El músico gaditano Antonio Lizana
El músico gaditano Antonio Lizana

Antonio Lizana: «El jazz y el flamenco se nutren mutuamente, y los dos crecen»

El saxofonista y cantaor gaditano publica su nuevo disco, «Oriente», impregnado de la música y la espiritualidad del este

MADRID Actualizado: Guardar
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Cuando el músico gaditano Antonio Lizana (San Fernando, Cádiz, 1983) desempolvó los vinilos de su padre para descubrir el rock sinfónico, difícilmente podía imaginar que décadas más tarde, y tras formarse como saxofonista y cantaor, se convertiría en uno de los mejores representantes de la fusión de jazz y flamenco en España. Ahora, con 34 años, presenta su nuevo disco, «Oriente», donde plasma todo su conocimiento sobre la música que se toca al este de nuestras fronteras, tal y como explicó a ABC durante una entrevista en la que también aprovechó para recordar sus inicios.

—Su último disco se llama «Oriente» y se nutre de la música árabe y del este. ¿De dónde nace ese interés?

Desde hace un año me acompañan discos de música de Oriente Medio y de Turquía, como los de Omar Faruk, que tiene trabajos muy interesantes que tocan todos los palos de aquella zona. La verdad es que soy aficionado a esa música desde hace años, y siempre me he inspirado en los ritmos que tocan, en las melodías, que son cercanas a las que usamos en el flamenco. Siempre me he nutrido de esa música, pero en este último disco lo he hecho más descaradamente.

—Usted nació en San Fernando, en Cádiz. ¿Quedan posos en su tierra de esa música, como una herencia?

Parece que el recuerdo de Al Ándalus todavía está en los habitantes de la zona, pero hay gente de allí a la que tira más la música latina, por ejemplo. A mí me ha tirado mucho más la oriental.

Otro de los motivos por los que el disco se llama «Oriente» es por el contenido de las letras, que están inspiradas en filosofías de allí, como el sufismo, el budismo o el zen, por el tipo de lecturas que me han acompañado en los últimos años. Por esa carga espiritual. En esa zona, es imposible separar la música de la espiritualidad. Cuando estás con un maestro de música sufí o india, no solo te enseña música, sino también filosofía.

—¿Y por qué nació ese interés por las filosofías orientales?

A través del yoga empecé a meditar y a descubrirlas, leyendo ciertos autores.

—¿Qué instrumentos conoció gracias a su inmersión en el mundo oriental?

El ney, que es una flauta persa, y que fue un reto porque es un instrumento que aprendí a tocar hace muy poco tiempo. Después, hay un montón de panderos orientales. En fin, instrumentos que dan colorcito, con sonoridades de esa música.

—¿Cómo empezó en la música?

La primera puerta se abrió con 8 añitos. Me aficioné a los vinilos que tenía mi padre en casa: música de los años 70, rock sinfónico de la época, con grupos como Pink Floyd, Led Zeppelin o Deep Purple. Estaban en desuso, y, de repente, un día empecé a escucharlos y se me iluminó todo. Dije: «Me quiero dedicar a esto».

—Y con 10 años comenzó a estudiar saxofón.

Fue un poco casual, porque lo que realmente me tiraba más al principio era la guitarra eléctrica, ya que escuchaba ese tipo de música de niño. Pero fui a la escuela de al lado de mi casa y no daban guitarra eléctrica, así que vi los instrumentos y entre ellos estaba el saxo, y dije: «Bueno, esto me va a servir». Y así fue la decisión.

—El jazz empezó a interesarle más tarde.

Empecé a estudiar clásico en el conservatorio y con 14 añitos comencé, a raíz de unas amistades que hice allí, en San Fernando, a tocar en grupos de flamenco. Y hasta el día de hoy, porque nunca lo he dejado. Tras entrar en el flamenco, estudié mucho el sexteto de Paco de Lucía, lo que hacía en aquella época, donde estaba Jorge Pardo, y lo copiaba. Luego, cuando quise hacer mis propias improvisaciones, fue siempre en un contexto flamenco, pero claro, en el flamenco no es donde realmente el saxo alcanza su mayor capacidad de expresión. Así fue como fui a dar con los jazzeros. Ya conocía a Charlie Parker y a John Coltrane, y, siguiendo su estela, empecé a estudiar jazz.

