David Palomar, durante la presentación de «Denominación de origen»
David Palomar, durante la presentación de «Denominación de origen» - RAÚL DOBALDO

David Palomar: puede ser que sí o puede ser que no

El cantaor gaditano, claro seguidor de la escuela de Chano Lobato, ha tomado la alternativa en la Bienal con gracia y empaque, pero sin profundidad

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Palomar no es cantaor. No estrictamente. Es otra cosa. Es contaor de Cai. Y tiene en su petate las migajas que le dejó Chano Lobato. Una botella de tinto peleón, dos mojarras y un pellizco de sal cayendo sobre los cantes. Por eso tiene que buscar en el embuste. Porque es un pícaro que se gana la vida con el faro fenicio encendido que pescó Pericón en la Caleta. Cantando una minera con zapatos de charol y de pie tras la voz de Mariana Cornejo. Recitando como los vividores de las antiguas troupes algunos ripios entre los cantes para darse alivio. Y contando anécdotas hasta dar con el callejón del duende, postureando en el cante corto por bulerías, baluarte en tonos mayores de una manera de entender el flamenco que tiene su cuna en la bragueta de los matarifes de Puerta Tierra.

En la supervivencia de los juegos de palabras, de los manotazos, de los tercios de escaqueo. Ese cante de ojana es una joya peligrosa. Porque si no es natural es insoportable. Y la virtud de Palomar es que le ha cogido el vuelo a esa queja cobista del tirititrán de Espeleta y el guirigay de Chano. Le está dando vida a un manojo de maestros que aprendieron a cantar para comer. Pero tiene que tener cuidado con abusar de eso. La media voz le vale en la malagueña del Canario y en la corta del Mellizo que con la guitarra de Rafael el Cabeza suena a rezo. Pero no en la serrana, cante en desuso que lleva en su repertorio como prueba de su búsqueda en esas raíces sobre las que se yergue. El cambio de María Borrico exige mucho empuje y repele el borricate. Ahí hay que cantar. O se echa espuma por la boca o mejor se escoge otro estilo. El traspiés se arregla con los tangos sabrosones del Piyayo y Triana. Con la puesta en escena, que es marchenista. Y con las sevillanas dedicadas a Lola Flores, Caracol, Paco de Lucía o Camarón con una letra del propio cantaor que tiene serios descuadres métricos, pero que encaja golpes reconocibles de los cantes de los monstruos a los que mienta. María Moreno las baila mejor que bien. Y juntos logran generar un clima que justifica la entrada. Pero...

Pero el exceso de artificios se come al cante. El toreo de capa en las alegrías dedicadas a los toreros. El histrionismo en los gestos. Yo no me lo creo. Demasiado teatro. Y un embuste sólo es bueno si el que lo cuenta está convencido de que lo ha vivido. Palomar tiene la ventaja de que se ha comido Cai y su voz es un palacio desconchado por el salitre, una hermosura decadente, un tronío sin esplendor. Eso hace verosímil su pelea con las cantiñas. Y lo expone más de la cuenta por seguiriyas. La propia letra lo dice: «La ceniza que le rindes culto te daña y te ciega». Hay que buscar en otras escuelas para meterle mano al macho con solvencia. Apretarse bien las encías. Eso es lo que más me gusta. Que Palomar se inventa otro Palomar para echarle casta a la tragedia. Que le canta por soleá al baile de la Moreno con los puños cerrados por debajo de la silla. Que no lo apuesta todo a vender crecepelo con gracia, sino que se maja las rodillas en los cantes de verdad, los que miden el poderío de un artista joven que toma la alternativa en la mejor plaza del mundo. Y luego vuelve al por aquí te quiero ver de su dios, soniquete por rumba de garito oscuro. La negra Tomasa por aquí, cacharrito por allá. Tanguillos verderones del aljibe con la tortuguita queriendo sacar la cabeza. Y una bulería de las entrañas de Gades, lejos ya del recuerdo inicial a la Perla, que son el caray de su sal. Cuarenta novias que yo tenía, eso son cosas que dice usted; las tendrá en fotografía, eso sí que puede ser. Soniquete lúdico que tiene en el estribillo la respuesta al futuro de este cantaor: tiene buenas hechuras y sabe lo que hace, pero puede ser que sí o puede ser que no. Despacito.

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