Michel Camilo (izquierda) y Tomatito, durante su actuación en el Teatro Real
Michel Camilo (izquierda) y Tomatito, durante su actuación en el Teatro Real - ABC

La «noche milagrosa» de Michel Camilo y Tomatito en el Teatro Real

Si estuviera vivo, nos atrevemos a imaginar que Paco de Lucía también se habría unido por sorpresa a las ovaciones recibidas por el dúo en su primera actuación en esta «meca de la música mundial», tal y como hiciera en Francia años atrás

MADRID Actualizado: Guardar
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Este domingo ABC compartía unos minutos con Michel Camilo y Tomatito en el camerino del Auditorio Parque Torres de Cartagena, poco después de su actuación en el festival de La Mar de Músicas. «De nerviosos, nada. ¡Estamos locos por tocar en el Teatro Real!», aseguraba el pianista, mientras el guitarrista asentía, mostrando orgulloso su estuche con la fotografía de Paco de Lucía y Camarón: «Soñamos con esa noche».

[ Michel Camilo: «Tocar con Tomatito fue un sueño hecho realidad»]

Desde que dieran su primer concierto juntos, en noviembre de 1997, nunca antes habían conseguido pisar las tablas –tampoco por separado– de lo que ellos consideran «una de las mecas de la música mundial». Y veinte años son muchos para «un dúo irrepetible», comentaba un aficionado al tomar asiento, antes de añadir: «El mejor guitarrista flamenco y el mejor pianista de jazz por fin en este sitio».

El auditorio, lleno. Y el rumor creciendo hasta que, por fin, aparecen los protagonistas sobre el escenario del Real, poco después de las 21.30. Primera ovación, larga y calurosa, sin que se haya escuchado todavía una sola nota. Parece que hay ganas. Desde el tercer anfiteatro alguien manda callar, incluso para escuchar a Tomatito y Camilo afinar sus instrumentos.

Sin saludos de por medio, arrancan con « Libertando», con Michel Camilo dando palmas. La pieza de Astor Piazzolla sonó contenida y misteriosa, con los protagonistas mirándose fijamente a los ojos, en una especie de conversación silenciosa que han entrenado durante años. «Qué fuerte», suspiró alguien cerca, sorprendido de que, en las dos horas de concierto, apenas se aparten la mirada.

Tocan « Agua E Vinho», esa composición de Egberto Gismonti que, hasta la adaptación del dúo, se solía tocar con dos guitarras. Se hacen gestos con la cabeza, tan sutiles que podrían pasar desapercibidos. Y se lanzan también con « Our Spanish Love Song», del mítico contrabajista Charlie Haden –«a quién nosotros conocimos personalmente», comenta Camilo–, y los gestos se extienden a todo el cuerpo, dándose paso uno a otro en cortos fraseos al principio de la canción. Ahora tú, después yo. Y cuando vuelves tú, yo te observo tocar con las manos sobre las rodillas, tranquilamente, sonriendo como si fuera la primera vez que te escucho en directo. «La complicidad y la confianza es ahora inmensa –confesaba Camilo en una entrevista reciente con este periódico–, como si hubiéramos desarrollado un séptimo sentido. A mucha gente le choca que durante las actuaciones no dejemos de mirarnos en ningún momento, como hablándonos continuamente. Es una conexión muy personal y profunda». «Joder, qué bonito», se le escapa a alguien en medio de la canción, como si estuviera viendo el concierto solo, en un lugar lejos de allí.

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Suenan algunas de las baladas que forman parte de su último disco, « Spain Forever», que cierra la trilogía. Desde una maravillosa adaptación de « Cinema Paradiso» sacada de la banda sonora escrita por Ennio Morricone para la película de Giuseppe Tornatore, hasta « Nuages», « Oblivion» o « Gnossiennes No. 1». Avanzan los minutos y parecen más cómodos. Tanto, que Camilo cada vez habla menos con el público entre tema y tema. Tomatito, nunca lo hace. El prefiere tocar y callar. «Se empeña en que diga cosas», bromea el guitarrista, tímido con las palabras, para romper con la tristeza de los minutos anteriores.

Y la noche se acelera pasada la hora y media de concierto, como si el Real se hubiera trasladado a una corrala del barrio del Triana, pero llena tanto de gitanos como de músicos de jazz de Nueva Orleans. Y se desata la algarabía con los homenajes a, en palabras de Camilo, su «padrino» Chick Corea. Primero alborotaron a los más de 1.700 espectadores con «La Fiesta» –«¡volved a empezar!», gritaron algunos antes de la primera despedida–, y volvieron después, hasta en dos ocasiones, para arrancar de sus asientos a la audiencia con « Spain».

Un cierre apoteósico que provocó la última (y soñada) ovación final de varios minutos. «Como viste, Tomatito y yo estábamos muy emocionados de haber llegado al "templo”. ¡La verdad es que allí se respira arte por todos lados! Espero que disfrutaran de la velada», comentaba el pianista esta misma mañana en un correo personal a este redactor. Y al encenderse anoche las luces nos atrevimos a imaginar que, si Paco de Lucía hubiera estado vivo, se habría presentado por sorpresa en el histórico teatro para unirse a aquellos aplausos, tal y como hizo años atrás en otra actuación del dúo en Marciac, Francia. «Ha sido una noche milagrosa», confeso Michel Camilo al finalizar el concierto.

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