Entrevista

Los Secretos: «La muerte, la industria y las drogas fueron nuestros tres enemigos»

La banda presenta una reedición especial por el 35 aniversario de su debut, que incluye un segundo CD con versiones de sus clásicos a cargo de sus «discípulos»

Madrid Actualizado: Guardar
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Cuando nos sentamos a charlar con Álvaro Urquijo en una cervecería madrileña, a la pregunta de «¿qué tal estás, Álvaro?» le sigue una respuesta de casi cinco minutos. Como si necesitara desahogarse, lanza de sopetón una pequeña diatriba contra la situación de la industria musical. «Bien, ahí vamos, conviviendo con cómo está la cosa… Me he acordado hace un momento de nuestros inicios, de cuando querías grabar con tal o cual técnico y tenías que esperar meses a que tuvieran hueco. Ahora todos esos técnicos están desesperados por encontrar trabajo y son ellos los que te llaman a ti. Y si no, se marchan fuera de este país para encontrar trabajo».

Precisamente Juan de Dios, el encargado de la nueva mezcla de esta reedición, está ahora en Estados Unidos.

«¡Porque allí hay trabajo!», exclama Urquijo. «Y con los músicos pasa igual, hay bajistas de sesión con los que muchas bandas soñaban tocar, porque era imposible, y ahora esos bajistas tienen que bajar sus precios y buscarse las castañas. Mira a Tino di Geraldo, que ahora está sin curro, o a Santiago Auserón, que ha dado dos conciertos en todo el verano. Ese tipo de crisis es el que a mí me preocupa. Que Auryn o Gemeliers vendan discos es normal, porque los chavalines siempre han tenido mucho poder. Pero que se rompa el tejido que tanto ha costado construir, contra prácticas rancias, contra gobiernos sin sensibilidad cultural…

«Desde UCD -continúa Álvaro- no ha cambiado nada. Fíjate que en 1977, todavía sin Constitución, hubo una ley que hizo Fraga Iribarne que exigía que en la radio hubiera un porcentaje de música española. Y en las discotecas, si ponías música extranjera, tenías que tener una orquesta de aquí tocando un par de horas antes. Aunque claro, luego estaba la censura. Recuerdo que cuando entré en Polygram acababa de salir el “Quadrophenia” de los Who, en el que aparecía una imagen de un tío tirado en la cama al lado de una pared llena de pósters de chicas en pelotas… Un día me encontré a dos personas de la compañía dibujando bragas y sujetadores con un lápiz sobre el fotolito original, para tapar los desnudos de cada póster. Eso era España. También recuerdo que los responsables de marketing de la compañía, uno venía de Skip y otro de Danone. Ahí fue cuando las multinacionales empezaron a apropiarse de la música. El golpe definitivo ha sido cuando la pasión por la música se ha sustituido por concursos de talentos, que solo abogan por el flechazo instantáneo hacia el éxito. También con el streaming: si hubiera sabido que con más de tres millones de escuchas me iban a pagar una miseria…».

«Firmamos un contrato a ciegas, y todavía lo estamos pagando»

La leyenda de Los Secretos comenzó, en efecto, de un modo muy distinto al de las nuevas estrellas del pop paridas por la caja tonta. Paso a paso, escalón a escalón. Pero sí hubo algo que ayudó mucho para que la banda comenzara con buen pie su carrera, y que a pesar de los baches (bien gordos en su caso), nunca se hayan separado hasta el día de hoy: su increíble disco de debut. «Firmamos un contrato a ciegas para poder grabarlo, y todavía lo seguimos pagando», dice Álvaro.

—Aquel disco no sólo estaba lleno de grandes canciones: marcó una forma de hacer las cosas, ¿verdad?

—Sí, de grabar en analógico, tocando todos a la vez. Pero hubo una vez que cometimos un error muy grave, al no ser fieles a esa filosofía. Fue cuando hicimos el disco «Una y mil veces» en 2006. Conseguimos tener un estudio casero y nos pasamos de listos, grabando por partes separadas. Cada uno llegaba con su disco duro, etc… se nos fue de las manos. Si hubiéramos hecho ese disco de otra manera, hubiera sido mucho mejor.

—¿Qué es lo que más te emociona de este lanzamiento?

—Escuchar a mi hermano Enrique todavía me afecta. Me emociona mucho. Con Pedro Díaz se había cometido una gran injusticia porque no se le nombraba mucho, y en esta reedición hemos puesto más en valor su nombre y su aportación. Fue el que nos puso las pilas a todos Los Secretos. Él nos enseñó cómo armar las canciones más seriamente. Tenía buen gusto, cantaba, componía. Y se quedó en el olvido, cuando fue quien nos convirtió en un grupo adulto.

