CRÍTICA DE TEATRO

«La tumba de María Zambrano»: la última palabra

El Centro Dramático Nacional presenta la obra de Nieves Rodríguez Rodríguez sobre la pensadora malagueña

Aurora Herrero, como María Zambrano MarcosGPunto

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Esta sugestiva pieza de orfebrería poética más que un perfil biográfico de María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904 - Madrid, 1991) traza una evocación realizada con la frágil materia de los sueños. Transcurre en un cementerio con olor a limonero donde las tumbas son como casitas, la infancia una patria incontaminada y los vientos de la Historia, apenas una brisa lejana, aunque no olvidada. La pensadora es convocada por un niño hambriento que lee la inscripción de la lápida: «Levántate, amiga mía, y ven».

En este paisaje funeral pero no triste -formidable la escenografía de Alessio Meloni- coinciden María madura y María niña, que descubre que las palabras se esconden como las semillas; el padre y sus dictados, y Araceli, la hermana y compañera, convertida en una alucinación acosada por la sombra ominosa de un oficial nazi. Hay también una corte de gatos, tan zambranescos, que perfilan sus siluetas por entre las tumbas animados por el precioso el trabajo videográfico de Clara Thomson.

Paz es la palabra, la última y definitiva, buscada afanosamente por María, a quien encarna con sensibilidad y buen pulso Aurora Herrero en este precioso ejercicio de delicada teatralidad que Jana Pacheco dirige armoniosamente como un juego de presencias revividas y los actores interpretan en clave de honda ensoñación trascendida, con Isabel Dimas eminente en su casi espectral Araceli, y una Irene Serrano que viste de espontaneidad su María niña.

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