Pueblo. Juan Fernández (Anciano) y el Coro, en una escena de la obra
Pueblo. Juan Fernández (Anciano) y el Coro, en una escena de la obra - JERO MORALES
TEATRO CLÁSICO

«La Orestíada»: «Que las heridas antiguas no vuelvan a producir dolor»

El festival internacional de Mérida abrió su 63ª edición con la obra de Esquilo, dirigida por José Carlos Plaza

MÉRIDA Actualizado: Guardar
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«No es verdad. Nos queda toda tu vida por delante». La sombra de Clitemnestra (Ana Wagener), con su hijo Orestes (Ricardo Gómez), pronuncia estas palabras y las luces se oscurecen. Resuena, unánime, la ovación de las más de dos mil personas que llenan el Teatro Romano de Mérida. Un año más, el festival internacional de teatro clásico de esta localidad extremeña ha echado a andar.

Lo ha hecho con «La Orestíada», un texto de Esquilo, con versión del poeta granadino Luis García Montero y dirección de José Carlos Plaza. En el reparto, además de Ana Wagener y Ricardo Gómez, se encuentran Roberto Álvarez (Magistrado), Alberto Bernal (Egisto), Juan Fernández (Anciano), Felipe García Vélez (Agamenón), María Isasi (Casandra / Esclava) y Amaia Salamanca (Electra). Francisco Leal (escenografía), Pedro Moreno (vestuario), Toño Camacho (iluminación) y Mariano Díaz (música original) forman parte del equipo artístico.

Pilar del teatro

Hermana. Amaia Salamanca (Electra) y María Isasi (Esclava)
Hermana. Amaia Salamanca (Electra) y María Isasi (Esclava) - JERO MORALES

«La Orestíada», estrenada en el año 458 a. C., y compuesta originalmente por cuatro textos, de los que se conservan únicamente tres, es uno de los pilares del teatro griego y, por tanto, de la historia del teatro. «Es una obra clave para el conocimiento de nosotros mismos y, por lo tanto, del comportamiento del ser humano», asegura José Carlos Plaza, que ya montó hace más de un cuarto de siglo este texto brutal y revelador. «Es un escaparate profundo y riquísimo de nuestra conducta —insiste Plaza—. Ante nuestros ojos desnuda el mundo individual (rencor, pasión, vanidad, celos, venganza, ansias de poder, desequilibrio emocional, lealtad, venganza, delitos, remordimientos, desesperanza, miedo, inocencia, madurez, reflexión, humillación, etcétera) y el mundo colectivo (abuso del poder, las mentiras públicas, la fuerza armada, los golpes de estado ocultos, la superstición y la divinidad, el poder aparente del pueblo, la manipulación del mismo, la máscara de la democracia adulterada). Y sobre todo la justicia, la justicia injusta… La justicia manipulada por las manos de intereses espurios».

Todo ello se condensa en una historia de traiciones y venganzas, que subrayan la versión de García Montero y la dirección de José Carlos Plaza. «Que nadie confunda justicia con resentimiento», dice el personaje del Magistrado, en una de las últimas escenas. Su intérprete, Roberto Álvarez, reflexionaba tras la función: «Es sorprendente cómo hace dos mil quinientos años Esquilo ya nos hablaba de la posverdad».

Escenario

Actualidad«La obra es un escaparate profundo y riquísimo de nuestra conducta. Ante nuestros ojos desnuda el mundo individual y el mundo colectivo», dice Plaza

«Nada puede fundarse en la sangre», canta el Coro, conciencia y testigo de una historia que, a pesar de su antigüedad, sigue sacudiendo con una inquietante energía a los espectadores de hoy. El montaje de Plaza, viejo lobo de mar de nuestra escena, acentúa —con la ayuda de García Montero— el didactismo del texto, que arranca cuando Agamenón vuelve vencedor de la guerra de Troya. En Argos, su casa, le espera Clitemnestra, su mujer, que ha planeado su asesinato en los diez años que ha durado su ausencia, junto con Egisto, su amante; busca con ello vengar la muerte, a manos de su propio padre, de Ifigenia, la hija de Agamenón y Clitemnestra. El crimen cometido por ésta llevará a otro de sus hijos, Orestes, hasta ahora exiliado, a querer vengarse quitándole la vida a su madre. Una auténtica tragedia griega, aunque con un final abiertamente esperanzador.

Una escalinata coronada con una plataforma es el único elemento escenográfico (además de esporádicas proyecciones) que Plaza ha añadido al espectacular escenario natural del teatro romano. Su montaje de «La Orestíada» se ajusta como un guante a su arena y sus piedras, donde un día Margarita Xirgu, en los años treinta, soñó la idea de representar a los clásicos. Sobre la hermosísima versión de García Montero, desbordante de pasión y de poesía, musical y bella al tiempo, Plaza dibuja su dirección con movimientos amplios y limpios, buscando que la palabra llegue sin obstáculos ni distracciones al público, y dando impulso a los actores, hermosamente vestidos por el siempre brillante Pedro Moreno. «Hay muchas horas de trabajo, y aquí está el resultado», decía Plaza tras la función, en la habitual recepción que se celebra después de cada estreno en el Peristilo, y en la que, naturalmente, no puede faltar el jamón ibérico de la tierra, alimento carnal que completa el alimento espiritual recibido desde el escenario.

Allí comparecieron también los actores, todavía con el temblor de la doble emoción —la del texto y la del impresionante espectáculo de ver a casi tres mil espectadores ante sí— en su cuerpo. «Es una sensación similar a la de un torero en Las Ventas», decía María Isasi, visiblemente feliz. «Gracias al público —seguía Ana Wagener—, que era el personaje que le faltaba a la función».

Ella, junto con Ricardo Gómez —que confesó que esta Orestíada suponía un antes y un después en su vida—, son lo mejor de este espectáculo, hecho a la medida de Mérida, tan austero como grandioso, y que ha servido para inaugurar una edición que seguirá la semana próxima con un prometedor «Calígula», dirigido por Mario Gas y protagonizado por uno de los mejores actores españoles de hoy: Pablo Derqui.

«Que las heridas antiguas no vuelvan a producir dolor», canta una madre en el Coro. Esquilo vivió hace más de dos mil años, pero su palabra sigue resonando con fuerza en las piedras de Mérida.

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