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Mariss Jansons, durante el Concierto de Año Nuevo en Viena - AFP

Mariss Jansons reescribe el Concierto de Año Nuevo en Viena

El letón dirigió a la Orquesta Filarmónica de Viena en el Musikverein

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Hay quien todavía no se ha enterado y quien sabiéndolo lo olvida, que es peor: «La música es el arte más poderoso que existe. Es capaz de dar voz al alma y al corazón. Y tiene una enorme influencia sobre los seres humanos, sobre nuestro carácter y nuestra ética». Lo ha recordado estos días el director Mariss Jansons (Riga, Letonia, 1943), aprovechando su presencia al frente del Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, del que ha sido responsable por tercera vez tras las actuaciones previas en 2006 y 2012.

Jansons es un director comprometido, serio, solvente, riguroso, sensato y, al tiempo, afable y comunicador. Una personalidad que le viene muy bien a este concierto en el que la repetición de la fórmula puede hacer pensar en un perfume de cierta banalidad construido por los persistentes aromas de una belleza pulcra, colorista y acaramelada tal y como Viena se quiere proyectar al globo terrestre, siempre en confraternización con un mensaje de concordia, complacencia y beatitud.

Convencidos de la trascendencia del concierto, otros directores que han estado a su frente en los últimos años (particularmente desde que se estableció la rotación en 1987) han lanzado ideas conciliadoras. Jansons, en el brindis oficial, se atuvo al guión pero en las declaraciones previas se expresó con toda claridad. El mundo está necesitado, muy necesitado, de buenos propósitos y el Concierto de Año Nuevo es un estupendo altavoz que deja sentir sus efectos en lugares recónditos. Nada menos que 50 millones de espectadores lo contemplan en directo sintonizando la señal de casi un centenar de empresas de radiotelevisión, a los que habrá que sumar un incalculable número que lo hará en próximos días gracias a la venta de la grabación. En España, el primer canal de Televisión Española ha vuelto a dar detalle en directo de todo lo sucedido, además de Radio Clásica y otras emisoras de la red, incluyendo el soporte de la web.

Cualquiera de ellos podrá hoy transmitir la alegría de un decorado plagado de flores, quizá un punto saturado desde que, va para dos años, los jardineros de Viena sustituyeron a San Remo en la decoración de la sala dorada de la Musikverein; nadie, por difícil que tenga la sonrisa, habrá dejado de curvar las comisuras ante la bocina de la polca «Vergnügungszug», los silbidos colegiales de la Filarmónica durante el vals «Weaner Madl’n» de Ziehter, la simpática escenificación del cartero entregando una vieja batuta para el galop «Mit Extrapost», o la enternecedora presencia de los Niños Cantores de Viena. Entre las novedades, la música del austriaco Robert Stolz, cuya «Marcha de las Naciones Unidas» abrió el concierto, y el vals «España», de Émile Waldteufel, cediendo protagonismo a un percusionista poco hábil en el manejo del abanico, la verdad.

Guiños en el programa

Los guiños enriquecen cada año el programa, pero no hay que engañarse: Austria vende de forma impecable sus encantos y este año lo demostró el documental «Salzburgo mágico», de Ernst A. Grandits, que se emitió durante el descanso. Su trabajo se une al del realizador Michael Beyer, que, por tercer año consecutivo, demostró su eficacia académica al frente de catorce cámaras de alta definición y algún plano aéreo de vértigo. Ha merecido la pena escuchar a Mariss Jansons porque sus versiones siempre tienen el poso de la sinceridad, como merece la pena atender al fondo de sus palabras. En lo musical porque siempre manifiesta una expresión sólida y una culta suavidad que se concilia estupendamente, y este año se ha confirmado, con la Filarmónica de Viena a la que tan bien conoce, particularmente ante el mejor repertorio, la «Música de las esferas» de Josef Strauss, verbigracia.

En cuanto a sus declaraciones, es imposible no ver la autoridad de la experiencia entretejida de difíciles experiencias vitales próximas al gueto de Riga, al totalitarismo de las autoridades soviéticas y a un corazón maltrecho contra el que Jansons lucha sin dejar de dirigir: «Por eso la música debe estar muy presente, especialmente en las escuelas, para entender cómo es nuestra existencia en este mundo. La música puede enseñarnos que existe una Europa mejor». No estaría de más que nos fuéramos enterando en la España de la recuperación y ante un sistema educativo que vomita analfabetos musicales. Es un pequeño deseo que se añade a la esperada felicidad de 2016, aquella a la que ha vuelto a enriquecer el último Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena.

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