Pablo Derqui y Mónica López, en una escena de «Calígula»
Pablo Derqui y Mónica López, en una escena de «Calígula» - Jero Morales

«Calígula», el triunfo de la lógica criminal

Varios minutos de aplausos en Mérida para el montaje de Mario Gas protagonizado por Pablo Derqui

Mérida Actualizado: Guardar
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El «Calígula» que presentó el miércoles Mario Gas en el 63º Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida es el séptimo que se asoma al escenario del Teatro Romano desde que abriera la cuenta en 1963 José Tamayo con el estreno en España de la formidable pieza de Albert Camus. El público que casi llenaba el recinto aplaudió con entusiasmo en todos los momentos en que la oscuridad marcaba una transición entre escenas y redobló las ovaciones al final de la función, cuando los actores salieron a saludar. Pablo Derqui, impresionante protagonista, fue quien recaudó la mayor salva de aplausos de la noche.

Y es que Cayo Julio César Augusto Germánico -al que los legionarios de su padre apodaron Calígula por las botitas militares que llevaba de niño- es un personaje que ha provocado una atracción morbosa desde que el cotilla de Suetonio relatara en su «Vidas de los doce césares» las excentricidades que prodigó durante los apenas cuatro años que estuvo en el trono: del 16 de marzo del año 37 al 24 de enero del 41, fecha de su asesinato por una conspiración de senadores y pretorianos.

Pero Camus no lo hizo protagonista de su más conocida obra teatral por su carácter caprichoso: en su controvertida figura encarnó la enajenación del poder llevada a extremos metafísicos, y a través de él exploró los extremos absurdos de la existencia y exorcizó los demonios del sufrimiento. En 1944 terminó el escritor francés este complejo trabajo dramático en el que volcó sus obsesiones sobre los abismos de la condición humana y la imposibilidad de variar el destino. «Acabo de comprender por fin la utilidad del poder: dar oportunidades a lo imposible; a partir de hoy y en lo sucesivo, mi libertad dejará de tener límites», afirma Calígula en un momento de la obra, que comienza cuando, después de la muerte de su hermana y amante Drusila, reaparece extraño, enloquecido, animado por un fuego oscuro y armado de una particular lógica implacable e imprevisible, ante la que toda su corte se pliega atemorizada y al tiempo fascinada por la descoyuntada coherencia de un hombre que se proclama dios. En palabras del propio autor, la obra es el relato «de un suicidio superior. Es la historia del más humano y más trágico de los errores. Infiel a los seres humanos debido a la excesiva lealtad a uno mismo, Calígula consiente en morir después de darse cuenta de que no se puede salvar solo y que nadie puede ser libre si es en contra de otros».

Bowie, la Máscara y el Joker

A partir de una cuidada traducción de Borja Sitjà, Mario Gas es inteligentemente fiel en su dramaturgia y su dirección al espíritu de Camus. El emperador no es un loco, sino alguien que lleva su lucidez desolada a extremos insoportables y que, de algún modo, alimenta la conspiración que acabará con él y no mueve un dedo para escapar de la muerte. La magnífica y contenida interpretación de Pablo Derqui, alejada en todo momento del histrionismo, ilumina la amplia gama de claroscuros del personaje, al que sentimos próximo y temible. Mónica López, Xavier Ripoll, Borja Espinosa, Bernat Quintana, Pep Ferrer, Anabel Moreno, Pep Molina y Ricardo Moya completan el equilibrado reparto, que trabaja sobre la estupenda escenografía inclinada de Paco Azorín. Y un punto para la polémica: fue muy comentada tras el estreno la imaginativa y original solución de Gas para resolver la aparición de Calígula como diosa Venus, acotada por Camus con matices andróginos: lo hace transmutado en el Ziggy Stardust de David Bowie, en compañía de la Máscara y el Joker, personajes de la iconografía popular instalados al sitial de los dioses.

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