Manuel Moneo
Manuel Moneo - LABIENAL

Manuel Moneo, momentos

El jerezano ofrece pinceladas de hondura para cerrar las tardes flamencas de San Luis de los Franceses

SEVILLA Actualizado: Guardar
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El cante de Manuel Moneo está en peligro de extinción. Es de inspiración y momentos. Gitano y cabal. En su boca anidan unos duendes que aparecen y desaparecen en cuestión de un instante. Tan pronto se queda desnudo y sin fuelle como lo empapa todo de magia. Y solo por esa genialidad hay que esperar el refugio de los fandangos. Porque luego viene el tuétano de la soleá. Lo mejor de la tarde. Ahí asoma la herida perdida de San Miguel. Recorta los estilos de Joaquín el de la Paula con las letras que registró Manuel Torre. Y continúa elevándose sobre Alcalá con la jondura que se escribe con jota. El Flamenco en mayúsculas no lleva «k» ni diminutivos.

Y el nombre de Manuel hay que imprimirlo con sangre. Si no, se borra.

La afinación es el único muro que se levanta en el camino del jerezano. Va haciendo equilibrio sobre los tonos en la bulería por soleá, donde solo se entrega en el remate. Y utiliza el fandango de guarida tras la seguirilla. Volvió a buscar al Torre en el estilo de Manuel Molina. Aunque repartió algo de ojana, recuperó unos bonitos detalles del recientemente desaparecido Manuel Agujetas. La guitarra de Miguel Salado le pone el color de los Morao a las falsetas. Todo empieza a sonar oscuro. Y es cuando se rebaña en el pecho con Joaquín Lacherna. Regresa, como sucedió después en la toná, otro frasquito de cante y telaraña. Solo por naufragar unos segundos sobre esa grieta agria, la entrada en el templo merece la pena.

El hermano del Torta, a quien se le recordó en las bulerías, pertenece a aquella familia de Jerez que decidió mirar a Mairena para engrandecer su propia escuela. Conserva el misticismo del género, al que todavía se refiere como cante gitano andaluz. Coloca las arrugas de su rostro en el estómago cuando opta por la flagelación. Y así cerró las tardes del majestuoso espacio de San Luis. En la soleá. Porque lo que vino después fue humo y arena.

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