor Tornasol colocada en una pared.

Formidable trabajo interpretativo, cerebral y sentimental al tiempo, pura y limpia orfebrería de una emoción que trabaja todas las declinaciones del desencanto. Irene Escolar es una Sonia que desprende apasionada delicadeza, Luis Bermejo viste a Vania de inquietante bonhomía, la Elena de Ariadna Gil está compuesta con destellos de desesperanza elegante y Gonzalo Cunill exprime todo el lúcido y amargo desapego que palpita en Astrov. ¿O tal vez son ellos así? Memorable experiencia.

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