—En 1980 sacasteis vuestro primer EP, en el que ya había temas que saldrían en el disco. ¿Qué recuerdas de aquel año?

«Al principio fue como un juego, me reía cada vez que me daban dinero por tocar»

—Muchas cosas, sobre todo la (re)formación del grupo. Me acuerdo que el locutor Gonzalo Garrido anunció en su programa de radio que buscábamos batería, cosa que ni nos consultó, porque nosotros estábamos llorando todavía a Canito (compositor, cantante y batería con el que tocaban cuando aún se llamaban Tos), que se mató en un accidente en la Nochevieja del ’79, y no teníamos intención de seguir. Vamos, que Garrido nos empujó, y en pocos meses teníamos un disco firmado. En muy pocos meses rehicimos la banda, conseguimos un contrato, compusimos canciones y grabamos un disco. Fue un año explosivo, porque nuestras mitocondrias juveniles de ansia por poder palpar de cerca lo que tanto habíamos anhelado eran imparables. Al principio fue como un juego, me reía cada vez que me daban dinero por tocar, no me lo creía. Cuando nos dieron 80.000 pesetas por tocar en la Plaza Mayor no me lo creía, era una barbaridad. Me compré una guitarra estupenda.

—Fue una suerte dar con Pedro Díaz.

—Una suerte enorme, porque cumplía todos los requisitos. Sabía cantar, componer y tocar la batería. El EP lo grabamos en cuatro días, seis horas cada día, de doce de la noche a seis de la mañana, en tiempos muertos del estudio. Funcionó muy bien en las Navidades del ’80, se vendieron todas las copias, y en el ’81 ya sale el LP, cuyo single «Ojos de perdida» («Déjame» ya fue single con el EP) se convirtió en el número uno en varias emisoras de radio. Y entonces nos llamó un mánager que nos dijo que si queríamos ganar dinero. Nos quedamos en plan: «pero, ¿seguro que se puede?». Todo lo que ganamos ese año se reinvirtió en equipo, y luego llegó lo de Hacienda… Lo de Boyer, Lola Flores, etcétera.

—En el ’83, ¿verdad?

—Sí, el partido socialista, en vez de apoyar la cultura dijo: “¿quiénes son los famosos, los de la cultura? Pues vamos a empezar por ahí. Y si inspeccionas a un grupo como Los Secretos, que se gastó todo el dinero en equipo y en pagar a los técnicos, sin guardar facturas… El inspector pensó: «180.000 pesetas por cien conciertos, sale a tanto. Dividido entre cuatro músicos, pues tanto». Y claro, nada más lejos de la realidad. Nos metieron en el mismo saco que Lola Flores, Pedro Ruiz, Gurruchaga, etc… Nos dieron un palo…

—Y para colmo, más o menos para esa época el sello decide no renovaros el contrato.

—El A&R nuevo que entró tenía otra visión. Por hacer un símil, cuando llega un entrenador nuevo a un equipo de fútbol tiene que echar a alguien y coger a otros nuevos, aunque sólo sea para dar la sensación de que llega con su imagen, su personalidad y su proyecto. Igual me pasó a mí con mi carrera en solitario con Columbia en el 98, por una reestructuración. Pero bueno, volviendo al ’84 y todos esos problemas… de repente va Pedro y se muere también.

La sombra de la muerte

—Imagino que sentiríais algo de incredulidad… otra vez un accidente de coche os dejaba sin baterista.

«. A los pocos años la muerte empezó a parecer algo normal, parte de la vida. Con 21 años había visto cosas muy feas»

—La verdad es que nuestra cercanía con la muerte a mi me «shockeó» a lo bestia, sobre todo con Canito porque tenía 17 años. A los pocos años la muerte empezó a parecer algo normal, parte de la vida. Con 21 años había visto cosas muy feas. Cuando nos golpeó otra vez con Pedro no nos pusimos a llorar, sino ya simplemente a echar en falta a un compañero. Durante el ’85 y el ’86 estuvimos otra vez bastante abatidos, recomponiéndonos de la tragedia, y recuperándonos de ciertas sustancias. Nuestros padres nos ayudaron mucho. El mazazo fue físico, moral, estructural, emocional y musical, y gracias a los royalties y a que vivíamos en casa de nuestros padres pudimos aguantar el tirón.

—Me llama la atención que digas que no llorasteis.

—Sí, sí, estábamos como endurecidos. Desde que tengo una hija no me gusta de hablar de esto, pero… la droga ya nos había dado un par de bofetones, directamente en la cara, y ya empezábamos a aprender qué es lo que no teníamos que hacer, qué consecuencias tenían algunas cosas. Algunos lo entendimos a la primera, otros suspendieron los parciales y volvieron a caer. Muerte, industria y drogas fueron nuestros enemigos.

