Marta Poveda y Rafa Castejón
Marta Poveda y Rafa Castejón - MarcosGPunto
CRÍTICA DE TEATRO

«El perro del hortelano»: ella y el secretario

La Compañía Nacional de Teatro Clásico inaugura su temporada con la obra de Lope de Vega, dirigida por Helena Pimenta

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Me apropio del título de una película dirigida por Mitchell Leisen en 1942 para encabezar mi crítica, pues le viene que ni pintado a esta comedia de Lope, que, como ya he señalado en alguna ocasión, funciona como una «screwball comedy», con sus ritmos acelerados, sus embrollos, sus disparates, sus giros imprevisibles y una pareja de enamorados casi a su pesar, que logra sacar adelante su relación pese a las trabas acumuladas por su propia torpeza y sus prejuicios. Ella es Diana, la condesa de Belfor, y él, Teodoro, su secretario. La diferencia de clases impide su emparejamiento; ella, como dama de alcurnia, no puede abrirse al amor de un inferior, y sus celos, que desata desde su posición prominente, tampoco permiten que el galán prosiga sus amores con Marcela, doncella de la casa condal.

Este juego interclasista, al que se suman dos nobles que se disputan la mano de Diana, anima la comedia, le da vuelo, alienta equívocos y desquicia la veleta de los amores.

«El perro del hortelano» (****)
Autor: Lope de Vega. Versión: Álvaro Tato. Dirección: Helena Pimenta. Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda. Vestuario: Pedro Moreno y Rafa Garrigós. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Intérpretes: Marta Poveda , Rafa Castejón

La puesta en escena de Helena Pimenta da a esta obra, escrita probablemente entre 1613 y 1614, un aire dieciochesco que pone de manifiesto de manera deliciosa sutiles vínculos entre Lope y Marivaux, cuya relojería galante se acompasa a la perfección con el «tempo» de la trama de «El perro del hortelano», situada en este montaje, según nos transmite el bonito vestuario diseñado por Pedro Moreno y Rafa Garrigós, en un Nápoles de casi siglo y medio después del de los tiempos del Fénix. Qué curiosos vasos comunicantes enlazan e irrigan la cultura de distintas épocas: se diría que en el texto del madrileño se advierten influencias de los modos del parisino, y que Tristán, el astuto criado y cómplice de Teodoro, se mirara en el espejo del Arlequino de la Commedia dell’Arte.

Como ya es habitual en la CNTC, da gloria oír y ver cómo interpretan el verso los actores, con la voz, el gesto y el cuerpo. Se nota que la directora ha cuidado con mimo cada detalle para conseguir un ritmo tan vivo y fluido, y culminar escenas memorables, como la de Teodoro frente a su sombra, agigantada por la formidable iluminación de Gómez Cornejo cuando fantasea con su posible boda con la condesa, o el alegre carrusel napolitano con el que concluye la representación. La escenografía de Sánchez Cuerda, una caja blanca con puertas disimuladas y abierta a diversas perspectivas, podría ser la contrafigura luminosa de la de «La vida es sueño» que montó Pimenta en 2012, otra caja, sombría en esa ocasión, firmada por Alejandro Andújar y Esmeralda Diaz.

La versión empaquetada por Álvaro Tato es fluída y ágil, no se echa nada en falta. Y los intérpretes están todos estupendos, Marta Poveda es una Diana vehemente al bode del exceso, atrapada entre sus apetitos y su posición social, Rafa Castejón da a su Teodoro un prerromántico aire atormentado de antihéroe, el Tristán de Joaquín Notario es una fiesta de matices e intención, como la Marcela enfurruñada de Natalia Huarte o el tronado conde Ludovico que encarna Fernando Conde. No se pierdan esta función.

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