CRÍTICA DE TEATRO

«Elvira»: Camino de perfección

El Festival de Otoño a Primavera concluye su trigésimo quinta edición con el montaje del italiano Toni Servillo

Toni Servillo, en una escena de la obra Festival de Otoño a Primavera

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Hace unas semanas, me hablaba en una entrevista José Luis Gómez de lo que él llama el legado: «... ¿y qué es el legado?: el “Fushikaden” de Zeam i, Stanislavski , la historia de Rojas y los cómicos, los textos de Riccoboni , la cartas de Jouvet en el Conservatorio…»; algo «no nacional, sino de la humanidad, universal». Funciones como «Elvira» permiten entender la vigencia, la transversalidad y la significación profunda de ese legado que irriga de vida una actividad que va más allá de las tablas del escenario.

Louis Jouvet (1887-1951) fue un gran actor, director, escenógrafo y pensador teatral francés, un maestro en la más honda significación de la palabra. Brigitte Jaques adaptó para la escena en 1986, con el título de «Elvira Jouvet 40», el contenido de «Molière et la comédie classique», libro en el que el gran pedagogo recogía un extracto de las clases que impartió en el Conservatorio de París en 1939 y 1940, y cuyo objetivo era desvelar a sus alumnos «la visión de un personaje y, al mismo tiempo, la consciencia de su propia sensibilidad». Josep Maria Flotats montó en 2002 la pieza, que fue galardonada con tres premios Max (mejor espectáculo, dirección y adaptación).

Llega ahora a Madrid, para solo tres funciones como cierre del XXXV Festival de Otoño a Primavera, el también formidable montaje que firma el napolitano Toni Servillo bajo el auspicio trino del Piccolo Teatro de Milán , el Teatro de Europa y su compañía Teatri Uniti di Napoli , con el título de «Elvira», que es el nombre de uno de los personajes del «Don Juan» de Molière que Jouvet ensaya con un grupo de alumnos en el París de 1940 ocupado por los nazis. Hay un hilo de fascinante tensión entre el maestro y Claudia, la joven que se afana por encontrar el tono con que encarnar a Elvira y asumir las indicaciones de su mentor, quien insiste en que la inteligencia teatral es insuficiente sin la emoción.

Un apasionante pulso, una lección de vida , un desmenuzamiento de los secretos de un texto, mientras fuera de la sala de ensayos el mundo se hace trizas. Como un escultor que modela una figura y añade, quita, perfila, asistimos a la concienzuda tarea de construcción de un personaje que es algo más que teatro , pues resulta palpable que en el cuidado de cada matiz hay una celebración de la vida y late el sentido de una civilización amenazada por la barbarie. En esa brizna reside el legado esencial, como bien comprende y transmite Servillo en un minucioso y transparente ejercicio de dirección. Su Jouvet vuelve a subrayar que el napolitano es un actor prodigioso, como tocada por el prodigio está la composición que Petra Valenti hace de esa Claudia trémula, tozuda y sensible, bien acompañada en el reparto por Francesco Marino y Davide Cirri .

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