—Afortunadamente pudisteis seguir adelante, y volvéis a la acción con el sello Twins.

—Nuestros padres, claro, se temieron lo peor, nos dijeron: «¿pero no habéis tenido bastante ya?». Pero bueno, seguimos nuestro camino con la música. Los dos primeros discos que sacamos con Twins pasaron sin pena ni gloria, se vendieron muy poco. La máxima del sello era gastar lo menos posible y ganar lo más posible. Entonces en 1989 Warner compra Twins, y nos vimos en una situación extraña. Empezamos a grabar «La calle del olvido» con un sello, y lo terminamos con otro. Esa transición de todas formas nos vino bien, porque el álbum del año anterior, Directo, fue Disco de Oro y empezaron a llamarnos para la tele. También habíamos dejado atrás muchos problemas. Todo parecía a ser menos amargo, la vida nos sonreía otra vez. Y sobre todo, nuestras canciones volvían a ser buenas.

—Vuestro hermano Javier ya no volvió al grupo en ese renacer.

—No aguantó el parón de tres años, se puso a trabajar, también había ido a la Mili, y tampoco aportaba tanto como para ser imprescindible.

Volver a empezar

—Entre 1989 y 1990 se consolida la nueva formación.

«Empezamos una época muy dulce porque los discos se potenciaron, las voces eran más bonitas, etcétera»

—Y el Disco de Oro por Directo, que fue el primero que tuvieron Los Secretos, abrió muchas puertas. Como Enrique había sido más o menos el productor, se vio como dueño de la situación. Pero claro, no se puede estar en dos sitios a la vez y hacerlo todo bien. Así que hubo discos que no sonaron tan bien. Por eso, en esa época contacté con Joaquín Torres, un gran productor y con una colección de guitarras que te mueres. Le dije a mi hermano que se bajara del carro, y empezamos una época muy dulce porque los discos se potenciaron, las voces eran más bonitas, etc… Luego, curiosamente en 1995 cambiamos de dirección, porque nos parecía que con Joaquín las guitarras y las voces sonaban bien, pero nos faltaba base rítmica.

—Y os vais a Inglaterra a grabar «Dos caras distintas».

—Fuimos a un estudio buenísimo donde habían grabado musicazos, así que nos sentimos muy importantes. El disco fue divertido y nos lo pasamos genial, así que nunca supimos por qué se vendió tan poco. Los singles estuvieron sujetos a las mafias comisionistas de editoriales y radiofónicas, pero ni aun así, ni aun vendiendo nuestra alma al Diablo conseguimos que el disco se hiciese popular. Recuerdo esa etapa como un fracaso, aunque ahora haya mucha gente a la que le encanten esas canciones.

—¿Por qué decidiste empezar también una carrera en solitario?

—Mi carrera en solitario jamás habría existido si mi hermano no hubiera sido tan cabezota de querer hacer cosas en solitario él. Le encantaban las rancheras, y aunque yo pensaba que podía hacer esas cosas en Los Secretos, no acababa de encajarme la idea, yo era un poco más pop, y más Parsoniano y de los Byrds. Yo quería ser un poco el director musical, y que él fuera el compositor.

—Justo después, el «Grandes Éxitos» sí fue un éxito, valga la redundancia.

—Sí, se vendió muchísimo, y dimos muchísimos conciertos. Llevábamos desde el 86 dándonos un tute que no veas, así que dije, “vamos a descansar, y que mi hermano grabe su disco”. Y entonces, para no pelearnos, yo hice también mi disco en solitario. Porque si me quedaba sin hacer nada, me moría de aburrimiento y empezaba a darle la tabarra. Así que en ’98 saqué el mío… lo que pasa es que si hubiéramos juntado ideas, hubiéramos sacado un disco de Los Secretos cojonudo. Pero bueno, no me arrepiento de haberlo sacado, estoy muy orgulloso, y de hecho me acaban de mandar un mensaje los de Sony, que lo van a reeditar. Porque no estaba ni en tiendas, ni iTunes, ni Spotify ni nada.

Más grupo que nunca

—Siguiendo el recorrido cronológico de la charla, llegamos al ’99. La muerte de tu hermano.

