Arturo Cardelús, durante la entrevista con ABC
Arturo Cardelús, durante la entrevista con ABC - Isabel Permuy

El músico español que enamoró a la Filarmónica de Berlín

Arturo Cardelús estrena «Grace», su segunda colaboración con los componentes de la orquesta alemana

Madrid Actualizado: Guardar
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Imagínese que es compositor y se acaba de mudar a Los Ángeles tras varios años de estudiante en la Universidad de Berklee, en Boston. Imagínese que mientras compra muebles para su nuevo apartamento le llega un email de un violinista que se llama Laurentius Dinca, que le dice que es solista de la Orquesta Filarmónica de Berlín; que ha escuchado por YouTube una obra suya y que le quiere hacer un encargo. Esto es lo que le pasó a Arturo Cardelús (1981), un joven compositor madrileño que se está abriendo camino en Hollywood, donde vive y trabaja escribiendo música para cine, y que acaba de publicar «Grace», una obra dedicada a su hija y en la que nuevamente ha colaborado con músicos de la formación berlinesa.

«Cuando leí aquel email entre sofás y armarios -recuerda Cardelús- creí que era una broma, aunque me parecía muy cruel. Pero cuando busqué en Google vi que era cierto. Nos pusimos en contacto y compuse para ellos “Con aire de tango”, una obra que la han grabado además otros dos violinistas y que los solistas de la Filarmónica de Berlín la están tocando constantemente».

A raíz de «Con aire de tango» le llegó el encargo, también por parte de Dinca, de su nueva composición. «En mayo o junio -relata el músico-, Dinca me dijo que la orquesta tocaba en Los Ángeles en noviembre y que querían organizar una sesión de grabación conmigo; que escribiera algo para tocar yo con ellos».

Reconoce Arturo Cardelús que le costó muchísimo componer «Grace». «Yo sabía que la iban a tocar los músicos de la Filarmónica de Berlín, que íbamos a grabar en los estudios de la Warner y que iba a tocar en un piano Kawai de cien mil dólares que el presidente de la firma nos iba a dejar gratis. Y cuando te cuentan todo eso, una parte de ti quiere hacer una obra muy virtuosa y complicada en la que puedas demostrar lo bueno que eres. Y la obra se empeñaba en ir en otra dirección, me llevaba por un camino diferente al que yo pretendía; era algo más simple y transparente. El comienzo de la obra son todo notas redondas y blancas, algo muy simple que un estudiante de cuarto de piano puede tocar. Y yo pensaba: “¿Tengo a los solistas de la Filarmónica de Berlín y voy a hacer redondas y blancas?” Quería hacer algo más elaborado, con mucho artificio. Pero al final me rendí e hice la obra que tenía que ser». Y es que no siempre lo simple es lo más sencillo. «Nos costó mucho grabarla, estuvimos cinco horas -explica-. A veces, cuando tienes pocas notas tienes poco donde agarrarte, es como si tienes que dar un discurso con diez palabras. Cada una ha de tener un sentido».

Arturo Cardelús estudió en Salamanca, Londres y Budapest. Pero él quería escribir música para cine, y el mejor lugar para hacerlo era Berklee. De allí salió ya con trabajo, y se estableció en Los Ángeles, donde reside desde hace cinco años. «Yo empecé como orquestador -relata Cardelús-, trabajando para compositores importantes de Hollywood. Cuando llegas a Los Ángeles recién salido de Berklee, lógicamente nadie te va a contratar para hacer la música de su película. Y una buena manera de empezar es orquestando para músicos importantes; yo lo hice para Mario Grigorov, que es el compositor de “Precious”, de “Paperboy” o “El mayordomo”; es un trabajo prácticamente de oficina, todos los días de nueve a cinco, cuando no más. Si te va bien como orquestador, puede que el compositor, si tiene demasiadas películas, te pase alguna. Y así es como empecé yo. Es un camino lento al principio, y dependes de factores como la suerte o del mánager que tengas. Yo he tenido la fortuna de que desde hace tres años tengo un trabajo constante, y tengo proyectos para el próximo... Pero conozco compositores muy importantes que están un año sin trabajar».

Su pasión por el cine está en el origen de su deseo de escribir bandas sonoras, un género en los últimos años muy popular, pero no demasiado valorado en general en el mundo de la música. «Valorar la música de cine con los mismos parámetros que valoraríamos la música de concierto es un error. Aquella es parte de un todo más grande; yo no la soporto cuando la escucho en un auditorio, prefiero oír allí a Bartók o a Beethoven. Las bandas sonoras están hechas para ser vistas casi más que para ser oídas; son una música transparente, que quiere llevar al oyente a un lugar, pero en sí misma no quiere la atención. Imagínese una obra de teatro de diez personajes y la ve solo con tres; no tiene ningún sentido. Es lo que pasa con la música de cine cuando se escucha aislada».

No obstante, tiene el mismo ánimo cuando se enfrenta a una composición de encargo, como puede ser una banda sonora, o a una composición libre. «Intento siempre hacerla mía; no me gusta pensar que soy un “proveedor de servicios”».

Se mira en el espejo de Ennio Morricone, Angelo Badalamenti y los españoles Alberto Iglesias o Javier Navarrete, y le estimula el hecho de formar parte de un engranaje. «Trabajar en equipo -dice- es en cierto modo liberador y hasta purificador para el artista. Cuando compones una pieza para concierto todo discurre en torno a ti, estás muy metido en ti mismo; en cambio cuando escribes música para el cine tú no eres el foco, y eso te libera y te deja hacer cosas más interesantes, porque no te das tanta importancia».

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