Antes de armar la de Troya

Aplaudido estreno de la opereta de Offenbach en el Festival de Teatro Clásico de Mérida

Menelao (Javier Enguix) y Helena (Gisela) en un momento de la divertida obra ABC

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Gustó mucho al público que asistió el pasado miércoles al estreno el montaje, ligero y frescachón, de «La bella Helena» empaquetado por Ricard Reguant para la sexagésima tercera edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Pasada la una de la madrugada, ya del jueves, los calurosos y prolongados aplausos de los espectadores que abarrotaban el Teatro Romano premiaban el esfuerzo y la gracia de los intérpretes y el equipo artístico de una función que se carcajea de la solemnidad de la mitología y la historia clásicas.

Calificada como ópera bufa, «La bella Helena» alcanzó rápido éxito tras ser estrenada en el parisino Théâtre des Variétés el 17 de septiembre de 1864. Con un libreto salido del ingenioso magín de Henri Meilhac y Ludovic Halévy y la juguetona música de Jacques Offenbach (1819-1880), esta pieza justifica el juicio del tantas veces ácido Karl Kraus según el cual el talento del compositor judeoalemán nacionalizado francés contribuye a «remediar la estupidez, darle un respiro a la razón y estimular la actividad mental».

Como ustedes recordarán, el argumento se centra en las peripecias de Paris por conseguir el amor de Helena, esposa del rey de Esparta Menelao, tal como le había prometido Afrodita a cambio de recibir del príncipe troyano la manzana que la consagraba como la más bella de las diosas en la pugna con Hera y Atenea. Lo que pasó después, léase guerra de Troya, es historia. A esos personajes se unen Agamenón, Aquiles, los dos Áyax, el sacerdote Calcas, Orestes, un par de cortesanas y la enredadora Eris, diosa de la discordia, entre otros, que se mezclan en una pícara ensalada de deidades, héroes y hermosotas propicias a la que da alas la inspirada partitura de Offenbach, decisiva figura de la música popular del XIX.

Esta algarabía argumental es llevada casi hasta la frontera en que se rozan la revista y la comedia musical por Reguant, que firma la adaptación junto al dramaturgo Miguel Murillo . Ambos reajustan y reforman las costuras de la opereta, cortan y pegan, morcillean el texto de lo lindo con referencias a la actualidad y profusión de gracias de vuelo bajo, con tendencia a lo facilón y chocarrero, que suelen ser tan del gusto inmediato del respetable, que al fin y al cabo es quien se rasca el bolsillo. En esa línea, los arreglos musicales, firmados por Ferrán González , se deslizan hacia los terrenos del pop y el chunda chunda, lo que otorga al conjunto un apresto muy popular propicio al acompañamiento con palmas, como ocurrió en algunos momentos del estreno.

La dirección de Reguant, con amplia experiencia en el teatro musical, apuesta decididamente por ese fluido carácter popular para redondear un espectáculo vibrante y desigual, animado por las coreografías de Mayte Marcos. Hay momentos espléndidos, como el número del augur oriental, y otros que lo son menos, pero la apuesta cumple con creces las expectativas de diversión del público; ya he comentado que al del estreno le gustó mucho. Los actores se entregan a fondo: Gisela, protagonista ya de un buen número de musicales, encarna muy bien de voz a la seductora Helena, a quien da réplica el estupendo Paris que interpreta con gracia y excelente afinación Leo Rivera; Joan Carles Bestard acierta en la diana de lo cómico como Calcas; Cata Munar llena de malévola picardía a su Eris; Javier Enguix es un atolondrado y divertido Menelao, y Rocío Madrid, una curvilínea Afrodita de armas tomar. Entonado también el resto del reparto de esta desenfadada propuesta paródica que une humor, amor y mitología.

Aparte de las representaciones en el Teatro Romano, el Festival de Mérida acoge conferencias, exposiciones y actividades diversas. Mientras callejeaba antes del estreno de «La bella Helena», el seguro azar cantado por Pedro Salinas me condujo a las Termas de la calle Portezuelas, donde un público familiar seguía embebido en la historia de Teseo y el Minotauro interpretada con desparpajo y gran soltura cómica por un grupo de adolescentes que desbordaba entusiasmo genuino. Una agradable e inesperada sorpresa llena de guiños y referencias diversas, con situaciones muy bien resueltas. «Teseo vs. Minotauro» es el título de esta estimulante propuesta que, lo busqué en los fondillos de la programación off emeritense, firma Jonathan González, que conste junto a mi aplauso por este tipo de intervenciones, agrupadas bajo el rótulo de «Augusto en Mérida» y cuyo fin es «divulgar la cultura clásica a través de acciones formativas, lúdicas y artísticas», que contribuyen de paso a la revitalización de espacios arqueológicos como el Templo de Diana, el Pórtico del Foro y las mencionadas Termas de la Calle Pontezuelas, «devolviendo a estos privilegiados escenarios la cultura clásica grecolatina durante julio y agosto». Dirige estas actividades el grupo TAPTC? Teatro y las realizan alumnos de diversas escuelas extremeñas de arte dramático.

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