Eagles Of Death Metal, durante una actuación de anoche en BAacelona
Eagles Of Death Metal, durante una actuación de anoche en BAacelona - INÉS BAUCELLS

Eagles Of Death Metal, el rock como fogosa celebración de la vida

La banda que sobrevivió al atentado yihadista en la sala Bataclan de París llenó anoche la sala Apolo de Barcelona

BARCELONA Actualizado: Guardar
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En sus últimas entrevistas ya no han querido hablar de aquel fatídico 13 de noviembre, pero anoche, con un buen puñado de agentes de los Mossos d’Esquadra apostados a las puertas de la sala Apolo de Barcelona y flanqueando la calle y los responsables de seguridad cacheando y revisando a todo el público con detectores de metal antes de entrar, era imposible olvidarse de que ellos eran quienes estaban encima del escenario de la sala Bataclan cuando el terror yihadista dejó a su paso 89 muertos.

Quien no hubiera oído nunca hablar de ellos los descubrió ese día de la peor manera posible, pero desde que volvieron a salir a la carretera después de los atentados, Eagles Of Death Metal parecen empeñados en querer demostrar que la vida, qué remedio, tiene que seguir.

Así que dale volumen y que fluya el rock and roll. Sonará frívolo, pero nada como un buen guitarrazo para destensar los músculos y espantar los miedos a manotazos.

A ello se entregó con denuedo la banda californiana después de aparecer en el escenario al son del «Soy minero» de Antonio Molina para, esta vez sí, encarar un concierto dos veces suspendido -la primera por la tragedia de la Bataclan, la segunda por una lesión de uno de los músicos- y poner en marcha su maquinaria de rock and roll despendolado y socarrón salpicado de glam, blues y boogie.

La banda, durante su actuación en la sala Apolo
La banda, durante su actuación en la sala Apolo - INÉS BAUCELLS

Desde el escenario, un guardaespaldas inmóvil no perdía detalle de lo que ocurría en la pista, pero a a la altura de «Complexity» quedó claro que el protagonismo habría que buscarlo en las propiedades lúbricas y recreativas de canciones como «The Reverend», «Oh Girl» o «I Only Want You». «It’s Only Rock And Roll», como podía leerse en la camiseta del cantante de la banda, el hiperactivo y carismático Jesse Hughes.

La consigna de la noche estaba clara desde que Hughes empezó a retorcerse y preguntar al público si estaba preparado para dejarse poseer por el espíritu del rock and roll, máxima que fue cobrando cuerpo mientras caían«Silverlake (K.S.O.F.M.)», «Now I’m a fool» o «Wannabe In L.A» y la testosterona campaba a sus anchas por la sala.

Musicalmente podrían ser el equivalente rock a las pinturas rupestres, con sus acordes perfilados a hachazos, su rock en bruto hecho de pedazos sueltos y los goterones de sudor salpicando sus versiones de «Save a Prayer» (Duran Duran) y «Moonage Daydream» (David Bowie), pero si algo se les da realmente bien es transformar sus directos en tempestuosas celebraciones de la música como atronadora prueba de vida. Sin mensajes ni consignas. Sólo el poder liberador de las guitarras y el cosquilleo imparable del ritmo.

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