Sabina interpretó anoche en Sevilla las canciones de su nuevo disco, «Lo niego todo», junto a sus «clásicos» más conocidos
Sabina interpretó anoche en Sevilla las canciones de su nuevo disco, «Lo niego todo», junto a sus «clásicos» más conocidos - JUAN FLORES
Concierto en La Cartuja

Doce mil incondicionales vibraron con Joaquín Sabina en el estadio de La Cartuja en Sevilla

El cantautor jiennense presentó anoche en Sevilla su último trabajo discográfico, «Lo niego todo»

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En «Postdata», una de las perlas de «Lo niego todo» su último trabajo discográfico—el primero en siete años—, Joaquín Sabina se autodefine como un trovador cascado; todo un acierto del jiennense a tenor de lo visto anoche en el estadio de La Cartuja.

Sabina mostró un aspecto desgastado e hizo gala de una voz aún más quebrada de lo habitual —si es que eso posible— y bastante potente. Nada nuevo en la oficina. El «Flaco» siempre ha sido poseedor de una mala salud de hierro, una especie de funambulista sin red que ha sufrido varios resbalones pero que nunca ha mordido el polvo. Y es que habiendo celebrado como él lo ha hecho sesenta y ocho veces la fiebre de vivir, los arrebatos físicos hace tiempo que le gritaron «presente» y el artista ha optado por la prudencia y la dosificación (en su día a día y en los conciertos) para no precipitar los trances ni hacer oposiciones a la posteridad antes de tiempo.

De ahí que anoche el cantautor abandonase dos largos ratos el escenario —algo normal en sus últimas giras— para darse un respiro, dejando minutos de gloria y lucimiento a sus eternos subalternos de oro: Pancho Varona cantó «La del pirata cojo», Mara Barros se lució con «Hace tiempo» (un tema que Sabina ha compuesto para ella basándose en una conversación con su amigo Gabriel García Márquez), Antonio García de Diego asumió el rol de cantante en «A la orilla de la chimenea», y Jaime Asúa hizo lo propio con «Seis de la mañana».

En la misma línea de medir los esfuerzos, Sabina se tomó a guasa sus descansos y el estar sentado en su taburete buena parte del concierto: «Me ha dicho mi geriatra que me siente de vez en cuando para no deshidratarme». Con el mismo tono jocoso bromeó sobre las altas temperaturas —los termómetros marcaban 38 grados al comienzo del concierto—. «Menos mal que en Sevilla refresca por la noche. Pero no pasa nada, esta ciudad es tal para los sentidos, que hasta el sudor huele a Channel número 5».

Tras un inicio despachado con un póker de temas de su último disco, «Lo niego todo», destacando sobremanera «Lágrimas de mármol» (una canción en la que se palpa desde el primer acorde la mano de Leiva en la producción), el poeta de la voz quebrada fue desgranando con parsimonia parte del suculento repertorio que le ha alzado a una posición tan hegemónica como merecida en la historia de la música en castellano.

Si ya es emocionante solo pensar que una persona de carne y hueso se sentó un buen día para escribir canciones tan brutales como «Por el bulevar de los sueños rotos», «Y sin embargo», «Ruido», «19 días y 500 noches», «Princesa», «Una canción para la Magdalena», «Noches de boda», «Contigo» o «Pastillas para no soñar», imaginen cómo se dispara esta bella sensación cuando dichas letras pasan en directo y sin filtro alguno por las resonancias quebradas de su garganta.

La parroquia sabinera, gran parte de ella ataviada con su clásico e característico bombín, vibró y disfrutó de lo lindo hasta el final con estos relatos musicados que interpretan personajes modelados por las manos del destino, historias que podrían ser protagonizadas perfectamente por un Henry Chinaski cañí y que destilan el paradigma de la cultura más canalla, irónica, realista y trasnochadora.

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