Goran Bregović: «Toda la población gitana del siglo XX no pudo robar lo que un banquero en 15 minutos»

El compositor bosnio presenta en Espana su disco «Three Letters From Sarajevo», en el que ha juntado a músicos cristianos, judíos y orientales

Goran Bregovic era toda una estrella del rock en la Yugoslavia comunista ABC
Israel Viana

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Comenta Goran Bregović (Sarajevo, 1950) que esta entrevista con ABC se está realizando de casualidad. Un golpe de la diosa Fortuna que se remonta a la Segunda Guerra Mundial , donde su abuelo murió luchando contra los nazis en la batalla del río Sutjeska , en 1943. Su madre y su abuela fueron arrestadas y enviadas a Jasenovac, el mayor campo de exterminio de Croacia, en el que 700.000 personas fueron ejecutadas entre 1941 y 1945. «Ellas tuvieron la inmensa suerte de ser canjeadas en el último momento por varios generales alemanes. Si los partisanos no los hubieran capturado justo en ese instante, desafortunadamente no estaríamos hablando ahora», asegura.

Gracias a aquel milagro, Bregović vino al mundo, formó su banda Bijelo Dugme y se convirtió, con apenas 23 años, en la mayor estrella de rock de los Balcanes en los 70 y 80. Su fama fue tan grande que llegó a actuar en privado para el mismísimo Tito , el férreo presidente comunista que derrotó al fascismo y desafió a Stalin. Años después, mientras las guerras de Bosnia, Kosovo, Croacia o Serbia devastaban la región y segaban 140.000 vidas, el compositor se reinventó para dar a conocer al mundo entero la música tradicional de su tierra. Primero, con el director de cine de Emir Kusturica y, después, con su Orquesta de Bodas y Funerales . Su último trabajo —que presenta en Barcelona, Madrid y Burgos este 25, 26 y 27 de enero, respectivamente— se titula « Three Letters From Sarajevo ». Un álbum en el que ha contado con músicos cristianos, judíos y musulmanes procedentes de diferentes países —incluidos Bebe , el cantautor israelí Asaf Avidan y el vocalista argelino Rachid Taha— para demostrar «a través de la música que podemos vivir juntos con nuestras diferencias».

Pero el Sarajevo que usted pinta en el álbum, con gente de diferentes religiones conviviendo pacíficamente, ¿es realmente así hoy en día o es solo una esperanza?

La guerra en Sarajevo fue muy difícil y todavía está en la mente de todos. En Bosnia aún padecemos ese enfrentamiento religioso entre católicos, ortodoxos y musulmanes. A consecuencia de ello, es cierto que la población vive ahora menos mezclada que antes de la guerra, pero creo que eso cambiará en el futuro, por supuesto.

¿Ese es el mensaje de «Three Letters From Sarajevo»?

Sí, que tenemos que aprender a convivir. Uso Sarajevo como una metáfora de lo que puede ocurrir: que hoy somos buenos vecinos, pero mañana podemos dispararnos entre nosotros por profesar, simplemente, religiones diferentes. En el disco uso el violín como nexo de unión, puesto que es un instrumento que se toca de tres maneras diferentes en las tradiciones cristiana, judía y oriental. He conseguido que las tres encajen de la misma forma que yo me imagino el mundo en el futuro, conviviendo en armonía. Por supuesto, soy consciente de que es más fácil juntar a cristianos, judíos y musulmanes con la música que con la política.

De hecho, los gitanos, una etnia que tiene mucha presencia en su discografía, han llevado su música por el mundo durante siglos y aún hoy son rechazados en muchos países. ¿Ocurre esto todavía en los Balcanes?

Especialmente en los Balcanes, aunque todavía no están aceptados socialmente en otras muchas regiones de Europa. Es curioso, porque todo el mundo ama la música gitana, pero cuando hablamos de convivir con los gitanos aparecen los prejuicios, según los cuales son tratados como ladrones. Es ridículo, puesto que toda la población gitana del siglo XX no puede robar lo que un banquero en 15 minutos, con su precioso traje y su bonito corte de pelo.

¿Cómo surgió la idea de aquel concierto para el presidente Josip Broz «Tito»?

En 1975, su nieto estaba siempre cantando en alto «Tako ti je mala moja kad ljubi Bosanac», un tema de mi grupo, Bijelo Dugme. El presidente acabó preguntando de quién era aquella música y pidió que le trajeran a la banda para escucharla él mismo. Fue bastante divertido, porque cuando Tito entró en el Teatro Nacional de Zagreb y empezamos a tocar, se puso los dedos en los oídos indicando que sonaba demasiado alto. Inmediatamente alguien subió al escenario y nos echó. Creo que toqué para Tito unos 20 o 30 segundos como mucho, un récord.

¿Piensa mucho en aquellos años en los que era una estrella del rock?

Pienso mucho en cómo era el rock and roll en los países comunistas, como Yugoslavia o la URSS, en donde muchas bandas consiguieron rebelarse contra las principales cadenas de radio al posicionarse contra la línea de pensamiento de los gobiernos. Fueron años importantes desde un punto de vista subversivo, en el que la música no fue lo más importante, sino el fenómeno social que se produjo con ella.

No le hacía falta componer música para cine siendo una estrella. ¿Por qué aceptó con «El tiempo de los gitanos» (1989)?

Es cierto que las estrellas no suelen componer bandas sonoras, ya que no te dan dinero ni gloria. Yo lo hice por amistad con Kusturica. La mayoría de mis amigos participaron en diferentes momentos del rodaje, puesto que en aquella época sus películas tenían un presupuesto muy bajo. No cobré nada por hacer la música, por supuesto. Todavía hoy pienso que es su mejor filme y, posiblemente, uno de los mejores de la historia del cine europeo.

¿Cómo fue su transición del rock a la música tradicional?

Realmente no hubo. Desde los 15 años he estado en bandas que hacían esta música. A los 17, incluso, tocaba ya música tradicional en bares de streaptease. Siempre he sido fan de lo que hago ahora y, de hecho, creo que el rock que hice en la era comunista fue un éxito precisamente porque estaba influenciado por esta música de los Balcanes.

¿Por qué su música ha tenido siempre una marcado carácter político?

Los mensajes sobre política en la era comunista eran inevitables. En esa época, la música te empujaba a rebelarte, aunque fuera quedándote en el límite para no acabar en prisión. Es como enviar señales sobre la época en la que vives, como si dijeras: «Eso es lo que hacía en aquellos tiempos peligrosos y esto es lo que hago ahora».

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