—¿Por qué cree que ambos estilos, jazz y flamenco, se fusionan tan bien?

Creo que es porque los dos tienen algo en común: la improvisación. En el jazz se improvisa de manera melódica, haciendo variaciones de una melodía, y en el flamenco con el guitarrista, que acompaña al cantaor sin saber lo que el cantaor va realmente a cantar. Por otra parte, creo que se complementan muy bien, porque el flamenco, rítmicamente, es muy rico, y tiene unos códigos rítmicos súper dificultosos, avanzados, y en cambio el jazz es más fuerte en la armonía, que es más simple en el flamenco. Como hay una simbiosis, y se nutren mutuamente, las dos partes crecen.

—¿Qué artistas que hayan trabajado esa fusión le interesan?

Por una parte, como ya dije, lo que hizo Jorge Pardo. También Chano Domínguez, del que hay unos discos que me han gustado mucho. Después, hay unos, llamados «Jazz España», dirigidos por Vince Mendoza, un arreglista mítico, que son un trabajo buenísimo.

—Toca el saxo, pero también canta. ¿Cómo se siente más cómodo?

La verdad es que me siento cómodo con las dos cosas. Desde niño he sido saxofonista. Lo de cantante fue más tarde. Pero la verdad es que, aunque lo de ponerme en serio con la voz haya sido más reciente, de los últimos seis o siete años, me siento muy identificado con ella. Hay días en los que me siento muy a gusto con la voz en un concierto, y no tanto con el saxo, y otros al contrario: me encuentro menos conectado con la voz, y con el saxo súper suelto.

—¿Qué método sigue para componer?

Es un momento que requiere quietud. Cuando uno se pone a buscar, lo veo como el trabajo de un arqueólogo: estás ahí, vas buscando, con tu piano, con tu guitarra, dándole vueltas a lo mismo, a ideas que te gustan, o sobre las que te gustaría trabajar, y de repente, a base de insistir, encuentras algo que crees que te puede servir, un hilito del que puedes seguir tirando para componer un nuevo tema. Ese momento es de euforia total. Igual lo que has encontrado es simplemente una melodía que te parece original o un ritmo que te parece novedoso, pero el hecho de encontrarlo, después de muchos días en los que no hay nada... Por eso, lo veo muy parecido al arqueólogo.

—¿Cómo logra combatir esos momentos en los que falta la inspiración?

A veces hay que despegarse un poquito. Eso no significa que te relajes, porque hay que trabajar mucho y echar muchas horas, pero a veces se lleva ocho horas con la guitarra, y, si no ha salido la idea que buscas, es muy probable que si das un paseo, o si te quitas todo lo que tienes en la cabeza, de repente llegue la llamada inspiración o musa. Pero claro, no es así por las buenas, sino después de tener un montón de material, que simplemente necesita ordenarse.

—¿Le ayuda viajar?

A mí, particularmente, me gusta mucho viajar. Uno se enriquece mucho al conocer cómo piensa la gente de diferentes partes, y darse cuenta de que todos somos muy parecidos, tanto a nivel nacional como internacional. Muchas veces parece que estamos enfrentados con gente de otra nacionalidad o religión, pero cuando realmente vas allí y te tomas un té con ellos, te das cuenta de que estamos todos por las mismas, de que los grandes problemas son los mismos para todos.

—Precisamente, usted habla de las fronteras en este disco.

Sí. Hablo de las fronteras humanas, del dolor que provocan y del sufrimiento de tanta gente. Porque creo que una de las principales causas de dolor humano en el mundo son las fronteras, la separación de unos y otros. Que un niño nazca en España le va a permitir hacer prácticamente todo lo que le dé la gana. La gente de nuestra generación ha podido dedicarse a lo que ha querido, pero si naces al otro lado de ciertas fronteras, seguramente no tengas tanta suerte.

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