Jean Michel Jarre, durante su concierto en el Sónar
Jean Michel Jarre, durante su concierto en el Sónar - EFE

El Sónar clausura su «laboratorio cultural» con 115.500 visitantes

Jean-Michel Jarre y Anohni se repartieron el protagonismo el viernes por la noche

Barcelona Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Al final apareció la lluvia en el Sónar, algo aún más insólito que el concierto de piano clásico de James Rhodes, y los nubarrones ensombrecieron la última jornada diurna, pero ni siquiera eso consiguió frenar la transformación del festival en un «gran laboratorio cultural» bendecido una vez más por la respuesta del público. Y es que, a la espera de que New Order y esa armada grime comandada por Skepta clausurasen anoche la cita, la XXIII edición del festival se despidió con 115.500 visitantes de 101 países diferentes. Unos números similares a los de 2015 (118.000 personas en total) que dan por buena su apuesta por la mezcla de diferentes discursos musicales, así como la convivencia de ocio, negocio, divulgación y experimentación artística.

Buena prueba de todo esto fue el estreno el viernes en el festival de Jean-Michel Jarre, pionero en la fusión de los lenguajes musical y visual que aterrizó en Barcelona con un montaje de impacto. Un festín para la retina que cautivó la gigantesca planicie del SónarClub y aupó al francés al panteón de héroes del festival. El escenario era aparentemente austero, con una inmensa pantalla en el fondo y otras seis, verticales y traslúcidas, situadas en un primer plano. En el centro, el francés retorcía sintetizadores escoltado por dos escuderos que aportaban músculo y poderío rítmico a su electrónica flotante y planeadora. Y por más que su música pueda sonar muchas veces a etapa quemada y superada, es la conjunción de imagen y sonido, de poderosas ráfagas de luces centelleantes y sintetizadores trotones, lo que mantiene a Jarre como aventajado prestidigitador de la electrónica de gran formato e ilusionista del ensalmo audiovisual.

Mosaico colaborativo

Venía el autor de «Magnetic Fields» a estrenar su último trabajo, ese mosaico colaborativo que es «Electronica 2: The Heart Of Noise», y aunque no se olvidó de marcar perfil protestón con esa «Exit» en la que colabora con Edward Snowden, tampoco le hizo ascos a hitos como «Oxygène II», «Equinoxe IV» y «Oxygène IV» y «Equinoxe V». Lo mejor, sin embargo, no fue su visión transversal de la electrónica ni el ritmo seco y machacón de «Brick London», su mano a mano con Neil Tennant (Pet Shop Boys), sino una virguería de montaje repleto de figuras geométricas, haces de luz disparados desde el escenario, chorros de láser, amagos de 3D y, en fin, una impactante y perfecta sincronización entre imagen y música.

Lo peor, sin duda, que buena parte de su concierto coincidiese con el de Anohni, que andaba en el otro extremo del recinto recomponiendo las piezas de su canción protesta sintética ataviado con una suerte de poncho-burka y con su voz de querubín herido más desatada que nunca. Un cambio radical para el antaño líder de Antony & The Johnsons, renacido en femenino entre rotundos injertos electrónicos y secundado en directo por proyecciones de primeros planos de mujeres sincronizados con su voz. Hipersensibilidad electrónica y poderío militante.

Ver los comentarios