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Pablo López: «Me he dicho a mí mismo, "no sigas besando la boca que no quieres besar"»

El artista malagueño, actual «coach» de La Voz, publica su tercer disco «Camino, fuego y libertad» en el mismo momento en que rompe una relación sentimental de diez años

Pablo López ABC

NACHO SERRANO

En marzo de 2013 la prensa musical fue convocada en la sala Shoko de Madrid para conocer a Pablo López , el último fichaje de la multinacional Universal. Subió a las tablas un chaval tímido, no introvertido, que lo hizo bastante bien. Pero había escepticismo. Era un concursante de una edición menor de Operación Triunfo , en la que recibió duros ataques del por entonces lacerante Risto Mejide. Tenía un nombre con poco gancho, y además no podría aguantar las comparaciones con su tocayo y también malagueño Pablo Alborán, que ya apuntaba maneras de futuro rey del pop español.

Cuatro años después aquellos escépticos no pueden hacer otra cosa que reconocer su error: López ha sabido llevar muy bien su carrera , ha tenido éxito comercial (acumula tres Discos de Platino, uno de Oro y tres nominaciones a los Latin Grammy), se codea con los grandes haciendo colaboraciones estelares, es «coach» de La Voz , ha publicado tres discos en sólo cuatro años y no sólo no es rival de Alborán sino que son amigos. De hecho sus nuevos discos tienen algo en común, ya que ambos tienen parte de su razón de ser en el viaje que los dos artistas hicieron el año pasado a Londres, donde se encontraron y compartieron mil y una experiencias.

Grabado durante meses en los míticos estudios de Abbey Road (Londres) y East West Studios (Los Angeles), «Camino, fuego y libertad» es la confirmación de la trayectoria ascendente de Pablo López, un afable treintañero que ahora se enfrenta a una nueva etapa de su vida, tanto en lo artístico como en lo personal. Cinco días después de nuestro encuentro con él trascendió que ha roto con su novia tras más de diez años de relación, sin duda un suceso traumático para cualquiera. Sin embargo, reescuchando su disco y leyendo entre líneas lo que dice en sus respuestas a esta entrevista, parece que le va estupendamente.

¿Satisfecho con su nuevo trabajo?

Mucho. Hacerlo no ha sido cuestión de supervivencia profesional, sino personal.

¿Qué tal la experiencia de grabar en Abbey Road?

Lo he hecho por una obsesión sonora, pero a nivel fan también hay algo, sí... Yo soy de los que ha ido hasta allí sólo para ver la puerta y hacerme una foto. Cuando acabábamos las sesiones de grabación, yo al final me quedaba diez minutos tirado en el suelo recordando a David Gilmour, a McCartney, o a los Beach Boys en el caso de los estudios East West. Además, tener a la orquesta Metropolitan tocando mis arreglos de cuerda ha sido maravilloso.

¿Buscaba esa intimidad grandilocuente que dan los estudios Abbey Road?

Has captado en dos palabras lo que sucede cuando grabas en Abbey Road. Es un sitio grande, con techos enormes, huele a laboratorio. Pero puedes cantar en una voz bajita y seca, que se oye todo a la perfección. Intenté que mis canciones estuvieran a la altura de esas cuatro paredes.

El título «Camino, fuego y libertad» parece marcar tres actos diferenciados en el disco.

Me alegra que me hagas esa pregunta, porque no lo hemos dividido así para no condicionar al oyente, pero está claramente separado en tres actos, sí. Está enlazado, salvando las distancias, como el «Dark side of the Moon».

Parece que es su disco más autobiográfico.

Ha salido de un forma muy visceral, casi como de brujería. Me di cuenta de que hablaba casi de lo mismo en todas las canciones, exorcizando cosas que tenía dentro y haciendo una estructura arquitectónica casi perfecta. Ha salido de una forma mágica.

¿Le duele que la gente lo escuche troceado en singles, como le pasaba a Gilmour?

Sí, pero entiendo que a la vez que tengo que cumplir mis expectativas artísticas, también entiendo el mundo en el que vivo. Me tengo que adaptar al mundo del single, del random, nadie escucha una canción más de dos minutos seguidos... Eso es lo reflejan informes contrastados. Y no es una queja, es una realidad.

«Mi presencia en La Voz es como la espuma de una caña bien tirada»

En cuanto a exorcizar cosas que tenía dentro, la canción «Santa Libertad» parece especialmente importante.

Es un grito tan desesperado como el de las primeras líneas de «El Patio». Me salió ese basta ya, ese pedir libertad. Con ese grito no quiero pedir libertad hacia fuera, sino hacia dentro. Me digo a mí mismo, «muéstrate el camino, no sigas en la tendencia de estar donde no quieres estar, de seguir hablando de lo que no quieres hablar, o de besar la boca que no quieres besar», ¿sabes lo que te digo? Es un grito reivindicativo hacia dentro.

¿Se ha puesto alguna cadena de sobra en el pasado?

No excesivamente, porque tampoco soy un sufridor nato, a veces me quejo más de lo que debería. Pero también me pasa que por el intento absurdo de querer satisfacer a todo el mundo, no profesionalmente, sino sobre todo en el terreno personal, he dejado descontento a casi todos. Cuando un día quieres estar en diez sitios a la vez, acabas estando en ninguno. Eso me hizo entrar en una crisis complicada que me empezaba a hacerme infeliz. Algo que se suponía que era hermoso, no lo estaba disfrutando. Me costó mucho escucharme a mí mismo. Y el culpable fui yo, por dejar de escuchar mi voz interior.

¿De quién es la voz femenina que se escucha al principio de la canción «La dobleuve»?

De una señorita maravillosa que se llama Camila Gallardo. Es una artista chilena, que tiene sólo veinte años. Fue de las primeras canciones que escribí al llegar a Londres. Allí mi código postal era W113EL, y de ahí viene lo de la doble uve. La canción me sonaba clásica, años cuarenta, y yo estaba buscando una voz de persona mayor para esas líneas. Rebuscaba, rebuscaba, y al final me di cuenta de que conozco a la niña más vieja del planeta, que es Camila. Se lo propuse porque ella me conoce muy bien, es parte de mi historia y de mi vida últimamente, es muy amiga mía. Me gabó su parte en un teléfono desde un camerino, mientras esperaba para salir al escenario. Me lo mandó por una nota de audio, y ahí lo metí.

Es una canción dramática, de un amor que se rompe, dentro de un disco bastante dramático en general.

Musicalmente, «La dobleuve» es más luminosa, pero es una canción muy oscura, por lo que cuenta. Lo que se va no vuelve, porque aunque vuelva ya no es lo mismo. Pero es un disco de blancos y negros, porque por ejemplo «El futuro» sí que me parece un juguete, en el que le digo a una persona que deje el puñetero teléfono y que use un poco más la carne.

¿Qué tal la experiencia en La Voz? Se le ve muy espontáneo.

Es que eso es exactamente lo que nos piden, que seamos espontáneos. Me animé a hacerlo, entre otras cosas, precisamente por eso. Para poder ser yo mismo.

¿Cree que su presencia en el programa puede ayudar a las ventas de su nuevo disco?

El otro día lo hablaba con un amigo en una terraza, tomando una cerveza en Málaga. Le dije que mi presencia en La Voz es como la espuma de una caña bien tirada. Es así, al menos en mi caso. Si debajo de la espuma no hay una cerveza que esté rica, la caña se queda ahí entera.

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