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La Movida, marca y negocio

Ahora explotado como reclamo nostálgico, el fenómeno paramusical fue aprovechado como reclamo juvenil por las grandes compañías comerciales de los primeros años ochenta

Madrid Actualizado: Guardar
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«Madrid finales de los años 70, los 80s: la llegada de la democracia, el protagonismo de los jóvenes, los movimientos culturales, las nuevas tribus urbanas. El "Rollo", los cafés, los locales de copas, los grupos de música, de las maquetas a los discos, los "pinchas", las radios FM y las radios libres, las revistas y fanzines, los escritores, los artistas, los fotógrafos, la televisión, el cine "Underground", las chicas del Drugstore, las chicas Almodóvar.... y las noches de las calles de Madrid como escenario de la cultura». El entrecomillado es un simple corta y pega. Nada que añadir.

Por doce euros con consumición, y según el planazo trazado en el párrafo de arriba, una agencia de turismo pastorea desde hace años a los curiosos que se asoman al barrio de Maravillas -Malasaña para el siglo- con ganas de comprobar su progresivo deterioro y su febril transformación en centro comercial de tendencias de quita y pon, como el que va a Numancia o a las ruinas romanas de cualquier pueblo con un detector de metales, en plan playa de Cádiz cuando baja la marea.

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El sello lanzado por Correos para celebrar el veinticinco aniversario de la Movida -por ahí circula, 0,30 euros de valor facial- o la edición española del Baile de la Rosa organizado en Mónaco para endiosar a Pedro Almodóvar, hace ahora siete años, son algunos de los últimos coletazos industriales que ha dado el bochinche madrileño, superproducción corporativa cuyas derivas políticas han sido bien estudiadas, pero cuya inmediata reconversión en marca comercial no registrada fue tan rentable para sus promotores como dañina para una imagen presuntamente artística y que solo aguantó en pie como decorado de un teatrillo que, sobre todo, fue escaparate. Como dijo y cantó Loquillo, más chulo que autocrítico, «agáchate, que le tiene que entrar bien».

A esta progresiva desnaturalización material de la Movida siguió un fenómeno, atípico, que por su huella en el lenguaje aún no ha sido analizado como merece. Se trata de la inversión del significado de una palabra, casi mágica, que no solo perdió las connotaciones postivas y festivas con las que irrumpió en el idioma español e incluso se asomó a la multilengua global en los primeros años ochenta, sino que se transformó, vuelta y vuelta, anverso y reverso, en un término absolutamente negativo y que desde mediados de los noventa pasó a designar lo que aún más vulgarmente era conocido como un auténtico marrón. Ya en minúscula, tener una movida fue desde entonces una cosa muy mala.

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