BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA

Vicente Soto rescata a los Sordera

El espectáculo que reunió a toda la familia en Santa Clara no respondió a las expectativas. Sólo Vicente y su hija Lela Soto estuvieron a la altura de la cita

Sevilla Actualizado: Guardar
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La casa de los Sordera, cimentada en la leyenda de Paco la Luz, es uno de los grandes bastiones del cante de Jerez. Pero entre lo que legó el patriarca Manuel, cantaor escogido en la historia, y lo que han heredado sus hijos hay una distancia que en estos momentos sólo acorta Vicente, el mediano, un artista que nunca ha tenido la suerte de estar en el sitio y el momento adecuados, pero que guarda en el cielo de su boca el sabor intacto de una estirpe que creó una forma de cantar con los ojos vueltos y que se ha ido diluyendo bajo el manto nocturno de Madrid. Yo creo que el más interesante de toda la saga, no obstante, es Enrique, el mayor. Probablemente es el mejor cantaor para el baile que ha salido de Jerez.

Pero el primonénito del Tío Manuel Sordera viene de superar una enfermedad durísima y todavía no puede exprimir su voz como quiere. Hizo cosas de la casa por soleá de Alcalá y defendió con el cante de Levante el aperturismo que siempre ha tenido su familia. Se acordó de Pepe Marchena a su forma. Defendió el pabellón a empujones y hay que quitarse el sombrero para reconocérselo. Porque reaparecer después de tanto tiempo en silencio obligado es muy difícil y él lo hizo con mucha serenidad y categoría. Fue una pincelada porque el resto del espectáculo se lo repartieron los otros dos hermanos, Vicente y José. Sordera y Sorderita. Calificativos perfectos, no sólo por la edad, sino por el cante que cada uno desarrolla. El Sordera se marcó una seguiriya muy seria, redoblando los ayeos como hacía su padre, y abriendo la boca en el cambio de cabales. Y luego miró a Cádiz por alegrías para demostrar que lo único que le ha faltado para ser uno de los cantaores más reclamados de su tiempo es suerte.

Sorderita, en cambio, es un recaudador de rentas. Está más influido por las noches largas de Madrid que por las de Jerez. Su manera estrafalaria de vestir -los pantalones estampados que llevaba fueron lo más comentado de la noche, cosa que lo dice todo-, su guitarra enchufada y su voz mínima intentando hacer unas alegrías de las que apenas guardan la melodía y poco más exhibieron el lado más crápula de la dinastía. El viejo fue muy abierto. Pero su hijo menor ha excedido los límites. Es más de Ketama que de Santiago. Más de rumbeo que de bulería al golpe. Por eso la noche se quedó a medias. El espectáculo no estaba bien hilvanado. Y el cante sólo pudo pudieron ponerlo Vicente y Enrique. Y la hija de Enrique, Lela, que se paseó en una bambera con mucha solidez, aunque luego en los fandangos bajó el listón con giros demasiado forzados. El otro descendiente, Maloko, es sencillamente un seguidor de Diego Carrasco, no de su propio apellido. Tiene que buscarse mucho todavía dentro para poder tender el cante y que se oree, porque por ahora sólo lo apunta y abusa de los gestos del peculiar artista jerezano, que ha arrastrado a todos los jóvenes de su tierra a un estilo en el que sólo se puede imitar. El más chico de los Sordera incluso baila con los mismos movimientos que el Tate. Así que, hecha la suma de todo, no pudo cumplirse el dicho del viejo Sordera cuando estaba de fiesta y había arte de verdad. No apatecía quedarse hasta que viniera el lechero. No fue una noche para el recuerdo. Vicente rescató el abolengo de su casa. Y poco más.

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