«Enrique Tenía una hija de cuatro años, se acababa de comprar una casa… todo lo contrario al perfil del yonki autodestructivo»

—Joder, me acuerdo que se murió el día antes de sacar una recopilación. Gracias al cielo, los del sello fueron respetuosos y se canceló la promoción. Entonces, lo que hicimos la familia fue sanear la imagen de mi hermano, que no era justo cómo había muerto, no era un toxicómano al uso… ni siquiera le hizo justicia el dónde apareció y cómo apareció. Además tenía una hija de cuatro años, se acababa de comprar una casa… todo lo contrario al perfil del yonki autodestructivo. Pero qué ocurre, que cuando te compras una casa tienes una hipoteca, debes dinero, pides anticipos… sacaba dinero de donde podía, pero llegó un momento en el que debía veinte millones a la compañía de discos, veinte a la SGAE y otros veinte a un banco. Teniendo una hija de cuatro años, era una situación muy difícil. Además, tuvimos un problema con el mánager. Nos robaba, y en vez de denunciarlo nosotros nos denunció él. Intentaron amargar a mi sobrina, le pedían cinco millones de pesetas. Fíjate que a aquel mánager luego le fue fatal. Se puso enfermo, se murió su mujer… el karma se la devolvió por ir a por una niña indefensa. Por todo eso hice el disco de homenaje, para sanear las cuentas que había dejado mi hermano y que mi sobrina tuviera un poco de tranquilidad. Esa llama prendió el fuego de Los Secretos, y volvimos a la carretera. Cojitos, con un muñón, pero volvimos. Arroyo, Redondo, Ramos y Fernández y yo hicimos una piña. Y a día de hoy, somos más un grupo que nunca.

—Los conciertos de «Gracias por elegirme» en Las Ventas en 2008 sí que fueron un revulsivo muy fuerte, ¿no? A lo mejor incluso te ayudaron a hacer las paces contigo mismo y con todo lo que había pasado.

—Pues posiblemente, posiblemente. Y sí, esos conciertos fueron el revulsivo con mayúsculas, totalmente. Si te digo la verdad, la idea fue mía. Veía que la gente tenía interés, venían a vernos, así que se lo propuse al mánager. No teníamos ningún éxito en la calle, pero la gente se daba cuenta de que llevábamos ya treinta años al pie del cañón, y que seguía molando lo que hacíamos. Lo íbamos a hacer acotado a 3.000 personas, se agotaron las entradas, ampliamos a 8.000, volvieron a agotarse, y entonces apareció la compañía con la propuesta de grabarlo en DVD y poner a la venta todas las localidades. Y salió increíblemente bien. Me acuerdo de una montadora de escenarios que me dijo: «No me mola vuestra música, a mí me va el rock de verdad». Y cuando vio el concierto volvió al backstage flipada con nosotros, diciendo que no se acordaba de lo buenas que eran nuestras canciones. Nos dimos cuenta de que habíamos acertado con nuestra actitud, que nuestra humildad nos había dado el éxito, que es la supervivencia en este mundo. ¿Sabes que me ofrecieron una millonada por salir en un reality de estos de convivencia? Estuve a punto de aceptar, muy a punto, pero un día me dije, «pero Álvaro, ¿qué estás haciendo?», y dije que no. Yo no soy así, Los Secretos no somos así.

—Terminemos hablando del último disco, «Algo prestado», donde hacéis versiones de canciones de Jackson Browne, Graham Parker, Nick Lowe y Peter Gabriel, entre otros.

—Para hacer «Algo prestado», el disco con menos presupuesto de nuestra carrera, por lo mal que está todo, tuve que pedir permiso a los autores, que por cierto me exigían renunciar a mi porcentaje como adaptador. Aunque la letras no tuvieran mucho que ver y la música estuviera recreada desde cero, no cobro nada. Los artistas me mandaron un documento en el que tenía que reconocer mi no aceptación de cualquier retribución económica. Pude ver cuánto se llevarían ellos, pero también que sus compañías se llevaban mucho más. Otra vez lo de siempre. Ni los más grandes se libran del yugo de los chupópteros.

La versión favorita de Álvaro en esta reedición

Entre las versiones de los clásicos del debut de Los Secretos hay varias que destacan especialmente. Johnny Burning parece convertirse en Dani Martín al cantar «Ojos de perdida», Tomasito le da un toque sugerente a “Me aburro” desde su raíz flamenca, Cooper pone unas gotitas mod en «Niño mimado»… pero hay mucho más: Amaral, Andrés Suárez, Pablo López, Los Coronas, La Frontera... «Está muy curiosa también la versión que Pussycat Kill hacen de “Se fue como llegó”, tan acelerada”, dice Álvaro. Pero sin duda, una de las que más alucinado le ha dejado ha sido «la versión de “Déjame” que ha hecho Anni B Sweet, es buenísima. Le he mandado un mail felicitándola porque es una gran versión. Es una canción que se puede llevar a cualquier terreno fácilmente. He oído versiones chill-out, flamencas, en inglés al estilo rock… y esta es la que más me ha sorprendido, porque la ha cambiado dándole su estilo y ha quedado muy bien. Estoy agradecidísimo a todos ellos, es muy especial que todos quisieran hacernos un homenaje».

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