Ana María Bueno, Milagros Mengíbar, Jose Galván y Manolo Marín, en el escenario del Maestranza
Ana María Bueno, Milagros Mengíbar, Jose Galván y Manolo Marín, en el escenario del Maestranza - VANESSA GÓMEZ

La sacristía de los maestros

Ana María Bueno, Milagros Mengíbar, Jose Galván y Manolo Marín deleitan al público sevillano con el espectáculo «Bailando una vida»

Sevilla Actualizado: Guardar
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Dicen en las bodegas de Jerez que los buenos vinos están en un lugar llamado la sacristía. Que allí se guardan las barricas de los vinos madre que luego sirven para hacer caldos nuevos y mejores.

El sábado por la noche el teatro de la Maestranza fue la sacristía del baile, un lugar donde el magisterio de varias generaciones se dio cita para recordarnos a todos dónde y porqué se está hoy bailando como se hace.

Ana María Bueno, José Galván, Milagros Mengíbar y Manolo Marín compusieron un cuadro de magisterio donde había que haber ido con un cuaderno de apuntes o con un vídeo, para tomar nota de cómo se hace un baile por soleá, cómo se empieza y se termina por alegrías,cómo es el baile, tan perdido hoy de pareja, o como se interpreta una seguiriya con bata de cola y palillos.

Fue una clase magistral dirigida por otro maestro, alumno de alguno de ellos, Rubén Olmo, que compuso un collage precioso y pudo pedirles a los maestros que les permitiera poner orden entre tanta sabiduría, que no es fácil.

Cuatro marcos de puertas iluminadas y en medio de cada una un maestro. Suena la inmensa guitarra de Rafael Rodríguez y la hermosa canción de «Toda una vida» para iniciar este espectáculo que lleva el tíulo de «Bailando una vida».

Emoción, empatía, seguridad, técnica y sobre todo, el baile de Sevilla, como dijera al final Milagros Mengíbar: «en nosotros cuatro ha bailado Sevilla».

Impresionante la seguiriya de Ana María Bueno, con bata de cola y palillos, sin descomponer la figura, sin hacer del palillo manopla, con el toque justo y sin sonarlo al mover sus hermosas manos.

Bulería por soleá de José Galván, con todos sus remates, cogiéndose la chaqueta como hoy pocos lo hacen, metiendo los pies, con sonidos distintos, nunca aporreando el tablao.

Dos hermosísimas estampas de baile de pareja, hoy casi desaparecido: zorongo de Mengíbar y Galván y tangos de Manolo Marín y Ana María Bueno. Qué belleza hoy olvidada de la comparación del baile de mujer y el de hombre: siempre igual, siempre diferente.

Soleá de Manolo Marín, el maestro más veterano, «hacía muchos años que ni bailaba ni doy clase y me voy a Triana que me duelen los pies», decía al final del espectáculo. Pero la soleá de Marín tiene la maestría de quien no tiene que demostrar nada porque ya lo hizo todo.

Alegrías de Milagros Mengíbar con bata de cola, y el gusto que tiene la sevillana en poner poesía a su baile, y con la guitarra de emoción de Rafael Rodríguez.

No ha habido, nada más y nada menos que cuatro cantaores y tres guitarras, pero de postín. Juan Reina, Miguel Ortega y Manuel Romero «Cotorro», al cante. Juan Campallo, Juan Manuel Flores y Rafael Rodríguez, a la guitarra. No hizo falta más.

Y por fin el remate: en el mismo marco iluminado, los cuatro, con un atuendo clásico, (muchos deberían aprender a vestir con esta elegancia),y los del atrás, que han sido un delante (preciosa la Salvaora de Juan Reina), entonan la sevillana de Sal Marina «Fue en Sevilla»... y cada uno baila a su estilo, con el preciosismo de los años, con la enjundia de un arte clásico que ya pasará a la historia.

El sábado por la noche, el Maestranza fue una sacristía.

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