Miguel Rellán, en «Novecento»
Miguel Rellán, en «Novecento» - Daniel Pérez

Miguel Rellán: «Estoy muy en contra del "atletismo interpretativo"»

El actor regresa a Madrid con el monólogo «Novecento», con texto del escritor italiano Alessandro Baricco

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Miguel Rellán es un «actor de bolsillo»; es decir, uno de esos escasos (y valiosísimos) actores al que todos los directores y productores podrían llevar siempre encima para echar mano de él cada vez que lo necesiten, sabedores de que, se le encargue lo que se le encargue, lo hará bien. Y es Rellán también un «actor de bolsillo» porque todos los espectadores -los del cine, los de la televisión, los del teatro- sienten en él a alguien familiar y siempre cercano. Miguel Rellán -en el buen sentido de la palabra, bueno, que diría Antonio Machado- vuelve a la escena madrileña, para interpretar en el teatro Maravillas, durante unas semanas, «Novecento», un mágico y emocionante monólogo, dirigido por Raúl Fuertes sobre un texto de Alessando Baricco.

La función se estrenó en la sala pequeña del Español hace dos años. «Supongo que desde entonces han cambiado cosas, pero no conscientemente -dice el actor-; pero tampoco me preocupa. Ensayamos durante mes y medio -es una de las cosas más duras que he hecho en mi vida-, y ahí se vieron matices, intenciones. Raúl no quería ninguna frase sin intención, nada gratuito». No sabe si lo ha conseguido, pero Rellán, crítico implacable de sí mismo, solo recuerda dos funciones, de las muchas que lleva, en las que haya salido contento: «una fue en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares, y la otra en el off del Lara; ahí bajaron los ángeles».

Primer monólogo

Para Miguel Rellán, es su primer monólogo. «Me han ofrecido algunos, pero nunca me ha interesado. Soy muy poco exhibicionista y además estoy en contra de lo que yo llamo el “atletismo interpretativo”: Mire usted lo que hago; me tiro al suelo, me retuerzo, lloro, me subo a una lámpara... Y todo en función de eso. A mí no me interesa».

A Miguel Rellán lo que le interesa es contar historias. Y la obra narra una historia conmovedora: la de un hombre, a quien llaman Novecento, que a pesar de ser «el mejor pianista del mundo» es incapaz de bajarse del barco en el que nació y en cuya primera clase fue abandonado. «Cuando leí el libro, llamé a Raúl -eran las dos de la mañana-, porque yo quería contar esa historia. Pero no por la exhibición, sino por las ganas de compartirla; quería ver la cara de la gente cuando yo se la contara».

Tras el estreno en el teatro Español -con las funciones abarrotadas-, «Novecento» estuvo de gira por toda España y, en Madrid, también en el off del Lara... Y en la Sala Tú, un espacio alternativo de la capital. «Yo soy amigo de mis amigos, y yo le prometí a Alfonso Lara, que si iba bien en el Español después iría a la Sala Tú». La experiencia le gustó. «“Novecento” es un concierto de cámara; me gusta oír la respiración de la gente, y si pudiera mirarles a los ojos -no puedo por los focos- y contárselo a cada uno lo haría. En el teatro, me gusta la intimidad, la cercanía. Los grandes auditorios están bien para el rock y para otro tipo de espectáculos, pero no para el teatro».

Un monólogo como «Novecento» exige por parte del actor un trabajo de memorización digno de unas oposiciones a notario, pero Miguel Rellán le quita importancia. «La memoria es un músculo, y yo lo tengo muy entrenado. Y te pones con el texto hasta que te lo sabes. Lo importante es cómo lo vas a decir. Y la concentración; esa sí que es importante, porque no tienes nadie que te auxilie si tienes una laguna. Pero yo soy un insensato, debo de tener una gran seguridad en mí mismo -bromea el actor-; aunque hay un momento terrible, que es cuando se escucha esa voz que dice: “La representación va a comenzar”, y se apagan las luces y callan los murmullos del público. En ese momento pienso: ¿Quién me manda a mí...?; tengo la sensación de que voy a cruzar las cataratas del Niágara sobre una cuerda y de que ese día me la doy. Pero es un vértigo lleno de adrenalina, lleno de vida».

El texto de Alessandro Baricco, uno de los grandes autores italianos de hoy, es de una gran belleza. «Es muy gratificante decirlo, y ver a buena parte del público llorando. Hay veces que he tenido que saludar más que Pavarotti después de una ópera... Yo lo atribuyo al texto de Baricco sobre todo. Alfredo Landa decía: “si no hay particella, no hay nada que hacer”». Pero hay que cantarla. «Sí, eso sí», admite.

Cuando se le pregunta qué le llamó la atención de «Novecento», responde Rellán que «nada en concreto y todo en general. Me gusta ver la cara de asombro y de curiosidad de la gente cuando les cuento de qué va el monólogo, la historia del mejor pianista del mundo, que nunca se bajó del barco. Esa poesía que tiene el texto, que tiene el protagonista, es muy especial. Yo sigo teniendo una razonable capacidad de admiración, creo que hay mucha gente admirable. Y mi personaje, el narrador de la historia, admira a Novecento porque es una criatura insólita, además de un pianista que toca de manera sobrecogedora. Y la obra habla también de lo peligrosa que es la vida porque, continuamente, tenemos que elegir. Cada vez que lo hacemos nos arriesgamos, y podemos perder o ganar. Pero no hay más remedio que elegir. Y Novecento lo hace».

Imaginación

El monólogo, concluye Rellán, se aprovecha, y ese es uno de sus aspectos más fascinantes, «de la infinita capacidad de imaginación del espectador, que es una de las armas más maravillosas que tiene el teatro. En “Novecento” no se describe nada, no hay música ni decorado... Pero a mí me han llegado a decir lo que les había impresionado la banda sonora que había oído; o espectadores que ven el barco, que ven la tormenta... Y todo es la imaginación. Cuando hay coloquio después de la función y pregunto cómo se imaginan a Novecento, hay discusiones acaloradas. Es como tratar de poner voz a Mafalda... Mejor dejarlo. No es verdad que una imagen vale más que mil palabras...»

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