Una escena de «El amor de Dánae»
Una escena de «El amor de Dánae» - FESTIVAL DE SALZBURGO
FESTIVAL DE SALZBURGO

«Dánae»: Amores mitológicos entre el oro y el oropel

Richard Strauss murió convencido de haber escrito en el último y tercer acto alguna de sus mejores músicas

Salzburgo Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Es difícil entender por qué «El amor de Dánae» se ha representado tan pocas veces en el Festival de Salzburgo. La obra se estrenó aquí el 16 de agosto de 1944, en un ensayo general al que asistió su autor, Richard Strauss, y unos pocos amigos. Los nazis habían impedido la representación en un momento en el que reunirse significaba conspirar. En 1952, Strauss muerto y concluida la guerra, el director musical Clemens Krauss dirigió el estreno oficial. Hace catorce años, Fabio Luisi volvió sobre la obra y lo hace ahora Franz Welser-Möst. El director austriaco juega en casa y se nota. El público le aplaude entusiasmado, aunque un oído menos interesado pueda apreciar falta de adrenalina en la fantástica Wiener Philharmoniker, al menos cuando Dánae elige el amor frente al oro y cierra el drama evocando el nombre de su amado: «¡Midas!».

Strauss murió convencido de haber escrito en este último y tercer acto alguna de sus mejores músicas. Es cierto: en «Dánae» se adivina la sabiduría de quien ha pasado por el mundo respirando sus encantos y, desgraciadamente, obligado a la melancolía. «¡Quizá nos volvamos a encontrar en un mundo mejor!», dijo Strauss tras escuchar aquel ensayo general. Hoy, cuando todavía a alguno le extrañan sus silencios ante la brutalidad nazi, la seguridad de estas palabras engrandecen al personaje.

¿Por qué, sabiendo todo esto, el director teatral Alvis Hermanis enroca el final de la obra en adornos superfluos? Dánae pronuncia el nombre de su amado mientras un ballet se contonea eróticamente y el escenario se convierte en una barroca amalgama de objetos y colores. El «horror vacui» destruye lo que hasta ese momento ha sido una decorativa y evocadora propuesta. Con ella, Hermanis vuelve a Salzburgo tras el fracaso de «Il trovatore». Es otro de los nombres que están colocando el festival en una posición conformista. Lo es «El amor de Dánae», pues evita el compromiso bajo la apariencia del oropel.

Una escena de «El amor de Dánae»
Una escena de «El amor de Dánae» - FESTIVAL DE SALZBURGO

Todo es blanco para la pobreza, la del reino de Pólux, la de Dánae y su amado; en el resto queda el fulgor del oro y proyecciones en un bello arcoíris cromático con origen en los orientalistas figurines de Juozas Statkevicius. La mitología es ahora un cuento de príncipes y gentes honradas, y la obra se narra de cerca, de manera que el gigantesco escenario del Grosses Festspielhaus se limita con un muro que reduce lo útil a unos pocos metros en la corbata del escenario. Una escalinata central da acceso a una pasarela que rompe el fondo. Un burrito blanco de carne y hueso (basta su mirada a enternecer a los espectadores) y un elefante enorme de cartón piedra (suficiente para adivinar que todo es una farsa intencionada) rematan la fauna multicolor de esta historia inmediata, amable y exigente.

Las obligaciones interpretativas de «Dánae» son muy elevadas. El barítono Tomasz Konieczny se dejó la voz en la representación del viernes. Su Júpiter junto con la Dánae de Krassimira Stoyanova, abundante en recursos vocales, son sobresalientes. Muy encomiable el tenor Gerhard Siegel cantando el papel de Midas. El dúo final con la protagonista es el punto culminante de la obra. A partir de ahí, la intimidad se vuelve exuberancia. Todos con el pretendiente Júpiter entienden que el amor es una riqueza que no se negocia.

Ver los comentarios