Un momento de «Una noche con Forsythe»
Un momento de «Una noche con Forsythe» - ABC

«Bolero» y «Una noche con Forsythe»: lección de arte

Que dos días seguidos se presenten en sendos teatros de Madrid dos conjuntos como el Béjart Ballet Lausanne y la Compañía Nacional de Danza es un inesperado oasis en el árido desierto de la danza en la capita

Madrid Actualizado: Guardar
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Que dos días seguidos se presenten en sendos teatros de Madrid dos conjuntos como el Béjart Ballet Lausanne y la Compañía Nacional de Danza es un inesperado oasis en el cada vez más árido desierto de la danza en la capital. Que lo hagan, además, con programas dedicados a Maurice Béjart y William Forsythe respectivamente es doblemente gratificante. Los dos coreógrafos –francés el primero, estadounidense aunque afincado en Alemania el segundo– son dos de los más relevantes creadores de la danza de la segunda mitad del siglo XX, y los dos espectáculos pueden considerarse, al margen de otras consideraciones artísticas, dos grandes lecciones de arte.

Por partes. El legado de Maurice Béjart, desaparecido hace una década, crece con los años. Gil Román, que cuida de dicho legado desde la compañía que creara el legendario creador, ha presentado en Madrid un programa con varias de sus coreografías: «Le Mandarin merveilleux», «Bhakti III» y el inmarcesible «Bolero», estrenado en 1961; con el añadido de una pieza del propio Román, «Tombées de la dernière pluie», en la que desarrolla las enseñanzas de su maestro).

Diríase que Maurice Ravel compuso su «Bolero», de inspiración española, pensando en que la coreografiase Béjart, tal es el grado de complicidad entre música y movimiento. Más de cincuenta años después, sigue siendo una pieza asombrosamente magnética, fiera y sorprendente, que tuvo como solista a una brillante Elisabet Ros, a quien rodea una siempre magnífica compañía.

Apuesta arriesgada

El programa que José Carlos Martínez ha dedicado a Forsythe, por su parte, es un apasionante retrato de uno de los coreógrafos más interesantes de las últimas décadas. Se trata de una apuesta arriesgada, porque exige de unos bailarines capaces de abarcar un arco gigantesco;y sobre el escenario del Teatro Real se ha podido ver el esfuerzo y las horas de ensayo que ha desarrollado la Compañía Nacional de Danza. No es, además, un programa sencillo para el público, de esos que se tragan sin apenas tener que masticar;éste exige un esfuerzo.

Las tres piezas incluídas –«The Vertiginous Thrill of Exactitude» (1996), «Artifact Suite» (2004) y «Enemy in the Figure» (1989)– son muestra de la evolución de Forsythe y de sus distintas maneras de afrontar la coreografía, desde el más puro abstracto, con piezas que son casi, como él mismo las califica, una instalación;hasta esa particular manera de entender el lenguaje académico y de rendir homenaje a coreógrafos como George Balanchine.

Por planteamiento y resultados, lo ofrecido por la Compañía Nacional de Danza en el Teatro Real es un sabroso menú de degustación, que hubiera merecido el postre de la música en directo; creo que el marco merece que se haga ese esfuerzo.

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