Franscisco Nieva en 2007
Franscisco Nieva en 2007 - ABC

Un gran inventor

Lo que más le importaba era escribir teatro y estrenarlo adecuadamente

MADRID Actualizado: Guardar
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En un mundo en el que la inspiración creadora parece cada vez más rara, Francisco Nieva era una brillante excepción, continuamente inventaba cosas: cosas fantásticas, llamativas, sorprendentes… Tenía una cultura desusada en nuestros hombres de teatro: había trabajado con Visconti y Felsenstein; dirigió ópera en Palermo y Berlín; sabía mucha música; era un gran escenógrafo y figurinista; publicó singulares Terceras en ABC… Pero lo que más le importaba era escribir teatro. Y estrenarlo adecuadamente, algo bien difícil.

Recuerdo bien la revolución que supuso el estreno de «La carroza de plomo candente», en 1976: las flores y los pájaros que se proyectaban en la pantalla del hermoso trasero de una Venus calipigia; el gran Fernando VII de Goya que, inesperadamente, hacía muecas; el enorme lecho, con sus cortinas al viento… Y el atractivo de la transgresión: «Tiene mucha golosina todo lo perjudicial».

Sí, los tiempos estaban cambiando.

Situaba Nieva sus obras en un «tiempo de España en conserva». Su lenguaje venía de Valle-Inclán (ya Lorenzo López Sancho, en ABC, lo comparó con él). Paco Ruiz Ramón definió su obra como un «teatro en libertad»: libertad frente al costumbrismo, frente a los corsés ideológicos de nuestro país, frente a las ortodoxias y las fuerzas represoras de cualquier signo.

Como todo gran artista, vivía en un mundo que él se había construido, con la imaginación. En un viaje que hicimos juntos, iba soñando, por Manhattan, su Argel particular, para poder montar «Los baños de Argel»…

Se escudaba en Bataille y en Beckett pero sabía ver el «Don Álvaro» como una gran ópera; disfrutaba con el teatro de Cervantes; se identificaba con la ironía culta de don Juan Valera. Le gustaban por igual Erik Satie y Ramos Carrión, Maurice Ravel y Perrín y Palacios. En nuestro mundillo cultural, tan limitado, él era un bicho raro, un gran inventor de fantasmagorías.

A Paco Nieva le encantaba escandalizar pero, en el fondo, siguió siendo siempre aquel niño manchego que se escapaba de la realidad jugando al teatro.

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