Teatro Real

La conjura de los justos

«Son abundantes las ocasiones en las que este "Lucio Silla" descubre que hay humanidad dentro de la máscara»

Kurt Streit JAVIER DEL REAL

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

Cuentan las crónicas que la celebración de la victoria de Lucio Cornelio Silla sobre Mitrídates fue una de las más fastuosa de cuantas se celebraron en Roma. Poco le quedaba al militar para convertirse en dictador, antes de concluir como simple ciudadano: el extraordinario transcurrir de una personalidad ambiguamente sagaz, tan cruel como magnánima. Con razón vino a inspirar varias literaturas y, entre ellas, el libreto de Giovanni de Gamerra al que puso música un joven Mozart que no alcanzaba la veintena. «Lucio Silla» pasó a convertirse en una ópera prácticamente olvidada por los teatros hasta su recuperación en 1929 en Praga, si bien empezó a representarse con cierta regularidad a partir de los ochenta gracias al impulso de Nikolaus Harnoncourt. En 2005, el propio director y Claus Guth firmarían una puesta en escena de referencia que anoche se presentaba en el Teatro Real abriendo la temporada.

En el largo rodaje de este «Lucio Silla» caben las representaciones en el Liceo de Barcelona, hará cuatro años, con un reparto vocal que prácticamente llega ahora íntegro en Madrid como primero de los dos previstos. Patricia Petibon incluso participó en el estreno de la producción, lo cual acrecienta la sabiduría de la sufriente Giunia, en el arranque casi histriónica, luego portentosa en el manejo de los silencios y de la tensión dramática final. Petibon liberó ayer a la obra del encorsetamiento musical al que parecía abocada y contra el que ya había tratado de rebelarse Silvia Tro Santafé con «Il tenero momento». Su actuación, brava y sólida tiene mucho interés en tanto da sentido a Cecilio y se imbrica con un reparto sutilmente caracterizado y vocalmente muy respetable. Kurt Streit con la voz presente y el timbre afilado bien puede asemejarse el atormentado Silla, del mismo modo que María José Moreno encarna estupendamente a la más romántica y enamoradiza Celia, ayer todavía un punto mecánica aunque siempre con encanto. Menos regular, Inga Kalna encarnó a Cinna y Kennteh Tarver canta el breve pero no menos complicado papel de Aufidio.

Ivor Bolton tardó en encontrar la respiración adecuada pero su dirección fue poco a poco haciéndose más suelta y entusiasta. Consigue convencer de que el estilo, un tanto convencional en el acabado, es coherente en su propósito por llevar al anquilosado «Lucio Silla» a terrenos dramáticamente enjundiosos. Es el impulso que necesita la escenificación de Claus Guth para revalidar su fama. Haberse mantenido pujante durante tanto tiempo se debe, en buena medida, a la propuesta de un tiempo indefinido y lo abstracto de buena parte de los espacios generados por un escenario giratorio con el que se fusiona lo útil y lo simbólico. Fluye la narración mientras se reactiva el espíritu que subyace en tantas situaciones en origen extremadamente artificiosas. A veces son potentes imágenes dibujadas por una sombra, inquietantes posiciones de los personajes o encuentros más sutiles. El estupendo «duetto» de Giunia y Cecilio en la escena de los sepulcros, puede ser un ejemplo entre muchos. Porque son abundantes las ocasiones en las que este «Lucio Silla», gracias a la justeza de cuantos participan, descubre que hay humanidad detrás de la máscara. A Madrid llegó tarde, pero la entrada del cónsul vuelve a ser triunfante.

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