Crítica de Ópera

Un «Otello» de chocolate blanco

El Teatro Real estrena temporada con la ópera de Verdi construida en colaboración con la ENO de Londres y Estocolmo a partir de la producción firmada por David Alden y bajo la presidencia de los Reyes, don Felipe y doña Letizia

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El Teatro Real ha inaugurado el nuevo curso bajo la presidencia de los Reyes, don Felipe y doña Letizia. En el escenario «Otello», la ópera de Verdi construida en colaboración con la ENO de Londres y Estocolmo a partir de la producción firmada por David Alden. No es fácil escarbar en su precisa caracterización e «insoportable» dramatismo. Apenas lo hace este escenario único y recortado, de incómoda implantación en el Real, que quiere ser plaza, palacio y dormitorio. Tampoco la deslocalización en una supuesta y sombría ciudad mediterránea donde el moro Otello deja de serlo para convertirse en militar de poca alcurnia, lo que pone difícil «preparar el chocolate», según frase escrita por el libretista Boito mientras preparaba la ópera.

Y sin embargo hubo un momento en el que pareció que se lograba, inmediatamente después de que Renato Palumbo arrancara con la orquesta titular colocada en un espacio contundente, un punto brutal. El coro mantuvo el tipo y en ello estuvo Gregory Kunde en el famoso «Esultate!», con la voz todavía un punto velada. Pero aquellos temblores fueron encontrando la calma. Rápidamente, Kunde desplegó la irregularidad de su amplio y colorista timbre perdiendo calidad en el registro grave y al apianar. Fue muy desleído el duetto con Desdémona, «Già nella notte densa», en una clara demostración de que el propósito estaba por encima de las posibilidades, afín a una voz compleja y, hoy por hoy, algo incómoda, brillante, a veces, en los momentos más heroicos.

La vocalidad de la soprano albanesa Ermonela Jaho también tiene rasgos singulares. En ocasiones destemplada, en otras consigue estupendos pianísimos y filados. Tuvo importancia la entrada en el tercer acto y resolvió con suficiencia la «Canzone del salice», extinguiéndose en el «Ave Maria» sin demasiada emotividad.

En el tercer vértice del triángulo protagonista (si se deja a un lado el afable Cassio de Alexey Dolgov) quedó George Petean construyendo un Yago malo aunque con pocos arrestos. Ser uno de los traidores más nocivos de la historia de la ópera exige un punto más de sustancia. Por mucho que en el monólogo se creciese. «Credo en un Dio crudel» quedó como el punto culminante de una actuación a medio gas, sin terminar de penetrar en lo sombrío, de hundirse en el infierno, y de arrastrar con él a Otello. El dúo entre ambos del segundo acto fue muy elocuente.

Y abrazando todo ello, el maestro Renato Palumbo, quien llevó la obra con más sentido carnal que espiritual. No se mereció recibir los abucheos que se le dedicaron y menos aún el grito de un exaltado espectador tras el descanso. Su versión no quedará como algo trascendente, pero concertó con seguridad, tuvo una buena intención desde la perspectiva dramática y logró encauzar la sombría singularidad de una obra apenas dibujada por las artificiosas sombras del escenario.

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