Plácido Domingo y Ekaterina Semenchuk
Plácido Domingo y Ekaterina Semenchuk - EFE
CRÍTICA DE ÓPERA

«Macbeth», de Verdi, en el Palau de les Arts: la buena ópera

Plácido Domingo protagoniza esta obra, con dirección musical de Henrik Nánási y escénica de Peter Stein

Valencia Actualizado: Guardar
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Hasta el crítico más exigente debería rendirse ante el «Macbeth» que presenta el Palau de les Arts. A la cabeza del reparto está Plácido Domingo quien siempre se ha sentido cómodo en Valencia. Se nota. Su interpretación logra llevar al espectador a ese espacio inconsistente donde el oscuro drama confunde lo obvio con lo irreal, donde las nefandas acciones del Rey de Escocia cargan de emoción la ópera de Verdi. Domingo triunfa con limpieza, sin trampa. Más exacto: sirviéndose sólo de aquellas que son estrictamente necesarias para que un cantante de sus características haga factible el papel y alcance a imponerlo al lado un reparto de estupendos intérpretes. Lo certifican los aplausos al aria «Pietà, ripetto, amore», pues con ello se reconoce el valor de una propuesta inteligente capaz de romper prejuicios.

«Macbeth»
Verdi: «Macbeth». Intérpretes: Plácido Domingo , Alexander Vinogradov

Ekaterina Semenchuk defiende a Lady Macbeth con arrojo, a partir de una vocalidad que mira al ideal del papel y a una cercanía encomiable. Tiene poso, claridad e igualdad el Banco de Alexánder Vinogradov, y vuelo el Macduff de Giorgio Berrugi. Pero, ante todo, hay mucho donde disfrutar con la dirección musical de Henrik Nánási y la inmediata respuesta de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, caracterizada por la rectitud, la seguridad rítmica, la exactitud en el ajuste, la proporcionalidad de los planos, la calidad instrumental y la estupenda concertación. No hay en este «Macbeth» pasión mediterránea: el punto de vista es sobrio, suficientemente decidido y un punto arrogante. Orden y contundencia, aparente frialdad como fondo a la zigzagueante y humana existencia del protagonista.

Algo de ello hay también en la puesta en escena de Peter Stein, presentada en la Felsenreitschule del Festival de Salzburgo y recrecida para su viaje por otros teatros. Gusto estético, limpieza de líneas, limitación de medios, desnudez espacial pero grandeza de ideas. Un trabajo al servicio de la obra, propio de un director que quiere explicar el texto y renuncia a sus inquietudes personales. Visto en la totalidad pareciere el espacio ideal para un intérprete en un día feliz. Plácido Domingo lo tuvo el jueves al convertirse en el adalid de una representación evidente.

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