El escritor Manuel Vilas, autor de «Lou Reed era español»
El escritor Manuel Vilas, autor de «Lou Reed era español» - EFE

De viaje por la cabeza de Lou Reed

Manuel Vilas explora la mitología del músico neoyorquino y su relación con España en «Lou Reed era español»

Barcelona Actualizado: Guardar
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Fue como un meteorito que impactó con gran estruendo en el corazón de Barbastro; una bola de fuego y mugre que aterrizó silbando el estribillo de «Sweet Jane» en la salvaje y pirotécnica versión de «Rock n Roll Animal» y lo puso todo patas arriba. «Algo se me rompió en la cabeza. La España que yo estaba viviendo no cuadraba con ese disco que me llegaba desde no sé sabe dónde», explica Manuel Vilas (Barbastro, 1962).

El martillazo, en este caso, tenía nombre, apellidos y una canción, «Heroin», que no estaba ni en ese disco que consiguió a cambio de una copia del «Harvest» de Neil Young ni en ninguna otra versión editada en aquel momento en España. No digamos ya en los repertorios de las primeras visitas de Lou Reed a España en 1975, conciertos que Vilas, entonces un mocoso de doce años encerrado en un pueblo de 13.000 habitantes, siguió con atención a través de la prensa.

«El chico tiene que indagar quién es Francisco Franco, por qué su policía prohíbe a Lou Reed cantar “Heroin” y dónde demonios puede escuchar esa canción», escribe ahora el narrador y poeta aragonés en «Lou Reed era español» (Malpaso), híbrido de ficción autobiográfica, retrato desfigurado y crónica de viajes con el que se mete en la cabeza del autor de «Berlín» y recrea sus visitas a España entre diálogos inventados, anécdotas documentadas y sombras cazadas al vuelo.

«Es la historia de la colisión del planeta Lou Reed con un país que le fue muy fiel. Al final de su vida era más famoso aquí que en Estados Unidos», apunta un Vilas que lo mismo improvisa delirantes diálogos del neoyorquino con camareros, guardias civiles y promotores –«estás mintiendo, me habéis puesto en un escenario sin categoría, no habrías metido allí a los Stones ni a Bowie, eres un capullo», la hace decir antes de su accidentado y breve concierto de 1980 en el campo de fútbol del Moscardo– que sigue de cerca la mayoría de las cuarenta actuaciones que ofreció en España hasta 2012, cuando se despidió oficiosamente del país con un recital de poesía en Madrid.

Sólo faltaba un año para su muerte y para que, señala Vilas, el mito de la eterna juventud del rock empezase a tambalearse de verdad, anticipando lo que serían las muertes de David Bowie, Prince o Leonard Cohen, entre otros. «En el pop la muerte es una invitada incómoda, desarticula el negocio de la eterna juventud. Ahí están los Rolling Stones, que son los zombies vivientes», apunta. De ahí que «Lou Reed era español» sea también (o sobre todo) un libro «sobre la muerte» y sobre la reinvención constante de un personaje que pasó de encarnar las más oscuras e insalubres bajas pasiones del rock a zambullirse en el tai chi, la filosofía oriental y demás veleidades propias de un «snob neoyorquino». «Me fascinan las mil caras del personaje para esconder una vida normal y cómo la industria del pop obligaba a crear esos personajes», señala Vilas.

Médico y sirviente

Las máscaras están ahí, aunque el autor aragonés va eliminando capas de maquillaje al tiempo que sigue los pasos del «drogadicto universal» mientras éste mantiene el equilibrio en el lado salvaje de la vida –«atinó con una imagen que quedaba pendiente, que era la parte del rock maldito»–, pasea por el Museo del Prado por recomendación de Warhol durante su primera visita a España y se convierte, ahí es nada, en su esclavo. Su médico personal. Su sirviente. «Está siempre dispuesto para mí, a cualquier hora», subraya Vilas sobre una relación que es también la historia de un flechazo, de una obsesión y de cómo «Transformer» y «Coney Island Baby» alcanzaron el mismo estatus que Baudelaire o Kafka. «En mi educación sentimental el rock and roll fue tan nuclear como haber leído a Cervantes», asegura.

De ahí que, siempre con el zumbido de esa «Junior Dad» que asegura escuchar de manera compulsiva a todas horas, considere que en España se dejó pasar una oportunidad de oro con la música popular. «La izquierda española no supo utilizar el pop para la lucha antifranquista. El pop era un arma de lucha política, y aquí no se fue más allá de la imagen del cantautor», sentencia.

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