Juan Carlos Pérez de la Fuente: «A los políticos hay que recordarles que son servidores públicos»

El director teatral vuelve a la escena casi dos años después de su polémica destitución como director del Teatro Español

Juan Carlos Pérez de la Fuente, ante la escenografía de «Óscar o la felicidad de existir» Alberto Fanego
Julio Bravo

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Tiene Juan Carlos Pérez de la Fuente grabada la fecha del 22 de mayo de 2016. Aquel día, caía el telón de la «Numancia» que dirigió en el Teatro Español y ponía obligado fin a su etapa como director de este emblemático escenario. El próximo viernes se cerrarán casi veinte meses de silencio escénico; ese día se estrena «Oscar o la felicidad de existir», un monólogo de Éric-Emmanuel Schmitt que interpreta Yolanda Ulloa y que ve la luz, producido por UNIR, en la Sala Arapiles 16. Aún no se han cerrado las heridas de aquel ensañado despido-del que, dice, ha aprendido mucho-, pero el dolor se ha aliviado en la sala de ensayos y en el escenario, los lugares en los que quiere vivir siempre.

¿Estos casi dos años han sido para usted la travesía del desierto...?

Y muy dura. Después de mi destitución y del juicio con el Ayuntamiento; bueno, en realidad «no juicio»... Tengo que aclarar que yo no pacté con el Ayuntamiento. Estaba claro que aquel era un juicio político; la juez creía que no debía celebrarse, y así me lo dijo mi abogado. Así que llegamos a un acuerdo que económicamente fue un desastre para mí: recibí poco más de 13.000 euros de indemnización por lo que fue un despido improcedente. Una vez pasado todo aquello, te das cuenta de todo lo que tienes por delante. Y yo quedé tocado y señalado para siempre; seré el director que tuvo un enfrentamiento con el Ayuntamiento de Podemos. Los teléfonos dejaron de sonar, el plan de vida que había hecho para los años siguientes se vino abajo... Con la casa hipotecada, tuve que ir a los bancos, porque me he quedado casi en la ruina, y hasta allí sabían quién era. Han sido meses muy difíciles. Y hay que plantearse por dónde puedo volver a empezar. A ello hay que sumar problemas familiares graves. Y confieso que en ese momento me vine abajo. Pero por contra, en estos momentos descubres quiénes son verdaderamente tus amigos. Valoro mucho que la empresa Focus me dijera que podía contar con ellos. Y llegó la luz con la llamada de UNIR para este proyecto... En resumen: aquello no puede volver a pasar. Se ha abierto una brecha; no entiendo para qué se hacen los concursos públicos, se ha demostrado que echar a un director es muy fácil. Los directores de los teatros públicos no tenemos ninguna protección.

¿Se ha planteado alguna vez tirar la toalla y dejar el teatro?

Jamás. Eso sí que no. El teatro es mi amante... El problema era que no tenía dinero; me quedé tiritando; tenía solo seis meses de paro. He tratado de llevarlo con toda la dignidad del mundo, no haciendo llamadas impertinentes... Ha habido gente que me ha querido ayudar, y otros que no. Nos hemos reconocido muchas personas desde el silencio... También a nivel político.

¿Han quedado al descubierto los verdaderos amigos?

Sí, sí, sí... Ahora conozco mejor a algunas personas. Ya no me engañan y, si tenía alguna duda, ya no la tengo. En mi vida han cambiado muchos conceptos; ha habido silencios que daban demasiados gritos, y no eran precisamente de los que me despidieron...

¿A qué se refiere exactamente?

Es muy complicado. Nadie me debe nada, de verdad... Pero... No puedo decir más. Ha habido meses en que yo notaba que le resultaba incómodo a algunas personas. Hice muy pocas visitas a nivel institucional -no político-, las que creí que tenía que hacer, y me encontré las puertas cerradas. Y hay que asumirlo. Pero aquí estoy, tengo nuevos proyectos, ese período ha pasado ya y he crecido, indudablemente. Pero cuando estás en el epicentro...

¿Se arrepiente de algo?

No. En absoluto. Lo digo con total seguridad.

¿Pero se equivocó en algo?

