Casavella, en 2008, después de ganar el Premio Nadal
Casavella, en 2008, después de ganar el Premio Nadal - YOLANDA CARDO

El Watusi y la cara B de la Transición

La editorial Anagrama recupera la obra cumbre del escritor barcelonés Francisco Casavella, fallecido en 2008

BARCELONA Actualizado: Guardar
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Las palmaditas en la espalda se las llevan, y está bien que así sea, cartógrafos de la Barcelona de posguerra como Juan Marsé y Eduardo Mendoza, pero si de lo que hablamos es de la Transición y de cómo la ciudad se borró a sí misma para renacer en clave Olímpica en los laureles del diseño, ahí es donde entra Francisco Casavella (Barcelona, 1963-2008) para recordarnos que su grandeza no fue una simple cuestión fisonómica.

«Un montón de escritores contemporáneos y, especialmente, posteriores a la muerte de Casavella no escribiríamos igual sin haberlo leído. Es el único nexo que reconocimos desde un primer momento en literatura en castellano con una tradición que, más que una corriente clásica y potente, es un saltar charcos», escribe ahora el novelista Carlos Zanón, uno de los tres entusiastas francisquistas que han hecho piña en torno a la nueva edición de «El día del Watusi» que la editorial Anagrama acaba de poner en circulación.

En 2009, poco después de que un infarto de miocardio se lo llevase por delante con apenas 45 años, Destino ya reunió en un único tomo ese titánico, ambicioso y deslumbrante ejercicio literario que Casavella publicó entre 2002 y 2003 en tres títulos -«Los juegos feroces»,«Viento y joyas» y «El idioma imposible»-, pero con el tiempo el volumen había ido desapareciendo de las estanterías, por lo que se hacía inevitable espantar a manotazos los fantasmas del olvido y recuperar los pasos de bailes torcidos del Watusi y las andanzas de Fernando Atienza. Porque, ¿dónde se ha visto que un escritor que tiene su propio día de orgullo literario -el 15 de agosto, para más señas- pueda quedarse huérfano en las librerías?

Luces y sombras de la ciudad

Así que, obviando cualquier coartada onomástica para celebrar la obra cumbre de Casavella en toda su inmensidad, Anagrama devuelve «El día del Watusi» a la primera línea y reivindica la inmensa valía de una obra torrencial -un millar de páginas de fluida verborrea- con la que el autor se empeñó en «edificar, al modo en que sólo lo puede hacer el género novelístico, los "cómos", los "porqués", los "para qués" y los "y qués" de una situación determinada: la Transición española», como explicó el propio Casavella en 2004.

Cubierta de esta nueva edición
Cubierta de esta nueva edición - ABC

A esos interrogantes fue a los que el autor de «El triunfo» y «El secreto de las fiestas» intentó dar respuesta mientras avanzaba de la mano de Fernando Atienza por las luces y sombras de una ciudad que se nos presenta el 15 de agosto de 1971 y de la que nos despedimos en verano de 1995. Casi un cuarto de siglo que comprende desde los últimos coletazos del franquismo al estallido de la burbuja postolímpica y que Casavella recorre con garbo abriendo puertas y ventanas, esquivando oportunistas codiciosos y subrayando todas las imperfecciones de una ciudad-escaparate.

Antes, mucho antes de eso, la «W» del Watusi empieza a cobrar forma cuando Atienza y Pepito el Yeyé cruzan la ciudad desde las chabolas de Montjuïc al Tibidabo para alertar al Watusi de que le buscan por violación y asesinato de la hija del capo del barrio. A partir de ahí, la trama se dispara cual big bang literario mientras Atienza repasa su vida en un Informe Confidencial y levanta unas cuantas alfombras para dejar al descubierto las miserias de la ciudad. «Lo que quiso explicarnos y nos explicó Casavella es que no se puede entender la historia como una sucesión de presentes que caminan hacia un horizonte de final hoollywodiense mientras se ocupan de borrar las huellas del pasado. Todo, como en el diagrama de los pasos de baile, es más confuso y está lleno de flechas, conexiones improbables y, como en la yenka, de pasitos hacia alante y hacia atrás», añade el escritor Miqui Otero en el epílogo de esta nueva edición.

«“El día del Watusi” no deja de ser un Frankenstein con ritmo y pies de bailarín a punto siempre del desmorone…, que no llega por poco», añade Zanón. Y no se desmorona porque Casavella siempre fue un equilibrista de primera, un profeta de la triple «e» -elevación, elegancia y entusiasmo- que supo moverse con garbo y soltura entre los más variados ambientes. Es más: en él convivían como en ningún otro autor de aquí lo elevado y lo popular. No en vano era capaz de medirse en duelo dialéctico con los capitostes de la alta literatura y, acto seguido, recitar a la carrera el estribillo del «American Beat» de los Fleshtones.

«Podía estar conversando en profundidad con alguno de los nuestros de Leroy Hutson o novela pulp o drogas tronchamulas y entonces se volvía y soltaba una perorata de las suyas a alguna vaca sagrada sobre Goethe o Hesíodo o Flaubert, y la clavaba en ambos sitios», recuerda Kiko Amat, tercera voz que se suma al necesario rescate de un autor que ganó el Nadal en 2008 con «Lo que sé de los vampiros» y, poco después, falleció mientras trabajaba en un nuevo libro en el que recuperaba a Atienza.

Porque se fue Casavella, sí, pero le sobrevivió, y de qué manera, el Watusi.

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