CRÍTICA

«María la chamana», en el Teatro Central de Sevilla

La bailarina y coreógrafa María Cabeza de Vaca se reconcilia con su pasado

Cabeza de Vaca, en el Teatro Central JOSÉ TORO

MARTA CARRASCO

Álvar Núñez Cabeza de Vaca nació en Jerez de la Frontera en 1488 y murió en Sevilla en 1559. Fue un descubridor que exploró la costa sur de Norteamérica y el primer europeo en ver las cataratas de Iguazú... Poco podía imaginar aquel hombre, que llegó a vivir diez años con los indígenas y fue chamán, que una descendiente suya iba a llevar primero como un martirio y luego como una epifanía, su apellido.

«Cabeza de vaca» es el estreno absoluto que ha llevado a cabo María Cabeza de Vaca este fin de semana en el teatro Central. Una obra donde la bailarina y coreógrafa ha querido rendir homenaje a su pasado, a su nombre y a su ancestro.

Sale María con un tocado de plumas y vestida de lentejuelas y una falda de volantes cortos rojos. Y lo primero que quiere dejar claro es su apellido. Se pone ante el micrófono: «me preguntan si Cabeza de Vaca es mi nombre artístico, y no, es mi nombre. Soy descendiente de Alvar Núñez Cabeza de Vaca», y ahí empieza todo.

En este viaje en el que la creadora viaja hacia su verdadera identidad, usa todos los recursos escénicos que ha ido atesorando en los últimos años: la danza, el teatro, la performance, la voz... Con un espléndido espacio sonoro que también queda en familia, realizado por Fran MM Cabeza de Vaca, su hermano, María intenta que esta pieza sea una especie de elemento transformador de su propia vida.

A caballo entre la performance, la danza y el teatro, el trabajo de gestualidad es muy importante, con dotis de dramatismo, comicidad y porqué no decirlo, con un pequeño lado travieso que siempre asoma en las creaciones de la coreógrafa. Aunque aparentemente no hay mucha danza al uso, sin embargo la obra tiene un amplio y difícil trabajo físico, sobre todo en el control y fijación de movimientos, y también un destacado trabajo vocal.

Esta epifanía tiene de todo. Fragmentos musicales de «Siete novias para siete hermanos» (la canción sobre el rapto de mujeres), música electrónica, sonidos en sala ampliados y un grito en forma de canción de Nino Bravo, «América», que nos inunda.

La selva, el naufragio, el sonido de las cataratas, la prisión, su función como chamán..., todo está presente en este espectáculo que tiene fantásticas imágenes aún más acentuadas por el diseño de luces de Benito Jiménez.

María y Alvar Núñez se han reencontrado tras un mismo apellido. Uno y otro cara a cara han desmenuzado un mismo árbol genealógico. El viaje ha llegado con éxito a su fin.

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