Posiblemente... Claro que me equivoqué en algunas cosas. Pero cuando repaso la película de mi estancia en el Español me acuerdo del 18 de enero de 2016, cuando en mi despacho Ana Varela y Santiago Eraso, consejera delegada y director, respectivamente, de Madrid Destino, me dijeron que no contaban conmigo pero que no sabían cuándo me iban a quitar. Y empezó el reino de la ilógica y viví un suplicio. Posiblemente cometí errores; ataqué porque me sentía muy atacado. Quizás hice cosas mal, no lo sé; lo que no hice fue ponerme al servicio de unos políticos ni les rogué ni pedí nada, la dignidad está por encima de todo. Pero fue todo una barbaridad. Me gustaría, cuando Manuela Carmena deje de ser alcaldesa, poder reunirme con ella para que sepa, como jueza que ha sido, el daño que se le puede hacer a un ser humano cuando caprichosamente ella, o su concejala -que sabía perfectamente que era una frívola-, juegan con el trabajo y la vida de un profesional. Ninguno de los que me echaron está ya, y Carmena misma es la concejala de Cultura; ¿no hay nadie a su alrededor que pueda llevar la cultura de Madrid?

¿Se ha sentido instrumento político?

Claro. De unos y de otros. Todos me han utilizado y me han tirado después como una colilla. De mí se han dicho muchas cosas, en cuestiones políticas me refiero, pero es que nadie sabe a quién voto; mi ideología estaba en mi programación. Esa sí que hablaba. Qué papeleta meto en la urna cuando voto es una cuestión mía, particular. Desde 1996, cuando el Gobierno del PP me nombró director del Centro Dramático Nacional, algunos empezaron a decir que yo era el chico del PP. Pero es que a mí, mientras estuve en el CDN, me dejaron hacer lo que quise: y fue una programación progresista, más que la de otros que estuvieron con Gobiernos del PSOE. Y lo mismo en el Español. Pero curiosamente, este Ayuntamiento, que se proclama de izquierdas, le «declara la guerra» a Max Aub y a Arrabal solo porque yo he puesto su nombre a dos salas; y al tiempo, Manuela Carmena se va a México para hablar del exilio español -del que formó parte el propio Max Aub-. Me pareció vergonzoso.

¿Qué le parece toda la polémica creada en el Matadero? ¿Qué le provoca?

Si lo que se ha hecho en Matadero sucede con un Gobierno conservador, se hubieran convocado cientos de manifestaciones en las calles de Madrid. Lo que funciona hay que mantenerlo. Desgajar las Naves del Matadero del Teatro Español es absurdo; había un discurso coherente, que no era mío, que era obra de Mario Gas; yo lo heredé. Y les dije que no lo hicieran, que me parecía una barbaridad. La única satisfacción que me queda es que me echaron, pero yo no lo rompí. No participé en esta, vuelvo a repetirlo, barbaridad. ¿Sabe lo que cuesta llevar al público a un espacio alejado del circuito teatral? Son años de trabajo, y en Matadero se había conseguido. No me meto con la persona que lleva las Naves, a él le contrataron para hacer lo que está haciendo. Quien desgajó Matadero del Español fue el Ayuntamiento de Madrid. Y no ha pasado nada... Me gustaría que reflexionáramos, y que la ideología no sea lo que nos marque, sino que sea el sentido común. Se han cerrado las puertas de un teatro al teatro de texto cuando en el mismo espacio hay una cantidad de naves sin abrir... Y ahora dicen en el Ayuntamiento para compensar que en 2020 abrirá el Teatro de Madrid... ¡Que no echen una cortina de humo! Espero que este Gobierno municipal cambie y venga otro, sea el que sea, y ponga de nuevo las cosas en su sitio. ¿Tan difícil es dejar en paz las cosas que funcionan? ¿Se imagina que algo similar ocurriera en el Museo del Prado? ¿Que llegara alguien que lo cuestionara todo? No, lo que funciona no hay que tocarlo... Y la profesión lo hemos tolerado. A mí me parece muy bien que se vote a Podemos, pero eso no puede impedir que se diga que esto es un sinsentido. Un voto no es un cheque en blanco. No se puede perder el sentido común.

¿Hay demasiado intervencionismo todavía en el teatro, en la cultura?

Mucho. Aunque a los políticos se les llene la boca diciendo que para las direcciones de los teatros se nombra a creadores, hay todavía mucho intervencionismo. Y no se soluciona con los concursos públicos. No se ha encontrado la fórmula. Los políticos se creen los dueños y señores de esos espacios, algunos de ellos con siglos de historia a sus espaldas; pero hay que recordarles que ellos son servidores públicos, y que tienen que respetar a los artistas. La cultura ha de ser realmente un espacio de libertad, pero no parece que esto tenga solución. Estamos peor que hace quince o veinte años.

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